Revolución en las aulas

Fue la que causó María Montessori, sicóloga, filósofa, inventora, médica, pedagoga, siquiatra, conferenciante, matemática. Su vida fue brillante, no sólo por la admiración que despertó en su momento, sino por el magnífico legado que nos dejó.
La sociedad de su tiempo era completamente adversa a la profesionalización de las mujeres, quienes se pensaba debían permanecer en la intimidad de su hogar.
María Montessori nació en Ancona, Italia, en 1870, en el seno de una familia adinerada. Su padre era un estricto militar y su madre, mujer liberal e intelectual, que se destacó en el mundo de la Filosofía, la Ciencia y la Investigación.
Desde muy joven María dio muestras de saber lo que quería y de tener el carácter adecuado para conseguirlo.
Al llegar a secundaria eligió estudiar ingeniería, en lugar de los clásicos, que era lo normal entre las mujeres de la época, pero pronto descubrió que le gustaba más la medicina. No había mujeres médicas en ese entonces, y el director de la universidad de Roma, la rechazó como alumna. Pero ella estaba convencida de que sería médica. Ni su familia ni su entorno social la apoyaban, pero ella decidió realizar otros estudios de ciencias como aval de su capacidad. Así, entre los años 1890 y 1892, estudió Física, Matemáticas y Ciencias Naturales.
Gracias a la intervención del Papa León XIII logró ingresar finalmente a la Facultad de Medicina. Se costeó ella misma la mayor parte de sus estudios, y obtuvo becas por sus muy buenas calificaciones. Con valentía y tenacidad fue derribando las barreras que se le presentaban por ser mujer.
A los 26 años se convirtió en una de las primeras médicas de Italia y comenzó a trabajar en un hospital. Ese año representó a su país en un congreso feminista celebrado en Berlín.
Trabajó en clínicas siquiátricas y en colegios, donde asistían principalmente discapacitados, en condiciones muy precarias. En cuanto se hizo popular, se sumó a la lucha contra la explotación laboral infantil, un grave problema de su tiempo, porque muchos niños en Sicilia trabajaban en las minas en condiciones infrahumanas.
Como médica se centró en atender la sordera, la parálisis y la discapacidad intelectual. Pero trabajando con niños se dio cuenta que lo que realmente podía mejorar la vida de esos niños no era la medicina, sino la pedagogía, que educar a los niños es la llave del futuro.
Se centró en la enseñanza con todas sus fuerzas y empezó a formar profesionales para difundir sus ideas por todo el país. Estaba convencida de que para desarrollar las habilidades intelectuales, los niños necesitan un ambiente agradable, y eso fue lo primero que intentó construir.
En 1907 abrió la Casa de los niños, su primer centro educativo. Los muebles y los materiales eran adecuados a los niños pequeños, su pedagogía, adecuada a las distintas edades, sus ideas eran completamente innovadoras para la época.
Se convirtió así en maestra, como quería su padre. Una maestra que revolucionó los métodos de enseñanza conocidos hasta entonces. Entendió que dando libertad a los niños pequeños, y sin obligarlos a avanzar al mismo ritmo, aprendían más rápido y les costaba menos esfuerzo.
Su método se basa en los principios de autonomía, independencia, iniciativa, capacidad de elegir, desarrollo de la voluntad y autodisciplina.
Sus teorías generaban escepticismo. ¿Cómo puede un niño que no tiene conocimientos, ser su propio maestro?, se preguntaban. Ella respondía: “La mayor señal de éxito de los profesores es poder decir: ahora los niños trabajan como si yo no existiera”.
No estaba interesada en crear genios, sino en dar a cada uno la oportunidad de poder desarrollar sus propias capacidades por sí mismos.
Durante el período fascista tuvo que exiliarse varios años en España, Holanda y la India, porque su experiencia educativa chocaba frontalmente con el sistema totalitario, que pretendía adoctrinar a los jóvenes y quemaba los ejemplares de sus obras. A pesar de las dificultades nunca se rindió, en el exilio siguió trabajando, sabía que “la educación es el único camino para construir la paz”.
Murió en 1952, en Holanda. Concluyó así una vida dedicada a la defensa del mundo infantil, dejando un legado que permanece vigente en nuestros días.
Fue una auténtica genia, que produjo una revolución creativa en las aulas.

La tía Nilda