El viento pasó; ahora es el momento de demostrar lo que es ser sanducero

Ahora que la turbonada (o como la identifiquen los especialistas) ya pasó, que el viento dejó de tronar en las ventanas, que la mayoría vuelve a sus actividades habituales; ahora es cuando hay que recordar que todos quienes en esos escasos minutos perdieron algo, mucho o todo, aún necesitan ayuda. No solo de las autoridades. De todos.
Fue a las siete. Algunos estaban aprontando el mate; otros leyendo (o repartiendo) EL TELEGRAFO. Otros ya en sus lugares de trabajo. La mayoría, aún descansando. Fue a las siete que un sordo ruido se extendió por la ciudad (y más allá), que puso en alerta a todos, que causó temor entre quienes se asomaron y vieron un cielo de diferentes tonos de grises, según la zona de la ciudad.
Otros no fueron tan afortunados. Vieron aterrados cómo el techo de sus casas se desprendía y volaba lejos. Los menos afortunados también sufrieron la caída parcial de alguna pared. Y escucharon los gritos de los suyos y de vecinos. Así como extraños ruidos. Cuando pudieron salir, su vecindario era diferente. Vaya a saberse por qué Eolo, el Dios del Viento, había expresado su furia en tierra sanducera. Techos destrozados, árboles, líneas de electricidad, grandes trozos de ladrillos. Y la lluvia, en algunos lugares fuerte, en otros casi una llovizna.
Todos pensaban en un lunes común y corriente. En las actividades habituales, en las cosas de siempre. Empero, la naturaleza recordó en apenas minutos su fuerza imparable, única, capaz de revertir cualquier plan humano a su antojo.
Habitualmente estos desastres los conocemos como titulares ocurridos en otras partes del mundo. No fue así esta vez. Por la cantidad de llamados a los cuerpos de emergencia, la cantidad de heridos, de techos volados, de árboles caídos, de clientes que quedaron sin energía eléctrica, la tormenta de viento, lluvia y granizo del 11 de julio quedará como una de las peores que Paysandú tenga memoria.
La ciudad herida. Como otras veces, por diferentes razones. A veces por la locura humana, otras por imperio de la naturaleza. Pero una y otra vez, con esfuerzo tanto como con determinación sus habitantes limpiaron, repararon, reconstruyeron.
Es lo que ahora debemos volver a hacer. Desde nuestro lugar. Algunos dando cobijo a un familiar, otros guardando pertenencias de una familia que temporalmente no puede residir en su casa. Lo que esté a nuestro alcance. Esta no ha sido una tormenta más, ha dejado huellas dolorosas, tanto en el propio paisaje como en las pérdidas ocasionadas –aún no totalmente cuantificadas– que más allá del apoyo que se reciba de las autoridades, probablemente no podrán recuperarse rápidamente.
Por eso mismo, a quienes la ventolera ha perdonado, por así decirlo, nos corresponde reafirmar –simplemente– el ser sanducero, hecho de coraje tanto como de solidaridad. Sanduceros ayudando a los damnificados y haciendo lo posible para que la ciudad vuelva a brillar. Como han trabajado, sin considerar el cansancio, todos quienes directamente están involucrados en las tareas de recuperación.
Por eso, a todos los bomberos que aún sin saber si sus propias viviendas estaban a salvo salieron a cumplir su misión, gracias; a todos los empleados municipales que organizados en cuadrillas comenzaron a recorrer la ciudad o responder llamados, gracias; a todos los policías que se sumaron a las tareas entre ramas, troncos, chapas arrugadas como papel, gracias; a todos los soldados que aunque el propio batallón sufrió el azote del viento, estuvieron en el Cecoed, gracias; a todos los funcionarios de UTE, OSE, Antel, que comenzaron las reparaciones en la ciudad y fuera de ella, gracias; a quienes corrieron a ayudar a sus vecinos que miraban aterrados un cruel cielo donde instantes antes estaba su querido techo propio, gracias. A todos los que hicieron realidad aquello de que una mano ayuda a la otra, gracias.
No hace mucho, apenas meses, la zona forestal del departamento fue castigada por un incendio del que no se tenía registro. Y allí estuvieron cientos, quizás miles de hombres y mujeres haciendo su parte, desde servir de transporte hasta hacer una colecta para comprar agua o fruta para consumo de quienes combatían el fuego. Y así hasta la última llama.
Ya se aprecia el espíritu sanducero de nuevo, con los movimientos de grupos que tratan de unir esfuerzos para realizar actividades en beneficio de los damnificados. Es la demostración clara de ese ser sanducero al que aludimos. Es lo que caracteriza a esta comunidad, que no mira hacia el costado ante la necesidad ajena. Todos podemos hacer algo en beneficio del prójimo, contando siempre con la coordinación de las autoridades a cargo, de modo que la ayuda efectivamente llegue a quienes la necesitan.
Pero el viento que ayer cambió el rostro de la ciudad, causó destrucción y dolor, hoy debe transformarse en brisa inspiradora, en eso que aparece especialmente en momentos como éstos. Es cuando dejamos de lado cosas –algunas pura tontería– que dividen, que conspiran el crecimiento de esta comunidad, que solo puede lograrse si todos tiramos juntos del carro y en la misma dirección.
Hoy, cientos de sanduceros necesitan del resto. Porque sus casas no tienen techo, porque sus pertenencias se han estropeado por la lluvia, porque han resultado heridas, porque perderán jornadas de trabajo. Por lo que sea. En Paysandú hace falta ayuda, solidaridad, compañerismo. Una vez más hay quienes necesitan del apoyo del resto. Pues, ¿a qué esperar? Sólo se trata de dar. Sin considerar si será mucho o poco, no hay nada más sencillo que la entrega a una buena causa. Contra la fuerza de la naturaleza no se puede; pero sí es posible recuperarse de los daños que produce, comprometidos con la comunidad que nos identifica. ¿Empezamos?