Victoria Dávila Borsoni, maestra rural y directiva de una asociación de pasivos, por el bienestar de todos

Victoria junto a sus hermanos.

Las comunidades siempre sostuvieron a sus centros educativos. En las ciudades, sí, pero en el interior de los departamentos, mucho más. Porque las escuelas se erigían como lugares de referencia, la figura del maestro era muy respetada y la colaboración provenía de todos. Desde el más humilde hasta el más pudiente, aportaban desde sus lugares –y aún hoy ocurre– a la escuela rural.
La solidaridad entre docentes se forjaba a partir de las mismas inquietudes, vicisitudes y problemas que debían que resolver a diario. La respuesta del entorno era casi inmediata cuando había que mejorar el local de la escuela, adquirir materiales o libros. Y lo que denominaron “beneficios” se transformó en la base de los recursos necesarios –y siempre escasos– para ejecutar obras.
En ese ámbito, Victoria desarrolló su carrera docente. Con la excepción del primer año, posteriormente y hasta su retiro se desempeñó como maestra rural. Nació en Paysandú y es hija de Carlos y Elisa, provenientes de Constancia y de la zona del arroyo San Francisco, respectivamente.
“Mi padre trabajó, hasta que se jubiló, en Norteña. Pero desde niño hacía tareas rurales hasta que se vino a la ciudad, siendo joven. Comenzó en la aceitera y después salió la oportunidad de la construcción de Norteña. Empezó ahí, hasta que después pasó a la sala de máquinas. Y mi madre se dedicaba a los lavados. Es decir, las personas retiraban de mi casa la ropa lavada y planchada”.
Es la mayor de tres hermanos, con quienes mantiene una estrecha relación. “Terminé la Primaria en la Escuela 4 ‘Ángela A. Pérez’ porque ese año que hacía 6º nos mudamos de barrio. Vivíamos en la zona de Estudiantil y nos pasamos a la calle Tropas, en el barrio de Wanderers. Por mis hermanos menores, mis padres pidieron el pase a la Escuela 6 y yo seguí en Secundaria, hice el Preparatorio de aquel entonces e ingresé a Magisterio”.
Victoria resume que “soy maestra jubilada. Trabajé 30 años en Primaria y muchos años en escuelas rurales. Estuve en Tiatucura, Tres Árboles, Guarapirú y concursé en la dirección. Primero lo hice para escuelas rurales y estuve en la Escuela 85 de Cañada del Pueblo. Después, por dirección urbana, me trasladé a la Escuela 39 de Guichón”.

Recuerda que “solo el primer año que me recibí, en 1977, hice un suplencia por todo el año en la Escuela 87 de preescolares, porque siempre trabajé en escuelas rurales. Me encantaba la escuela rural y en esa época algunas estaban caracterizadas como mal ubicadas. En Tiatucura estuve 5 años porque mi idea era ahorrar para hacerme una casa. Me compré el terreno y empezamos a construir en 1991. Terminamos la casita y mis padres se fueron a vivir ahí, hasta que fallecieron. Yo me casé en 1989, así que la casa fue para ellos”.

Entornos cercanos

En su relato, de voz pausada y con cálidos recuerdos, señala que “trabajé siempre con buenos compañeros. Tuve una carrera muy linda y todo lo hice con vocación. Era, además, el sueño de mi madre. Ella quiso estudiar y ser maestra, pero en sus años era muy difícil por la zona donde vivían y las dificultades familiares”.
Los tres hermanos tuvieron la oportunidad de estudiar. “Mi hermano es jubilado de AFE y mi hermana estudió en UTU. Después, por convenios con organismos del Estado, ingresó a Antel y también es jubilada. Cuando surgió el auge de la construcción en el Este, mi hermano se fue para allá, formó su familia y hoy vive en Parque del Plata. Tengo cinco sobrinos y cuatro sobrinos nietos varones”.
Hoy es otra abuela que, junto a los abuelos directos, se turna para cuidar a los pequeños de la casa, mientras sus padres trabajan. “¡Y los llevamos a la escuela!”, exclama por el beneplácito que le provoca volver a ese sitio.

