Una región expectante que mira a su alrededor

La proyección de la inflación argentina en 70 por ciento hacia fines de este año genera incertidumbre en una región que mira expectante lo que ocurre con el vecino. Porque es un socio estratégico del Mercosur y, si bien Uruguay ya no depende de Argentina como hace veinte años, la economía fronteriza sigue impactada por el abaratamiento de los bienes y servicios del otro lado del río. El pasado fin de semana, los puentes internacionales mostraban una foto de esa realidad con largas colas para comprar o comenzar las vacaciones de julio.
Esos desequilibrios macroeconómicos no hacen bien a una región, cuyos países o crecen juntos o profundizan las brechas existentes.
Con la renuncia de Martín Guzmán al frente de la cartera de Economía se desencadenó un terremoto político que pareció aplacarse hacia la interna del gobierno Fernández-Fernández de Kirchner, con la confirmación de Silvina Batakis.
La economista con un Máster en economía ambiental fue la ministra de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires y tuvo que hacer malabares cuando la entonces presidenta –actual vice– suspendió el envío de fondos nacionales para apaciguar las ambiciones presidenciales del gobernador. Gestionó fondos alternativos en su país e internacionales y por esta circunstancia redujo las obras públicas al mínimo, aumentó los impuestos y ajustó los salarios de los docentes, que detonaron en largos días de huelga en los centros educativos públicos de la provincia.
Ahora debe cumplir con los compromisos adquiridos con el Fondo Monetario Internacional, bajar el déficit fiscal y reestructurar una deuda contraída en el gobierno anterior que hoy no puede pagar.
Aquellos antecedentes de la actual ministra son observados con detenimiento porque las retenciones aplicadas al agro, tal como lo ejecuta el gobierno argentino, resultan distorsionantes para los precios de la región, debido a que es una política de desestímulos que a la larga resulta sumamente negativa.
De hecho hoy, los vecinos son productores en menores volúmenes y con menos peso internacional.
Y si bien la inflación es un fenómeno global que mantiene preocupadas a las economías con mayores espaldas del continente, se observa un aumento de los precios internacionales porque los países se organizaron para brindar estímulos en sus economías. Ese fue el objetivo global para enfrentar las consecuencias económicas de una crisis sanitaria.
No hay evaluación o análisis económico que deje por fuera la invasión de Rusia a Ucrania, con la excepción de algunos exponentes políticos vernáculos que aún porfían sobre realidades que rompen los ojos. El aumento del combustible, de las materias primas y las medidas que adoptan los bancos centrales –como el caso de Uruguay– son el reflejo de las maniobras efectuadas para atajar ese incremento sostenido.
Las proyecciones para el resto del año son reservadas en Europa y en 2023 podrían mejorar en América Latina. Pero deberá ubicarse en este contexto al precio de los commodities de la región y agudizar la mirada sobre nuestros vecinos porque viven en un mismo barrio que padece de problemas similares.
Por eso, la diferencia está en el enfoque. En la actualidad, Argentina tiene la cuarta inflación más alta del mundo al tiempo que mantiene un elevado gasto público. La inestabilidad macroeconómica conspira contra el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Repercute en los niveles de pobreza, mantiene un estancamiento crónico y provoca emisiones de dinero que destruye a la propia moneda. Por lo tanto, ha perdido el atractivo principal para una divisa que es la de ubicarse como un instrumento de ahorro.
América Latina puede crecer sin fisuras, a pesar de las distintas ideologías que se manifiestan desde sus gobiernos. Incluso en medio de esta circunstancia, la moneda uruguaya supera al real brasileño y se transforma en la divisa de mejor desempeño en el continente sudamericano, con ganancias de hasta 11 por ciento frente al dólar.
En este marco de circunstancia, el sector exportador manifestó su “enorme preocupación” por la caída del dólar que, en Uruguay, acumula una baja de 10,7% en los primeros cinco meses del año. Esa mirada a lo lejos –dado el contexto mundial– pero también de cerca, plantea que ese descenso no favorece a la competitividad, sino a los competidores.
Asimismo, el aumento de las tasas de interés anunciadas por el Banco Central para bajar la inflación, atrae inversiones y podría aumentar el ahorro en pesos uruguayos. Por lo tanto, más descenso del dólar.
Y al sector exportador deberá sumarse, sin dudas, el turismo que aún no se recupera de los efectos negativos de la pandemia ni ha logrado niveles que se acercan a las cifras manejadas al año previo a la emergencia sanitaria.
Hasta ahora, el sector agro-industrial demuestra enormes fortalezas frente a las grandes debilidades de aquellos que sufren por la baja del tipo de cambio. El escenario complicado persiste sobre las espaldas de las empresas pequeñas que no cuentan con el espacio suficiente para amortiguar este descenso del dólar.
Es que lo que ocurre en el país, también pasa en otras naciones emergentes que manejan sus economías a través de materias primas. En líneas generales, es una región expectante que mira con mucha atención lo que pasa a ambos lados.