La gestión del agua en tiempos difíciles

“La falta de lluvias en el sur de Sudamérica durante este último verano llevó a que varias regiones de Argentina y también de Uruguay sufrieran su peor sequía en décadas”. Esta frase es el inicio de una noticia sobre pérdidas millonarias en ambos países en 2018 pero también es una historia que estamos viendo pasar de nuevo ante nuestros ojos.
La información de hace cinco años daba cuenta de pérdidas evaluadas en más de 3.900 millones de dólares entre ambos países, de los cuales 500 millones fueron pérdidas uruguayas, lo que lo convirtió al de 2018 en un desastre climático mayor al de 1999, cuando las estimaciones rondaron los 380 millones de dólares.
La situación era casi idéntica: la falta de lluvias afectó seriamente la actividad agropecuaria y otros sectores vinculados de la producción nacional.
Uruguay es un país que sufre de sequías periódicas, lo que tiene un impacto significativo en su población y producción agrícola. El déficit hídrico se produce cuando la cantidad de agua que se necesita para mantener la vida y el crecimiento de las plantas y los animales es mayor que la cantidad de agua disponible en un área determinada. Esto puede ser causado por la falta de precipitación, la evaporación excesiva, la sobreexplotación de los recursos hídricos y el cambio climático.

Hoy la debilidad hídrica ha llegado incluso a los principales centros urbanos del país debido a las dificultades del abastecimiento de agua potable a la población, razón por la cual el Directorio de OSE tomó medidas de emergencia y prohibió el uso no esencial del agua en la zona metropolitana y localidades de Lavalleja, Florida, San José, Colonia y Soriano, comunicando en las últimas horas la imposición de multas de 2 Unidades Reajustables (algo más de 3.000 pesos) a quienes incumplan.

A esto se suma, como en veranos anteriores, una serie de incendios forestales y de campo que tienen en vilo a las poblaciones locales y a los recursos humanos y materiales de la Dirección Nacional de Bomberos.

El diagnóstico es sombrío si se tienen en cuenta informes recientes, como el de Metsul que indica que “la peor zona del mundo en riesgo de sequía según los índices de estado de la vegetación de enero se concentra entre Argentina, Uruguay y Rio Grande do Sul, muestra el mapa de la NOAA para el seguimiento de la vegetación y la sequía en todo el planeta” agregando que “son tres años consecutivos de sequía en la región y la falta de lluvias se ha agravado aún más en los últimos meses con precipitaciones extremadamente escasas”. También Inumet señala que no es un fenómeno puntual ya que al menos en los últimos tres años hemos padecido graves sequías y la actual lleva ya varios meses, dado que en Uruguay se sufre desde el pasado mes de octubre.
Por otra parte, se registra una importante disminución de caudales en los principales cursos de agua y embalses que se usan como fuente de abastecimiento, se han secado tajamares y pequeños arroyos y cañadas y, para completar el panorama, en los departamentos en que en los últimos días algo ha llovido, las precipitaciones han sido insuficientes.

Las autoridades han sido explícitas respecto a las escasas reservas de agua para abastecimiento a la población en las zonas más densamente pobladas del país, algo prácticamente sin antecedentes.
A su vez, se trata de una medida tomada luego de detectar un consumo “pico”, de aproximadamente 700.000 metros cúbicos por día en Montevideo lo que da la pauta no solo del aumento real de la demanda por necesidades generadas por la reciente ola de calor, sino también de cierta falta de conciencia por parte de la población a la cual, para evitar males mayores, ahora se restringen los usos del vital elemento.
El sistema de abastecimiento de agua potable de la región metropolitana, que tiene como fuente el río Santa Lucía, cuenta con la planta de potabilización y bombeo en la localidad de Aguas Corrientes, la cual provee el agua que consume la capital del país y gran parte del departamento de Canelones, cubriendo las necesidades de aproximadamente 1.700.000 habitantes.

Es innegable que estas situaciones se ven influidas por el calentamiento global, que está cambiando el ciclo del agua en todo el planeta. En su tercer año consecutivo, La Niña intensificó en 2022 las sequías en América y produjo inundaciones en Asia y Oceanía según el Global Water Monitor Consortium, una iniciativa conjunta de varias organizaciones públicas y privadas de investigación y desarrollo dirigido por investigadores de la Universidad Nacional Australiana que ofrece algo así como una fotografía de la disponibilidad mundial de agua.

El mismo señala que las olas de calor extremas y sequías también están afectando a partes de Europa y China, donde ha habido sequías repentinas, que se desarrollan pocos meses después de olas de calor graves, causando caudales bajos en los ríos, daños agrícolas e incendios forestales. Si bien en la actualidad las condiciones de La Niña están remitiendo –y eso alienta esperanzas de que se vuelva a niveles normales de disponibilidad de agua– también es probable que veamos cada vez más olas de calor y sequías repentinas, entre otros efectos como los el derretimiento y desaparición de glaciares.
El 93% de la población de Uruguay vive en zonas urbanas, un 70% en zonas costeras, situación que lo hace vulnerable a los efectos de la variabilidad climática, como sequías, inundaciones, olas de calor, granizo, tormentas tornados, marejadas de tormenta y aumento del nivel de mar. Las inundaciones son cada vez más intensas y causan mayores daños tanto en las viviendas como en la infraestructura vial.

Es evidente que como ciudadanos es necesario ser más conscientes del estado de nuestros recursos hídricos y los eventos climáticos que ya no nos son ajenos y nos golpean la puerta y nos cierran, por ejemplo, el abastecimiento de agua.

Es necesario también que nuestros gobiernos nacionales y locales adopten estrategias de resiliencia que nos preparen para eventos adversos, como sequías, tormentas e incendios, que se espera que sean recurrentes en el futuro próximo y que, además, planifiquen adecuadamente y desarrollen las inversiones e infraestructuras necesarias para una mayor resiliencia. En particular, el agua es un recurso esencial, finito e insustituible que está cada vez más amenazado y que debemos gestionar con responsabilidad a nivel doméstico, industrial y agropecuario.