Día Internacional del Auxiliar de Enfermería

El 14 de julio se celebra el Día Internacional del Auxiliar de Enfermería, para destacar la labor y compromiso de estos profesionales esenciales de la salud, quienes asisten a médicos y enfermeras, en los cuidados auxiliares de pacientes y residentes de centros asistenciales de salud, hospitalarios y geriátricos, interviniendo en su proceso de ingreso, hospitalización y recuperación.
En Uruguay, los auxiliares de enfermería reciben capacitación en técnicas y actividades de Enfermería Básica, orientadas a la higiene y el confort de los pacientes con una perspectiva integral. Los requisitos para ingresar a estudiar esta carrera son: ser mayor de 18 años al día de la Prueba de Admisión; tener aprobado 3er año de Secundaria sin asignaturas pendientes y aprobar la prueba de admisión.
Más allá de la formación curricular, es necesario tener las siguientes cualidades: vocación de servicio, responsabilidad y compromiso, habilidades comunicativas, capacidad de trabajo en equipo, manejo del estrés, paciencia y disposición en la atención de pacientes y residentes y esencialmente empatía.
Las tareas que realizan son muy variadas, y si hacemos un paralelismo con el fútbol, se podría decir que “son quienes juegan en toda la cancha”. Se ocupan de la higiene y aseo personal de pacientes y residentes y monitorean el estado de salud y alimentación, velando por su comodidad. También son quienes brindan apoyo en tareas clínicas básicas, como colocación de vendajes y traslado de muestras para análisis de laboratorio; suministro de medicinas vía oral y rectal, bajo supervisión de personal médico y otras muchas tareas más. También brindan apoyo emocional humanizando ese contacto interpersonal.

ENFERMERIA EN PANDEMIA

Si bien cada día de trabajo suele ser un desafío, con la llegada de la COVID-19 su rol se volvió preponderante, y merecen un reconocimiento además por su trabajo social e institucional durante la pandemia, debido al riesgo que implica estar en la primera línea de atención.
EL TELEGRAFO habló con algunos de estos héroes de túnica para conocer de primera mano cómo vivieron esta inesperada experiencia.
Mónica, (con la voz un tanto temblorosa), nos dijo: “tenía miedo, lo que más recuerdo es ese miedo continuo, a no saber muy bien a qué nos enfrentábamos –sobre todo los primeros meses– el miedo a fallar a tu compañero en el momento de ser su espejo, un error en aquellos momentos significaba que enfermara, y todo ello caía sobre tu responsabilidad y lo peor, tu conciencia. Y ese miedo que vivíamos en el hospital, lo llevábamos luego a casa, el miedo de enfermar a los nuestros.”
Óscar, quien lleva más de 25 años en este trabajo, y se define como “decididamente vocacional”, comentó que entre otras muchas cosas que recuerda haber vivido, destaca que: “si bien seguíamos haciendo nuestro trabajo con un trato directo y estrecho, los protocolos incorporados y que cambiaban a menudo, nos llevaron a que ese encuentro que debe ser naturalmente humanizado fuera diferente, los contactos deberían ser mínimos, evitar tomarle la mano al paciente para brindar apoyo o contención. Nos tuvimos que vestir como astronautas y nuestros pacientes solo podían imaginar una sonrisa o un gesto de apoyo. Fue muy duro.”
“Creo que una de las cosas más difíciles para mí fue ver a los pacientes solos y sin que las familias los puedan acompañar, o lamentablemente despedirse. También perdimos compañeros de trabajo y la impotencia de no poder ayudar era como que te quemaba por dentro, además de no saber si mañana no sería yo el que iba a estar en esa cama aislado”; dijo Antonio que hace casi veinte años trabaja en la salud.
Por todo lo brindado, por no bajar los brazos y por estar ¡Gracias!