Nueve cuentos malvados

Salamandra, 2019
En esta columna ya se han comentado algunos libros de Margaret Atwood, la autora canadiense que alcanzó la fama mundial con la novela El cuento de la criada, luego que la serie basada en ese libro se convirtiera en un suceso mundial. Y, como ya se ha advertido también, la veterana Atwood es mucho más que esa novela que tan bien ha encajado en estos tiempos de reivindicanciones feministas. No hay más que leer Nueve cuentos malvados para saber que la mente creadora de la autora canadiense está bastante más allá de modas o corrientes sociopolíticas. Como siempre sucede en un volumen de cuentos, algunos sobresalen dentro del grupo. No precisamente porque algunos sean más efectivos sino porque, fiel a su estilo, Atwood despliega un registro de tonos y recursos que colocan a algunas narraciones dentro de lo puramente dramático, otras en la ciencia ficción, las hay que podrían decirse que son de terror y, por supuesto, el tema que obsesiona a la escritora desde hace ya tiempo: la vejez.

En la carrera de Atwood las protagonistas no siempre fueron mujeres –recomiendo especialmente Oryx & Drake, gran novela de ciencia ficción– y no siempre fueron mayores, como tampoco en los cuentos de Nueve cuentos malvados, sin embargo, es imposible dejar de ver a la propia autora cuando describe lo que es ser una anciana, los inconvenientes, los recuerdos, la vida vista desde el final, cuando todo está dicho y hecho. De ahí que cuentos como “Alphinlandia” o “A la hoguera con los carcamanes” –“carcamales” en el texto– sean los que probablemente el lector recordará más al culminar el libro.

Pero claro, la melancolía con que tiñe el cuento “Lusus naturae”, que bien podría ser solamente terrorífico pero, con un estilo lovercrafiano, hace del monstruo un ser con que el lector empatiza, muestra a las claras a una escritora en perfecto dominio de su estilo. Lo mismo puede decirse de “Colchón de piedra” que es un descarnado relato de suspenso y venganza que nada tiene que envidiar a los maestros pasados o actuales del género y donde lo que se venga es una violación, para aquellos y aquellas que quieran seguir encontrando rastros feministas en la obra de Atwood.

Y, como escritora que conoce los recovecos de su profesión en “La mano muerta de ama” hay un crudo retrato de lo que es el oficio de escribir, el éxito y lo que viene después, no siempre lo mejor, según Atwood. Finalmente, para los seguidores de la autora, con mucha sagacidad se ha dejado lo más personal para el final. “A la hoguera con los carcamales” es un relato distópico, donde los perseguidos, o más bien los acosados, ya que no pueden salir de un lugar determinado, son los ancianos. En una residencia de lujo se enteran que en el mundo hay un levantamiento contra los adultos mayores y ven como su supuestamente impenetrable residencia, no lo es tanto. Claro, dirá cualquier fanático, da para otra novela y eso podría decirse de cada uno de los cuentos del volumen. Pero eso ocurre precisamente porque Atwood nunca aburre, nunca decepciona y siempre deja con ganas de más. Ocurre en sus novelas y, aún con más razón, en sus cuentos.
Fabio Penas Díaz