Generaciones para el consumo de ansiolíticos

La baja tolerancia al dolor o a situaciones límites se ve en las estadísticas. La realidad trasunta a los números de los relevamientos, que crecen año tras año y baja la edad de consumo de psicofármacos en Uruguay.
La Junta Nacional de Drogas señaló que durante el año pasado, un 24% de los estudiantes usaron estos medicamentos y un 7% lo hizo sin prescripción médica. La pregunta es quién le da esta medicación a los jóvenes y por qué es cada vez más alto el porcentaje que los consume.
No hay mayores investigaciones sobre este tipo de consumo en Uruguay, pero algunos datos se inclinan por los casos relativos al trastorno de la vigilia.
A nivel global, España encabeza una lista de consumo de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes. Antes de la pandemia, en la península el consumo aumentó 4,5% y superó 91 dosis diarias cada 100.000 habitantes.

De acuerdo a la lista de la Junta Internacional, le siguen Serbia, Uruguay, Israel, Estados Unidos, y Hungría. Es decir, Uruguay está tercero en una lista conformada por países que, en proporción, tienen una mayor cantidad de habitantes.
Los más consumidos, según el documento, son Alprazolam, Lorazepam, Diazepam, Clonazepam, Bromazepam, Lormetazepam y Estazolam. Claramente, la pandemia acentuó esa tendencia en todos los países, pero había comenzado a elevarse desde unos años antes de la contingencia sanitaria.
En España, las autoridades cuestionan la posibilidad de limitar las recetas de los ansiolíticos ante el elevado costo que representan en el sistema sanitario. Anualmente implica un gasto de 23.000 millones de euros o lo que implica el 2,2% de su Producto Bruto Interno.

En ASSE se entregaron más de un millón de recetas de ansiolíticos, o unas 2.800 diarias y hay varios puntos que sostienen esta realidad.
Una de ellas es la baja percepción del potencial daño a la salud que existe para este tipo de medicación. En general, hay baja percepción en el consumo de sustancias en general y un fácil acceso a los ansiolíticos.

La falta de seguimiento del consumo de psicofármacos ya era una realidad, pero se acentuó en la pandemia. Incluso hay conductas familiares o en entornos de amistades, donde uno recomienda a otro una pastilla para dormir, porque supone que tiene el mismo problema.
Y es importante destacar la venta de medicamentos bajo una variedad de formas que van más allá del tradicional expendio ilegal en las ferias, sino que ahora se suman las modalidades de trueque o venta por las redes sociales, por ejemplo Facebook. Es decir, nada extraño para las sociedades modernas que reclaman soluciones inmediatas a sus problemas. Y tampoco, nada condenable para quienes tienen que lidiar con problemáticas extendidas como el estrés u otras situaciones intrafamilaires.

El impacto del uso de distintos componentes que aparecieron en las últimas décadas, agudizaron el problema ya instalado. Sin embargo, el problema sigue invisibilizado y las autoridades hacen hincapié en el uso de las nuevas tecnologías y su relación directamente proporcional al problema. El uso irresponsable de las redes sociales son una fuente inagotable de ansiedad y violencia que requiere un freno.
Y lo que no se resuelve contestando a una pantalla, se trata de que lo otorgue un blister de pastillas. Si el deseo es que las campañas sean efectivas y lleguen a la población objetivo, entonces deberán sostenerse en el tiempo. De lo contrario, la prédica resultará estéril y con los mismos resultados que hasta ahora.
Porque existe una población que asocia el consumo de determinados psicofármacos con el bienestar. Incluso, el personal de la salud requiere una mirada especial sobre las situaciones que atravesó durante la pandemia, la recarga laboral, la inseguridad en la continuidad de algunos cargos contratados y la tensión que actualmente existe en algunos servicios -tanto públicos como privados– a nivel nacional. De hecho, este panorama ha sido reconocido por las autoridades y reclamado por los diversos gremios.

Sin dudas que esta problemática es global y los registros de la Organización Mundial de la Salud (OMS), así lo indican. En el mundo, aumentó 25% la prevalencia de la ansiedad y la depresión. Por eso, la organización internacional reitera la necesidad de reforzar los servicios de atención a la salud mental y apoyo sicosocial.
Pero el problema –que es bien uruguayo– es la consecuencia final que se repite por años. El aumento de las afecciones mentales es solo “la punta del iceberg”, tal como lo definió el titular de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Sin embargo, desde hace años, Uruguay cuenta con la tasa más alta de psiquiatras cada 100.000 habitantes. Hace aproximadamente una década había 550 profesionales en todo el país y era la cantidad más elevada de América Latina. Actualmente se estiman 14 profesionales cada 100.000 habitantes. Aún así, el país tiene la tasa más elevada de suicidios.
En el mundo, uno de cada cinco niños y adolescentes tiene problemas de salud mental y las autoridades uruguayas reconocen, en este sentido, la falta de psiquiatras infantiles.
Las estadísticas no muestran un panorama halagüeño, en tanto crecerá la población de adultos mayores en los próximos años. Entonces, fue un problema en el pasado, es un problema en el presente y lo será en el futuro.