Pedro Opeka, el apóstol de la basura

En estos tiempos que parecen realmente apocalípticos, todavía hay algunos humanos divergentes, como el Padre Pedro Opeka, un sacerdote argentino-esloveno, quien desde 1968 trabaja como misionero en África, en la isla de Madagascar. Debido a su gigantesca obra, que ha sacado a miles y miles de la pobreza, ha sido candidato al Premio Nobel de la Paz, varias veces.
Nació en Buenos Aires el 29 de junio de 1948, de padres de origen esloveno. A los 15 años entró en el Seminario de los Hermanos Lazaristas, o Vicentinos.
Se destacó como jugador de fútbol, pero cuando se le presentó la disyuntiva de apostar a su futuro como deportista o respetar sus convicciones y entregarse a ayudar a los más necesitados, ganó su afición por la Biblia y la figura de Jesús , el “amigo de los pobres”.

Continuó sus estudios en Europa. Y en 1968 se embarcó para África, donde vive desde entonces.
“En aquel momento, en Argentina se vivía bien, había sólo 3% de pobres. Cuando salí de Argentina lloré, porque dejé la tierra que quería, mis padres, mis hermanas, hermanos y amigos. Yo quería muchísimo a esta tierra, porque lo que soy hoy me lo dio la Argentina”, confesó.
La isla de Madagascar tiene una población de casi 25 millones de habitantes, la mayoría bajo el umbral de pobreza, menores de 5 años con una desnutrición crónica.
Los primeros quince años vivió en Vangaidrano, un pueblo ubicado en la selva tropical, sobre la costa sureste de la isla. Allí, con otros curas de la misma congregación, construyeron dispensarios para la salud, crearon cooperativas de trabajo y se dedicaron a mejorar la educación.

Gracias al fútbol y a su trabajo como albañil en las parroquias lazaristas, y en los arrozales, con el agua y el barro hasta la cintura, ganó la confianza del pueblo y logró conectar con la gente para conocer sus problemas. En esos años sufrió paludismo y parasitosis y debió trasladarse al centro de la isla, sobre una zona montañosa, en Antananarivo, la capital del país.
Cierto día pasó por un gran basurero, donde vio a cientos de niños pelear por trozo de comida con los animales. “Me quedé mudo. Yo dije ‘acá no tengo derecho a hablar, aquí hay que actuar’. Esa noche no pude dormir, levanté las manos, me puse de rodillas en mi cama y dije Señor, ayúdame a hacer algo por esta gente”, cuenta Opeka.
“Hay que rebelarse frente a la injusticia contra los más pobres, y luchar para que haya igualdad entre los ciudadanos, hay que rebelarse contra el abismo norte- sur, o entre países ricos y pobres, contra los políticos que se aprovechan del pueblo, contra la mentira, contra la explotación de un grupo sobre otro, contra la explotación de la mujer”.

“Si están dispuestos a trabajar,yo los voy a ayudar”, les dijo a las familias que vivían en casas de plástico y cartón sobre la basura.
Y así, en poco tiempo, llegó a fundar una ciudad: Akamasoa, que en idioma malgache significa “Los buenos amigos”, y treinta años más tarde el basurero se ha convertido en una ciudad con más de tres mil casas, con infraestructura para albergar 29 mil personas. Una ciudad con redes de agua, escuelas de todos los niveles, hospitales, guarderías, museos, canchas para deportes, bibliotecas, espacios verdes.
Como lo expresó el primer ministro esloveno, “el Padre Opeka es un faro viviente de esperanza y fe en la lucha contra la pobreza”.
Se metió a jugar al fútbol con la gente. “Los domingos de misa me venían a buscar para llevarme a la cancha. Y jugaba con ellos. Eso los sorprendió muchísimo. ¿Qué hacía un blanco jugando con un negro?, se preguntaban. Ahí nació una nueva imagen: corriendo estábamos de igual a igual, con las mismas chances. Y hasta me convertí en goleador del equipo”, como no podía ser de otra manera.

Pues ahora, en estos momentos, el Padre Opeka está muy preocupado por esta absurda guerra que está sucediendo. Escribió una carta a Vladimir Putin, de la cual transcribo algunos trozos:
“Hermano Vladimir Putin, los ciudadanos de numerosos países sentimos una gran amargura, tristeza y vergüenza por tus acciones, llenas de locura y megalomanía. Sos Vladimir, el presidente de Rusia, a la cual tantos en el mundo aman y respetan por su historia, y por sus profundas raíces espirituales.
Nos preguntamos cómo es posible que desees imponerle a otra nación la locura del establecimiento de un imperio de otros tiempos”.
“¿Cómo podés, hermano Vladimir, jugar con fuego y caminar por la mecha del explosivo, que en cualquier momento puede explotar y crear un caos total, llevando a la destrucción a toda nuestra civilización?”.
“¿No sería más beneficioso usar el dinero de las armas sofisticadas (hoy usado para la muerte y el terror), para cubrir las necesidades de las personas olvidadas en el mundo, para la construcción de casas, escuelas, hospitales y para el acceso de agua potable para todos?”.
“Es urgente respetar la idea de que todos pertenecemos a una sola y única familia de la humanidad”. La tía Nilda