Con las luces largas

La lámpara incandescente se inventó en la segunda mitad del siglo XIX. Algunos, la mayoría, dicen que fue Thomas Edison, hay quienes atribuyen su creación al británico Joseph Wilson pocos años antes. Fue un gran invento, no en balde es el símbolo universal para dar a conocer que alguien tiene una idea.
Por esa época empezó ese gran avance a masificarse y dominó el panorama de las posibilidades de iluminación hogareña hasta ya pisado el siglo XXI. Desde entonces, desde el inicio de este siglo, pasamos por varias alternativas que han ido superando y desplazando a la genialidad de Edison y Wilson, como los tubos fluorescentes, las lámparas de bajo consumo y las que por ahora se van imponiendo en esa carrera, las lámparas LED. Tampoco es que las LED se crearon ayer, empezaron en los años 50, pero su potencia entonces no permitía pensar en iluminar una habitación –ni un estadio de fútbol como el Centenario–, apenas se utilizaba en tableros y en pequeños aparatos, como relojes de pulsera. Pero desde inicios de este siglo XXI su desarrollo fue muy veloz. Vivimos una época de cambios rápidos, demasiado rápidos, y a veces pretendemos evaluar y fundamentar nuestras decisiones basándonos en una foto antigua o, en el mejor de los casos, tomando una instantánea de un presente que rápidamente quedará atrás. Un ejemplo de esto es, justamente, el mundo de la energía, que está en constante desarrollo. Y hacia dónde se desarrolla: parece claro que se encamina hacia la eficiencia y hacia fuentes sostenibles. Eficiencia y sostenibilidad no necesariamente están vinculados a precios más asequibles, tal vez incluso, en muchos casos, sea todo lo opuesto.
Pretender frenar estos avances, pararse delante de estos cambios, es como pretender que el mundo se siguiese alumbrando con velas, porque las lamparillas consumían electricidad. No ocurrió entonces y no va a ocurrir ahora. Entre los cambios que se están procesando en el país destaca la ampliación de la matriz basada en fuentes renovables, con la creación de varios parques eólicos y en menor medida usinas de generación en base a quema de biomasa y también la cada vez más difunda autogeneración con paneles fotovoltaicos, tanto en hogares como en emprendimientos comerciales o instalaciones deportivas. Mucha gente expresó su molestia ante la constatación de que la mayor disponibilidad de energía eléctrica generada a partir del viento no tuviese un impacto a la baja en las tarifas. Hay muchos factores que inciden, pero entre ellos el que por más que el viento sea gratuito, no lo son los aerogeneradores ni su instalación, ni el tendido de cables hasta el lugar donde se instalaron, que por lo general no es de fácil acceso. UTE y el Estado debieron garantizar condiciones muy favorables para que esas inversiones se concretaran. A cambio se asumió que habría una mejora, en la mayor disponibilidad de electricidad y en la utilización de fuentes menos contaminantes para obtenerla. Algo similar pasó con los biocombustibles. Mezclar la nafta y el gasoil con un porcentaje de alcohol y biodiesel tuvo el propósito de ir en esa dirección y reemplazar al menos una parte del combustible por un producto menos contaminante, o, leído a la inversa, reducir en algo el uso de combustible de fósil. No necesariamente el precio iría a bajar con ello, pero es acompañar la dirección en la que el mundo se mueve.
Hoy la evolución de la movilidad va hacia lo eléctrico. Todavía estamos lejos en Uruguay de tener un parque mayormente electrificado, pero prácticamente no hay dudas de que el mundo va para ahí y de que a Uruguay ya está llegando, incluso más rápido que al resto de la región. Por supuesto que seguiremos teniendo automóviles a nafta y a gasoil, si en las calles se ven con facilidad autos que tiene 40 o 50 años circulando, eso no va a desaparecer de un día para el otro, pero conforme se vayan mejorando las condiciones de acceso a los vehículos eléctricos y, sobre todo, vaya mejorando la disponibilidad de puntos donde recargar, la electricidad irá ganando terreno en la calle.
De hecho en estas horas se conoció el anuncio por parte de la empresa Cutcsa, la mayor empresa de transporte de pasajeros del país, de llegar a que el 25% de sus ómnibus sean eléctricos en 2025 y de alcanzar al 100% para el año 2040. Toda una declaración de intenciones a tener en cuenta.
A su vez el gobierno, desde el Ministerio de Industria, Energía y Minería, instrumentó a través de un programa la posibilidad de que las empresas prueben vehículos eléctricos durante un mes, a través de diferentes aportes y subsidios. Más de 70 empresas ya pudieron utilizar un vehículo eléctrico sin costo durante un mes para comprobar sus beneficios y adecuación a su operativa habitual. Esta posibilidad está dirigida a instituciones públicas, organismos y empresas públicas y privadas.
La ampliación de fuentes de energía renovable hizo que el país disponga de un relativo excedente de energía que se exporta a los países vecinos.
Sin embargo, en determinados momentos se recurrió a la vieja Central Batlle, para generar el complemento necesario para atender la demanda interna y los compromisos con los países vecinos. Esto, en cierta medida es hacerse trampa al solitario, porque si bien se logró un negocio que generó ingresos al país y que permitieron sostener el precio de los combustibles, se hizo a costo de la utilización de una fuente muy contaminante, como la quema de fuel oil, un recurso que siempre está bien tenerlo a mano por si hay un falla, pero que no se puede defender su encendido para exportar. En términos ambientales fue como, por un momento, decidir apagar las luces LED y encender las velas.