Entre pares

Su esposo se jubiló antes que Victoria y comenzó a asistir a la sede de Cajupay. “Incluso yo, antes de jubilarme, me hice socia. Cuando me retiré empecé a dedicarme a las actividades. Antes, había ayudado como voluntaria en la asociación Dame tu Mano y actualmente vamos los dos a la Sociedad de Jubilados y Pensionistas de Paysandú”.

Hoy es su presidenta y explica que “a ambos nos interesa generar relaciones sociales. Además, vemos la posibilidad de ayudar a otros jubilados que atraviesan por situaciones económicas más difíciles”. Sin embargo, debieron enfrentar –como tantas asociaciones similares– los escollos de la pandemia que provocó ausencias de seres queridos y decisiones difíciles de adoptar, como dar de baja a colaboradores estrechos. Porque los recursos provenientes de las cuotas de los socios bajaron drásticamente.

“Lamentablemente teníamos contratada a una joven que cumplía el trabajo de administrativa y al final, tuvimos que pagarle el despido. Hoy, tratamos de reponernos y volver a contratarla”.
La pandemia, además de las dificultades sanitarias, trajo grandes problemas financieros a las instituciones. “Hay socios que no pueden enfrentar el pago de una cuota por situaciones económicas severas. Tienen que ayudar a un hijo que se quedó sin empleo o quedarse a cargo de los nietos. Teníamos 150 socios y actualmente tenemos 90. Pero seguimos adelante porque nos da gusto trabajar por otras personas”.
“siempre” pasó lo mismo

Recuerda que compartió su labor con “buenos compañeros docentes y auxiliares, además de las comunidades de las escuelas donde estuve, principalmente en Guichón por 20 años. Siempre nos ayudamos, pero siempre hubo problemas para conseguir recursos en la educación”.
Son situaciones que se repiten hasta hoy. “Incluso ahora se necesita el apoyo de los padres y las comisiones fomento, si uno quiere que el edificio o las condiciones mejoren. En la parte didáctica o con la compra de libros, teníamos que trabajar en conjunto. Eso siempre existió. Pero los maestros siempre tenemos buenas fuerzas para seguir adelante”, asegura a Pasividades.

Algo similar ocurre con los pasivos, en tanto es una población que “siempre” padeció problemas económicos y sociales. “En este caso, los pasivos sufren las consecuencia de la pandemia y con respecto a los reclamos, somo poco escuchados por las autoridades. Aún por nuestros representantes en el directorio del BPS”.
Y los reclamos, presentados en encuentros nacionales y regionales, son los mismos. “Siempre se reclaman más viviendas. Incluso les acercamos proyectos para que las viviendas de los pasivos no sean en edificios, sino en construcciones bajas. Después, los reclamos de siempre con las jubilaciones mínimas y hasta ahora tengo un compañero muy luchador por todo eso, que es Gerardo Irazoqui”.
En años anteriores, las asociaciones participaron en encuentros nacionales y regionales, donde “presentamos siempre las mismas inquietudes, pero somos poco escuchados”.
Juntos
La Sociedad de Jubilados y Pensionistas de Paysandú fue apoyada en 1943 por un grupo de jubilados del frigorífico Anglo, de Fray Bentos.
“Impulsaron a un grupo de sanduceros a formar la Sociedad de Jubilados y Pensionistas que empezó a reunirse en aquel año. En 1946 obtuvo su personería jurídica y cada dos años elige a sus nuevas autoridades. Yo estoy como presidenta desde 2018 y en 2020 teníamos que renovar la directiva. Pero hasta ahora seguimos con la misma comisión, por la pandemia”.
Junto a Victoria, trabaja Juan Carlos Patritti como vicepresidente, tesorero Hugo Bariani, vocales Beatriz Arotce y Líder Ibarburu y se reúnen en Cajupay.
Finalmente destaca que, junto a otras asociaciones, “asistimos a las reuniones convocadas por la Intendencia para declarar a Paysandú como una ciudad amigable con las personas mayores. Es una muy buena idea y hay que trabajar todos juntos para lograrlo”.