Una ley pour la galerie

El senador nacionalista Juan Sartori expuso en la cumbre del clima COP26, en Glasgow (Escocia), que tiene en mente presentar un proyecto de ley por el cual se prohíba utilizar motores a combustión en ríos internos y lagunas de Uruguay, como aporte para la reducción de la emisión de carbono a la atmósfera, uno de los principales causantes del calentamiento global y el cambio climático. El objetivo es que las embarcaciones en los cursos de agua dentro del país pasen a ser impulsadas exclusivamente por motores eléctricos en el futuro.

Aunque la propuesta suena muy atractiva para cualquiera con algo de conciencia ecológica, en la práctica roza lo absurdo y si bien se desconocen los detalles, de concretarse podría producir más perjuicios que ventajas reales. Con esto no queremos decir que no sea importante cuidar nuestros recursos hídricos y sus ecosistemas, tan frágiles y a su vez tan maltratados en la actualidad. Por el contrario, creemos que hay que tomar medidas drásticas para evitar que se sigan deteriorando por la deforestación de los bosques ribereños, la eutrofización que aporta a las aguas un exceso de nutrientes de la tierra así como de agroquímicos, los vertidos de aguas negras sin tratar de las ciudades costeras, las explotaciones de ganadería intensiva y los tambos cuyos desechos van a parar a los ríos y arroyos, así como los de las industrias, entre un sinfín de otros motivos por los cuales hoy tenemos muy comprometidos muchos de nuestros cursos de agua.
Podrá decirse que una cosa no quita la otra, y que la propuesta del senador montevideano –que, como tal, piensa con cabeza de citadino desconociendo la realidad del Interior profundo– no debería descartarse. Pero, como decimos, el problema es que no sólo no aporta nada sino que por otro lado genera graves perjuicios y además es impracticable en el marco de nuestra realidad actual. Por ejemplo, la primera que estaría en falta sería ni más ni menos que la Prefectura Nacional Naval, que paradójicamente es la autoridad que debería controlar que la norma se respete. Y más vale que no le siga la corriente a Sartori, porque el problema no es sólo de recursos –por lo cual actualmente ni siquiera tiene capacidad para controlar la pesca con trasmallos, con los que depredan cuanto arroyo y río hay en este país–, sino que existe un problema mayor: la poca autonomía y potencia de los motores eléctricos fuera de borda.

¡No quisiéramos imaginar lo que sería intentar un rescate con una embarcación impulsada por motores eléctricos en un río Queguay algo crecido! Además hay que tener en cuenta que para lograr mayor potencia y autonomía, se necesitan baterías cada vez más grandes y pesadas, que por otra parte no tienen dónde cargarse en las zonas rurales. Los que actualmente se usan para pesca deportiva –generalmente para “trolling”– son motores de muy baja potencia, sólo aptos para mover una pequeña embarcación por distancias cortas, a muy baja velocidad y en espejos de agua sin corrientes.

Por ese mismo motivo, de aplicarse la ley sartorista prácticamente sería imposible imaginar un campamento de pesca –como le gusta hacer a tantos uruguayos– pero también buena parte de la pesca artesanal como sustento para cientos de compatriotas que utilizan pequeños motores fuera de borda para recorrer sus espineles.

Pero además es importante dimensionar las cosas: ¿cuántas embarcaciones a motor se imagina Sartori que hay en un río interior navegando al mismo tiempo? No sabríamos responder, pero a lo sumo serán unas pocas decenas, distanciadas miles de metros entre sí, y cuyo impacto en el agua se limita las cercanías del bote o lancha.

Por supuesto que en el río Negro, la laguna Merín y algún otro lugar específico pueden ver más tráfico, pero aún así la contaminación por motores de embarcaciones es ínfima comparada con otras fuentes que sí contaminan en grande. Por ejemplo, es bien sabido que el río Negro ya tiene niveles de fósforo alarmantes debido a la eutrofización y vertidos urbanos. Sin embargo, en lugar de tratar de mitigarlos se autorizó la construcción de la planta de celulosa más grande del mundo, que por más que cuente con la mejor de las plantas de tratamientos de efluentes, cuando comience a operar aportará decenas de kilos de fósforo diarios al lago de Rincón del Bonete; además de compuestos de azufre, óxidos de nitrógeno y un sinnúmero de químicos altamente nocivos.
Entonces ¿qué se puede hacer para no seguir afectando el agua dulce superficial de nuestro país de la forma en que lo estamos haciendo? Mucho, y debería empezarse ya. En primer lugar, controlar que las normas que ya existen, se cumplan. No puede ser que se deprede nuestra fauna ictícola con total impunidad mientras la Prefectura parece que ni se entera (¿y cómo pensarán controlar que no utilicen motores a combustión en cursos de agua a los que no pueden llegar?).
También, terminar ya con la destrucción de los bosques nativos, que aportan sombra a los arroyos y los ríos y fijan elementos contaminantes a la tierra antes de que lleguen al agua, entre un sinfín de funciones igual de importantes. Por supuesto, sancionar duramente a los productores agropecuarios que infringen las reglamentaciones de uso de agroquímicos, y controlar los vertidos de los tambos y feedlots; medida ésta que funcionó bien en el Santa Lucía, cuando se empezó a controlar porque la fuente de agua dulce de donde se abastece Montevideo estaba comprometida por la contaminación. Mantener los humedales intactos y asegurarse de que todas las poblaciones costeras cuenten con plantas de tratamiento de efluentes, entre un sinfín de otras medidas.

Pero si a Sartori le quitan el sueño los humos de los pequeños motores fuera de borda, hay algo que sí se puede hacer: exigir que los que lleguen a Uruguay cumplan con los estándares de emisiones del Mercado Común Europeo, que cuenta con una norma muy estricta en ese sentido, y prohibir la importación de motores de dos tiempos, que liberan aceite junto con los gases de escape.

Eso significa que los motores deben ser a inyección electrónica en primer lugar, y de cuatro tiempos, que son más económicos, más ecológicos y no tiran aceite al agua. Hoy, la mayoría de los fuera de borda que se usan en nuestro país son de dos tiempos, a carburador y muchos de ellos además de mala calidad, que no serían aceptados en ningún país del primer mundo.
Aún así cabe la pregunta: ¿aportaría algo significativo al medio ambiente un cambio en ese sentido? Pues no, para nada, porque Uruguay no es el Mediterráneo; la náutica aquí está en pañales. Pero al menos podría justificar su inquietud legislativa.