Pájaro en mano (#RIPTwitter)

Si no fuese porque hace demasiado rato que el título de la novela de Gabriel García Márquez se convirtió en un cliché, el título de esta nota sería “Crónica de una muerte anunciada”, o con alguna variante pudo haber sido “El insólito fin de una larga agonía”. Y este embrollo tiene por protagonistas a una red social que fue clave en términos históricos en la segunda década de este siglo y un multimillonario con ideas extrañas que en este viaje dejó por el camino una fortuna de 44.000 millones de dólares y todo el prestigio que se había construido en múltiples proyectos locos; sí, hablamos de Elon Musk, hasta antes de estos sucesos el hombre más rico de este planeta.

En los albores de este siglo XXI las redes sociales se volvieron un fenómeno que, a caballo de la creciente penetración de la Internet, horizontalizó la comunicación, puso ante cada persona con acceso a la red de redes la posibilidad de convertirse en emisor de mensajes para todo el mundo (o al menos potencialmente) y esta herramienta protagonizó hitos significativos como la conocida Primavera árabe, una serie de protestas que se propagó por los caminos digitales a través de medio oriente con reclamos por respeto a los derechos humanos y la democracia.

El bloqueo de las redes sociales, de Twitter en particular, se convirtió a los ojos del mundo como un acto de censura. La red social del pajarito celeste fue clave en la estrategia de campaña de Barack Obama en su camino a la Casa Blanca, una estrategia basada en el diálogo y el intercambio directo con los electores que cimentó su histórica elección como presidente de los Estados Unidos. Por esos años el papa Benedicto XVI abre la cuenta oficial @pontifex, todo un símbolo de la relevancia que la plataforma estaba cobrando. No todo el mundo, porque en realidad no era entonces la red con más usuarios, y sin sigue sin estar siquiera entre las 5 primeras en esta cuenta, pero sí era la red social en la que las figuras relevantes querían estar y tenían que estar.

Uno de los grandes protagonistas de su historia ha sido el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, que desde el primer momento en su carrera hacia el gobierno tuvo una presencia tan destacada como controversial en la red, al punto que terminó siendo expulsado, pero por el camino generó una cantidad de idas y vueltas en un ámbito que transformó en su canal de comunicación personal, tras haberse enfrentado cara a cara, y en duros términos, con los principales medios de comunicación de su país.

Pero a medida que la red seguía ganando relevancia como soporte para el debate de ideas (también para una creciente brecha ideológica) las cosas empresarialmente no iban tan bien. La plataforma perdió terreno tecnológicamente, aún creciendo a escala global en términos de usuarios y de trabajadores, y financieramente nunca ha logrado presentar datos positivos, es decir, sigue sin mostrar que es un buen negocio.

Y este año llegó el señor Musk. En abril el consejo de administración de Twitter aprobó por unanimidad aceptar una oferta de Elon Musk por 44.000 millones de dólares y recomendó a sus accionistas hacer lo mismo. Luego tuvo un instante de arrepentimiento al constatar que Twitter estaba bastante “inflado” en cantidad de usuarios, con muchas personas que administran múltiples cuentas de forma anónima, con múltiples cuentas gestionadas tecnológicamente con el propósito de incidir en la opinión pública, en fin, un panorama muy oscuro. Twitter estaba, a ojos de Musk, que así lo transmitió, muy sobrevalorada. Musk fue enfático en exigir que menos del 5% de las cuentas debían ser falsas. En julio anunció que declinaba la compra, pero esta reacción resultó tardía, los compromisos ya estaban hechos y terminó por hacerse cargo de la empresa a fines de octubre pasado. “The bird is freed”, (El pájaro está liberado), tuiteó el 28 de octubre.

Es importante explicar el siguiente detalle para entender cómo sigue la historia. Esta negociación implica que la empresa deja de ser pública, pero “pública” no en el sentido que conocemos por acá, pública en el sentido de que cualquier persona podía comprar acciones en la bolsa y poseer un “pedacito” de Twitter. Con esta compra ya deja de interesar el valor de las acciones de Twitter porque al ser la empresa de Elon Musk, lo que a él le interesa es que le dé resultados económicos para poder recuperar la –enorme– inversión realizada. Y así empezó a tomar decisiones en este sentido. Lo primero que hizo, apenas asumido, fue desprenderse de los más cercanos a los antiguos conductores, gente que estaba al tanto de todo el funcionamiento de Twitter. Pero no paró allí, el magnate sudafricano empezó un recorte a escala mundial de recursos humanos sin un criterio demasiado claro, ocasionando una situación de inestabilidad que dio lugar luego a episodios muy sonados, como el retiro de publicidad de muchas de las empresas que trabajaban con la plataforma, el despido de un ingeniero que le corrigió públicamente (a través de Twitter, por supuesto) algunas afirmaciones y el pasado jueves una serie de renuncias encadenadas de personal técnico que han dejado a toda la plataforma en una situación de incertidumbre en cuanto a su viabilidad y millones de usuarios generando repercusiones a lo largo y ancho del planeta con la etiqueta #RIPTwitter y debatiendo en qué plataforma alternativa continuar la conversación.
El devenir de los días y los meses dirá si Twitter logrará recuperarse de estos sacudones o si, como todo parece indicar, termina por convertirse en la peor transacción de la historia.