Contexto sanitario diferente, resultados educativos similares

El Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed) presentó su informe sobre el estado de la educación en Uruguay y analiza el período comprendido entre 2019 y 2020. El documento indica “un panorama marcado por el COVID-19 y la virtualidad”, pero con una fuerte continuidad de las desigualdades ya existentes en tiempos de prepandemia.

Así como en otros indicadores, tales como la pobreza o el desempleo, la contingencia sanitaria complicó situaciones vulnerables y cruzó esa delgada línea de la percepción humana entre lo malo y lo peor.
Las metas venían incumplidas desde 2016 y lo demuestran algunos indicadores bien específicos. En 2019 asistía el 75% de los niños de 3 años a la educación o 6,2 puntos por debajo de la meta inicial. Al año siguiente bajó al 71% y, de acuerdo al contexto del niño, se registró una brecha de 30 puntos porcentuales. Un año antes de la pandemia, un 45% de los niños de 2 años no estaba cubierto por el sistema educativo.

En la adolescencia, entre 15 y 16 años, supera las metas proyectadas con la asistencia del 90%.
Pero las metas bajan en los años siguientes. Al comenzar la pandemia, en 2020, había nueve puntos porcentuales de diferencia entre los adolescentes de hogares más favorables y menos desfavorables. Pero en el 2015 esa brecha era de unos 30 puntos porcentuales.
El rezago se manifiesta en otros tramos etarios, en comparación con los años anteriores a la COVID-19.

Pero, a medida que aumenta la edad, también se incrementa el abandono y el de Uruguay es de los más altos de América Latina.
Uruguay tiene bajos índices de egreso en media básica desde hace varios años y en 2019 se ubicó en 67,7%. Sólo el 37,6% de los jóvenes de 19 años egresó sin rezago de la educación media superior, un año antes de la declaración de emergencia sanitaria.

Las pruebas Aristas también demostraban la complejidad existente en los hogares con mayores dificultades. La mitad de los niños de tercer año escolar mantienen los niveles más bajos de matemática y el 40% le ocurre en lectura. Las distancias siempre son relevantes de acuerdo al contexto. Antes, durante y después de la pandemia.
Incluso la conexión a la virtualidad fue mucho más baja en los sectores más vulnerables. Es decir, el factor económico incidió en la vida de los hogares sin emergencia sanitaria o con ella , porque al menos un 10% de los hogares no accede a Internet.

Es decir, la accesibilidad al dispositivo –ceibalita, tablet o celulares de los padres– no incide en el proceso educativo si no tiene una conexión.
En cualquier caso son problemas estructurales que existen desde antes de 2019 y persisten, sin soluciones a la vista. No obstante, falta una definición clave y clara de lo significa “estructural” para comenzar a atacar el problema de raíz y que los resultados anteriormente analizados en los hogares de menores recursos puedan solucionarse.

Porque no hablamos del futuro cada vez que nos referimos a los niños y adolescentes, sino al presente. Y el presente viene complicado desde hace años. Pero el Ineed, así como otros organismos públicos, presenta sus evaluaciones para sugerir políticas públicas de contexto social. Que se tomen en cuenta es otra historia; de lo contrario, los guarismos hubiesen mejorado en algún momento del período analizado.
Las iniquidades e injusticia en el reparto siguen en rezago, tal como lo manifiestan algunos resultados educativos.

Porque los programas sociales alcanzaron a los sectores más pobres, pero no le aseguraron mejores resultados o accesibilidad.

Por lo tanto, adoptar medidas similares para contextos diferentes arroja estos resultados negativos que sobreviven, conforme pasan las generaciones. Por lo tanto, el cambio también debe ser de estrategia educativa.
Es decir, los informes revelados cada dos años resultan bastante similares. En este último presentado el pasado 25 de noviembre, parece que la única diferencia es que se ubica en el contexto de emergencia sanitaria.
La sensación de déjà vu es, nuevamente, muy fuerte.

Si bien el país quedó a la espera del “cambio de ADN en la educación” anunciado en períodos anteriores, queda claro que los contextos –sobre todo los más desfavorecidos– reclaman que aquella frase se ponga en práctica.
En cuanto a la situación de los docentes, en general, supieron adaptarse a las circunstancias, pero la recarga laboral estuvo marcada por el nuevo escenario de la COVID-19 y así lo señaló el 84%. Claramente la virtualidad debió capacitar sobre la marcha a los maestros y profesores, contra la modalidad tradicional de enseñanza en nuestro país ante el cierre de los centros educativos.
Un poco más de la mitad de los maestros se sintió preparado para adaptar su clase a distancia y el 66% estaba preparado para el uso de las tecnologías.

En general, las autoridades y los técnicos destacan –cada vez que pueden– el esfuerzo de las comunidades educativas por transitar un año lectivo con dificultades sanitarias, económicas y sociales. Pero los resultados sensibles atraviesan a los gobiernos.

Al final del informe, se plantean desafíos muy similares a los documentos presentados por otras autoridades educativas.

Es decir, trayectorias educativas, egresos y desempeños acompañados por una importante inequidad, además del necesario cambio curricular que apuntaría a mejorar resultados. Pero, nuevamente, el rol del Ineed es el de evaluar, tal como lo indica su nombre.