El empleo femenino todavía en el debe

Las secuelas de la pandemia de COVID-19 y las medidas sanitarias adoptadas por los diferentes países se han vuelto más difíciles de revertir para las mujeres trabajadoras. Así lo describe un informe –Nota Técnica– de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), centrada en la región de América Latina y el Caribe, que indica que más de 4 millones de mujeres no han logrado retornar a la actividad.

Según el estudio, la tasa de desocupación es en la región de 16,4% y a ella se suma una alta informalidad, sobrecarga por tareas de cuidados, como factores “que contribuyen a incrementar las brechas de género en el mercado laboral”. Este retroceso en la igualdad de género en el mercado de trabajo no tiene precedentes, destacó la publicación.

Siempre en función de los datos presentados, de los 23,6 millones de puestos de trabajo de las mujeres que se perdieron en el peor momento de la crisis el segundo trimestre de 2020, a fines de 2021 aún quedaban por recuperarse unos 4,2 millones. Esto contrasta con el caso de los trabajadores hombres, quienes ya habían recuperado entonces “prácticamente por completo los 26 millones de puestos perdidos en ese momento”.

Solamente para tomar una referencia de lo que ocurre en Uruguay, de acuerdo a los datos presentados por el Instituto Nacional de Estadística, a partir de la Encuesta Continua de Hogares, la tasa de actividad para los hombres era de 69,1%, y 55,5 la de las mujeres a fines del año pasado. La tasa de empleo masculina era de 65,1% y la femenina del 50,8%, mientras que para ellos la tasa de desempleo medía 5,8%, era de 8,5 para las trabajadoras.

El director regional de OIT, Vinícius Pinheiro, comentó que al inicio de la pandemia “las mujeres fueron afectadas por una catastrófica pérdida de puestos de trabajo y de ingresos. La desocupación femenina aumentó, pero lo más impactante fue la salida masiva de la fuerza de trabajo que llevó las tasas de participación laboral (tasa de actividad) a niveles de no se veían hace dos décadas”.

La tasa de actividad (porcentaje de las personas que trabaja o busca trabajo) regional de las mujeres creció constantemente desde la década del ‘90, desde el entorno del 41% hasta 52,3% en 2019. Desde entonces, con el advenimiento de la pandemia, este dato llegó a caer al 43%. Si bien ha habido una recuperación, a fines de 2021 se alcanzó al 49,7%, todavía 2 puntos y medio por detrás del registro previo a la crisis sanitaria global.

Pero uno de los datos más preocupante que refleja esta nota, es que durante el año pasado se mantuvo el promedio de la tasa de desocupación entre las mujeres trabajadoras, en 12,4%, lo que indica que no ha habido una mejoría de 2020 a 2021. El desempleo regional entre los hombre es de 8,3%. El origen de esta situación se identificó en medidas como el cierre de los centros educativos y la necesidad de destinar más tiempo a los cuidados hogareños en forma generalizada. Sumado a ello el parate generalizado afectó algunos de los sectores de actividad más demandantes de mano de obra femenina, como el comercio, restaurantes y hoteles, y actividades de esparcimiento. Del mismo modo impactó sobre el empleo informal y las micro, pequeñas y medianas empresas, donde también predomina el empleo femenino, y en especial en el trabajo doméstico, donde el 91% del empleo es femenino y el 72 por ciento es empleo informal, donde se perdieron muchísimos puestos de trabajo.

Debido a ello la organización está analizando políticas laborales que han contribuido a la mitigación de los efectos de la pandemia, con un enfoque específico de perspectiva de género, y en especial la organización pidió que no se retiren las medidas de estímulo sectorial que los países hayan aplicado para consolidar la recuperación laboral, en especial de las mujeres trabajadoras. Tampoco recomienda retirar “las medidas de transferencias de ingresos o ayudas en especie para garantizar las condiciones mínimas que permitan sostener el crecimiento del empleo”, al igual que la inversión en cuidados, “fundamental tanto para la generación de empleo de calidad como para la inserción plena de las mujeres en el mercado laboral”. Claro que para ello también hay que considerar qué espalda tienen hoy los diferentes países, que en muchos casos venían ya castigados previo a la crisis sanitaria.

A la seriedad del panorama debe agregarse que en el transcurso de este año no se espera que las cosas cambien significativamente, y al menos así lo plantea el último informe de perspectivas, este con mirada global, que la misma organización emitió en los últimos días, en el que rebaja sus propias expectativas de recuperación laboral. La OIT estima que “el desempleo mundial se mantendrá por encima de los niveles anteriores al coronavirus hasta 2023 como mínimo”. Para esta afirmación considera “el efecto que las variantes recientes del virus de la COVID-19, como Delta y Ómicron, está teniendo en el mundo del trabajo, así como la significativa incertidumbre respecto del curso futuro de la pandemia”. Nada dice, en cambio, del conflicto armado entre Rusia y Ucrania, que si algún efecto tiene no será de buenas a primeras favorable para la recuperación, al menos en el corto plazo.

Claro, también hay que entender que el mercado laboral acompaña los vaivenes de la economía global, pero las economías domésticas de cada país están influenciadas por el comportamiento de los sectores de mayor incidencia. Como sabemos en nuestro país la economía depende mayormente del comportamiento de las materias primas y en este sentido los datos son alentadores, en especial en nuestro principal producto de exportación, la carne. Aunque todavía seguimos penando en otros importantes, como el turismo, en el que dependemos de factores adicionales, no solamente del sanitario –que ya no es poco–, sino también del desempeño de los países de donde proceden los visitantes, que tampoco es un asunto menor.