Aventuras en Italia (5)

Sábado 10 de setiembre. Salí con Beatriz, una chilena muy amable, con quien coincidimos en costumbres y actitudes y que es, para mí, como un ángel enviado del Cielo para ayudarme, porque sola no podría haber disfrutado de esta fantástica aventura.

Fuimos a visitar Le Cinque Terre, cinco borgos, pueblos le llamaríamos nosotros, que se suceden a la vera del mar, separados por pocos kilómetros.
Hoy no vimos ninguna embarcación, porque el mar estaba “mosso”, es decir, agitado, las olas rompían contra la costa y los acantilados, se veía la espuma desde la altura. En estos lugares hay que gastar mucha energía para subir y bajar escalones y más escalones; cuántos, perdí la cuenta. Una auténtica aventura para mi viejo esqueleto, que por suerte resistió bien al esfuerzo y al cansancio.
Son lugares donde se puede apreciar el gigantesco esfuerzo y el enorme sacrificio de los antiguos pobladores, quienes construyeron esas galerías, túneles, que atraviesan las montañas, y esas escaleras que ascienden a una altura increíble.

Estos lugares están, en este tiempo, repletos de turistas, extranjeros y aún italianos que no los conocían. Hay gente de todos los pelos, gente que no habla italiano, se comunican en inglés.
Pasamos el día entero viajando, subiendo a uno y otro tren. A veces, debíamos tomar un bus pequeño para llegar a la estación. Supongo que llevan pocas personas porque es difícil maniobrar entre tanta vuelta, tantas subidas y bajadas. Y en cada estación hay que subir y bajar escalones, ¡más de cien! Pero a pesar de tanta escalera, que son terroríficas para mí, quedé muy contenta porque comprobé que puedo arreglármelas bien (“me la cavo”), y puedo comunicarme bien con cualquier persona, y seguir aprendiendo.

Observamos que la poca gente que vive en estos lugares, verdaderos héroes, tienen su quintita en un espacio minúsculo. Y allá en lo alto se ven las terrazas de cultivo, un sistema como el de los incas. Cultivan vid y otros, no pude ver bien a la distancia. Dice en el folleto que leí: Recorrer los senderos es la mejor manera de vivir y apreciar este paisaje donde el hombre ha modificado el ambiente natural construyendo terrazas sobre las escarpadas pendientes para hacerlas cultivables, y rodeándolas con muros de piedra.

En estos lugares se conservan antiguos molinos y los instrumentos, (no sé cómo llamarlos) utilizados para elaborar el vino, así como grandes barriles.
En los pueblos hay muy pocos árboles. Vemos olivos, naranjos, manzanos, un árbol desconocido, algunos pinos marítimos, laureles, higueras, enredaderas como el mburucuyá, las frambuesas y otros, tunas, frutos del bosque. Las plantas de “azúcar” están en todas partes, son grandes, se nota que el clima soleado y templado es especial para que crezcan con esa fuerza. Pero los árboles están allá arriba, los bosques mediterráneos que me gustaría conocer.

Todas las casas miran al mar. Abajo la gente vive en edificios, todos de colores pastel, arriba hay casas aisladas. Vimos un señor anciano subiendo una larga escalera, con dificultad. Fue a buscar a una señora, que bajó apoyándose en él. Realmente, no me explico cómo pueden vivir allá arriba. Supongo que no podrían vivir sin ese aire salado, el mar azul y las montañas.
Además de escalones, hay caminos. Asfaltados y de piedra, por donde pasan autos y el bus, hay terrazas para ver el mar. Los altísimos muros de piedra y las escaleras, me hacen pensar en la Edad Media y en los cuentos de hadas y brujas, que hablan de castillos y bosques. Porque los bosques están, lástima que lejos, en las laderas de las montañas. Y hay casitas en medio del verdor, allá arriba, aisladas algunas, y siempre las capillitas. Una vida dura la de esa gente. Por eso estos lugares se han despoblado bastante, o nunca fueron muy poblados, no sé.
Imposible describir en particular cada pueblo, son tantos detalles… En todos hay acantilados, escaleras, caminos, muros de piedra, cielo azul, aire fresco y salobre, en todos sentí la inmensa alegría de poder conocerlos.

Las playas son pequeñas y no tienen arena, pero se practican deportes acuáticos. Recorrimos Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso. En este último había ¡un ascensor! en la estación. Hermosísimos lugares todos.
Me resultó muy grato ver cómo en todos estos pueblos cuidan el ambiente, hay contenedores para la basura, clasificada. Se pide que respeten el mar, que no arrojen basura.
Olvidaba contar que bebimos agua de una antiquísima “Fuente de la Juventud”, agua que sale de una “sorgente” subterránea. Según la leyenda, quien la bebe vivirá muchos años, así que, por supuesto, la bebimos.

En el tren hacia Riomaggiore conversé con una joven señora, quien iba desde Génova hasta su hogar en Florencia. Estudió administración en la Universidad, pero tiene dificultades para encontrar trabajo. Con ella hablamos acerca de Alda Merini, escritora y poetisa, y sobre Oriana Fallaci, escritora y periodista de guerra. Las dos fueron grandes mujeres, de esas que no se arredran ante nada, capaces de enfrentarse a los peores problemas, mujeres maravillosas que nos han dejado un fantástico ejemplo de vida.
Recién ahora comprendí el por qué hay que bajar y subir en las estaciones, al -1 y al +1. Es porque no se puede atravesar las vías, entonces hay que bajar al subsuelo, caminar por una galería por debajo de las vías y luego subir al nivel del andén. Me costó trabajo entender.
Vuelvo a decir que este es un mundo de descanso y de diversión, lejos de la realidad. Un mundo que permite olvidar, al menos por un breve tiempo, las tristezas y dificultades de la vida. Regresamos a las 20, unas 12 horas de haber salido. Fue una jornada magnífica, para el recuerdo. La tía Nilda