Los tomates contra Van Gogh y un contrasentido “ecologista”

Hace pocas horas recorrió el mundo la noticia de que jóvenes ecologistas arrojaron sopa de tomate sobre la pintura “Los girasoles” de Van Gogh en la National Gallery de Londres, tratándose de activistas del colectivo ecologista británico Just Stop Oil (Paren el petróleo ya). Como era de esperar, la agresión contra la pintura del maestro impresionista, considerada entre las imágenes más populares del país y uno de los cuadros más icónicos de la historia, fue grabada por visitantes y miembros del grupo de presión en distintos videos que se colgaron en las redes sociales.
“Simpatizantes de Just Stop Oil eligen la vida sobre el arte. En esta galería, se muestra la creatividad y brillantez humana, pero el fracaso del Gobierno para actuar contra el cambio climático y el coste de la vida destruye nuestro patrimonio”, argumentó el grupo en su cuenta de Twitter. El colectivo demanda al Gobierno británico que ponga fin a la concesión de licencias y permisos para la exploración, desarrollo y producción de combustibles fósiles.
El objetivo del grupo choca explícitamente con el plan energético de la nueva primera ministra, Liz Truss, que aspira a asegurar el suministro nacional de gas y petróleo sin depender de estados productores, particularmente de Rusia. En sus cinco semanas al mando del Ejecutivo, la premier neoliberal conservadora ya ha dado pasos para reactivar la recientemente extinguida industria del Mar del Norte y para levantar la moratoria que pesa contra las extracciones de gas en Inglaterra mediante la polémica técnica del fracking.
En el plano anecdótico de la acción específica de los ecologistas, se escucha a una activista cuestionar el orden de valores de las autoridades, la élite y la sociedad contemporánea. “¿Qué vale más? ¿El arte o la vida?, ¿Vale más el arte que la comida?, ¿Más que la justicia?, ¿Os preocupa más la protección de un cuadro o la protección de nuestro planeta y la población?”, demandaba la joven con el pelo teñido de rosa a los sorprendidos visitantes que captaron la escena. Se trata de Phoebe Plummer, londinense de 21 años, que protagonizó la agresión junto con su colega, Anna Holland, de 20 años.
La idea de agredir una obra de arte del archifamoso pintor es naturalmente parte de un plan de búsqueda de visibilidad de los activistas, los que sin embargo, envueltos en la burbuja que es común a los movimientos fundamentalistas, se presentan al mundo como lo que son, priorizando su visión imaginaria y voluntarista sobre la realidad y la perspectiva de que lo que “proponen” pueda darse en un futuro más o menos cercano.
En el caso que nos ocupa, Just Stop Oil lleva semanas desarrollando activismo directo, con repetidos bloqueos de carreteras en distintos puntos de la capital británica, además de protestas en torno al Parlamento y otras relevantes localizaciones de Londres. La protesta coincide con una nueva ronda de contratos para explorar y producir hidrocarburos en Reino Unido, que puede abocar en la emisión de licencias para poner en marcha un centenar de proyectos, según advierte el colectivo ecologista. Los distintos miembros se movilizan también en demanda de ayudas y subvenciones para mitigar la fuerte subida de las tarifas domésticas, que corren peligro de dejar a casi ocho millones de hogares británicos en la pobreza energética. Más de 125 integrantes y simpatizantes del colectivo pasaron por comisaría en este mes de intensas intervenciones públicas.
La irrupción de un activismo climático de matriz juvenil ha replanteado en otra dimensión las reivindicaciones ecologistas en esta nación, pero grupos de similar tenor se dan en diversas partes del mundo, con distintos protagonismos y formas de acción, porque “sensibilizar” a los que tienen poder de decisión para supuestamente cambiar el mundo puede resultar un arma de doble filo, teniendo en cuenta que los métodos y forma radical de expresar los reclamos lo que generalmente producen es una fuerte sensación de rechazo en la opinión pública, antes que el apoyo que llega de solo de sectores profundamente inmersos en el tema.
Y el punto es que los que reclaman con razón el fin del uso del petróleo, un combustible de origen fósil que es fuerte contaminante del medio ambiente, en forma contradictoria también piden una rebaja de la energía, y se cuidan de explicar al mundo –porque suponemos que lo saben, pese a su planteo simplista– que en mayor o menor medida, una enorme parte de lo que consumen y de los elementos de uso diario, de los bienes que forman parte de la vida del mundo moderno, del avance en todas las áreas, son derivados del petróleo a través de procesamientos por la industria química, y que han sido una contribución fundamental al desarrollo, a la mejora de la calidad de vida global que se ha dado desde principios del siglo pasado, fundamentalmente.
La transición hacia un mundo sustentable desde el punto de vista medioambiental no solo implica el aire que respiramos, la pureza de las aguas, de un suelo desafectado de plaguicidas que pueda generar alimentos sin riesgo para la salud, sino reconvertir dentro de un plazo relativamente breve el origen de la energía que utiliza el mundo y que incluso la recarga de vehículos eléctricos conlleve en su fuente de energización que no se empleen combustibles fósiles.
Está de por medio también el tema de los costos, porque el mundo ha podido desarrollarse en gran medida gracias al petróleo abundante y barato de otras épocas, como antes lo era el carbón y otras fuentes que se han ido agotando y/o encareciendo, además de su gradual descarte por motivos medioambientales o de practicidad.
Es decir, los objetivos medioambientales, las acciones que se encaran para lograrlos y obtener apoyo para acelerar los procesos, no deberían apoyarse en voluntarismos trasnochados, de las movilizaciones más o menos masivas de los grupos radicalizados que solo logran generar rechazo –recordemos a los activistas de Gualeguaychú cortando los puentes, para no ir más lejos– por sus desvaríos mesiánicos y por considerar a todos los que discrepan con su postura como meros estúpidos o movidos por motivos aviesos, sino por convencer y respaldar sus reivindicaciones con un fundamento científico y técnico que genere la sustentabilidad y la razón para estos procesos.
Pero eso sí, lejos, muy lejos del mundo en blanco y negro que plantean los que se creen dueños absolutos de la razón, y pretenden imponer de prepo su visión particular de las cosas.