“¡Qué calor de locos, nena!”

De acuerdo con los registros del la estación meteorológica automática Metsul de diario EL TELEGRAFO, ubicada en nuestra futura planta de Dr. Roldán y Purificación, en los últimos 11 días hubo 7 con temperaturas máximas superiores a 30ºC. De ellos tres marcaron más de 35ºC, en tanto la mínima osciló entre 11ºC –el 18 de noviembre– y 20ºC.
En este caso, el sensor de temperatura está ubicado en una zona distante del hormigón del centro de la ciudad, al reparo y en un mástil a más de 8 metros de altura sobre el suelo, por lo cual seguramente en el radio céntrico estos guarismos se hayan visto ampliamente superados.

Claramente se trata de temperaturas veraniegas, por lo que no es de extrañar que en estos días centenares de sanduceros se hayan volcado a la costa del paterno a refrescarse en sus ya cálidas aguas, tal como publicamos en nota gráfica que ilustra nuestra portada del pasado martes 23.
Ese mismo día, en página 2 –edición impresa– informábamos en una amplia nota que la ciudad de Colón en Entre Ríos recibió la visita de 170.000 turistas durante el fin de semana, colmando sus instalaciones y dando así por iniciada una temporada turística que promete ser excepcional para nuestros vecinos argentinos. Más allá de los números oficiales que se manejan y que siempre suenan algo exagerados desde esta margen, es indiscutible el impacto turístico que tiene la región colonense en el litoral argentino, que atrae una importante masa de turistas de Buenos Aires y diferentes puntos del país.

Mientras tanto también en la edición del martes 23, en la misma página destacábamos un título local: “Comienza recuperación de capa de arena en Balneario”…
Y aquí es donde los contrastes se hacen evidentes, no tanto por el éxito turístico de una ciudad pequeña ubicada a menos de 20 kilómetros de Paysandú sobre el mismo río, sino por la previsión con que se hacen las cosas a nivel municipal.

Es obvio que para Colón las playas son una fuente de recursos invaluables, así como todo lo que tenga que ver con infraestructura turística, y que les va la vida en el éxito o el fracaso de una temporada, mucho más en estos tiempos en que la economía argentina está sumergida y que el gobierno central del vecino país mantiene cerradas las fronteras, impidiendo la llegada de los tan esperados pesos uruguayos salvadores a través del puente General Artigas. Pero dejando eso de lado, de nuestra parte nos pasamos de imprevisores, y como siempre dejamos para último momento las obras necesarias para la habilitación de las playas, cuando ya la ciudad boquea de calor en cada mediodía.

Por algún motivo que desconocemos, Paysandú mantiene una tradición tomada de la religión católica que es “inaugurar” las playas el 8 de diciembre, día de la Virgen, cuando el Estado uruguayo es laico. Y en general los sanduceros –muy respetuosos de las habilitaciones públicas— no solemos concurrir a la playa hasta que eso ocurre, quizás por aquello de que no cuentan con servicios de guardavidas y que por tanto introducirse en las aguas del río significa asumir un riesgo. Tanto es así que generalmente que al otro día de la clausura de las playas, a principios de marzo, quedan desiertas, aún cuando las temperaturas invitan al chapuzón. En contraste nuevamente, del otro lado del río las playas están desbordantes de gente aún cuando los primeros fríos del otoño marcan claramente el fin de la temporada.
Pero este año, quizás por los calores extremos que estamos viviendo, los sanduceros se han animado al río antes de la fecha “legal” pero se han encontrado con una playa abandonada y sin los servicios básicos funcionando. Y peor aún, ayer las máquinas municipales desplazaron a cualquier bañista sudoroso que quisiese acercarse a la costa, trabajando a toda máquina para acondicionar la arena de cara a la temporada que recién iniciará oficialmente dentro de 11 días.

Es posible que algunos lectores ante esta nota de opinión piensen que Paysandú no es comparable a Colón, y hasta nos tilden de mala fe por manifestar nuestra disconformidad por lo que entendemos es falta de ejecutividad en las obras para la temporada de verano, pero eso está lejos de nuestra intención. De hecho, para ser justos debemos decir que es un mal que se repite año a año sin importar quién esté al frente de la administración municipal ni el partido político al que representa.

Pero además no sólo Colón se nos adelanta sino que en nuestro país se puede asegurar que Paysandú siempre es un rezagado en este aspecto. Por ejemplo en Canelones y Montevideo las playas cuentan con servicio de guardacostas desde el pasado 16 de noviembre, o sea hace 11 días que están habilitadas para baños. Y aunque es cierto que en Rocha eso ocurrirá recién desde el próximo 16 de diciembre, hay que recordar que las temperaturas en el sur son mucho más benévolas que en este tórrido norte del río negro. Se puede decir que lo que en un balneario de Rocha se percibe como calor agobiante de mediodía para un sanducero sería una refrescante brisa característica de un día de otoño. Aunque en menor medida Montevideo también es bastante más fresca que el litoral Oeste, y las aguas del Río de la Plata y el Atlántico suelen estar frías –demasiado para el gusto de muchos— aún en pleno enero, a diferencia de lo que ocurre en el paterno, que ya desde fines de octubre se asemeja más al agua de las termas de Guaviyú que al de las playas rochenses.

Estos argumentos son más que suficientes para de una vez por todas terminar con la anacrónica tradición de esperar al “Día de la Virgen” para habilitar plenamente las playas en Paysandú, o al menos brindar servicios mínimos como el de guardavidas ya desde mediados de noviembre, tal como se hace en el sur del país.
Para eso hay que prever la temporada con más anticipación, no dejar que la temporada se nos venga encima para comenzar a aplicar arena en el balneario, o hacer los llamados a licitación para servicios a los turistas. Y por supuesto mirar más hacia el río, que por ejemplo la Intendencia no se vea sorprendida a último momento con una estructura antiestética y fuera de toda regla nada menos que en el Balneario Municipal, en las narices del “Plan de la Costa” para salir post mortem a ver cómo arreglar el entuerto de un parador que busca darle un giro de 180 grados a su actividad comercial, incompatible con el fin que se pretende para ese espacio municipal. Una prueba contundente de que no se le está dando al río la atención que Paysandú merece.