El largo camino de Ucrania a Taiwán

En febrero se cumplió el primer año de la invasión rusa a Ucrania, un hecho que ha marcado la agenda internacional desde entonces y cuya dinámica ha involucrado a diversos países europeos, los cuales han adoptado –en líneas generales– acciones concretas de colaboración con el gobierno ucraniano. En todo tiempo ha quedado claro que tanto la República Popular China como Corea del Norte han apoyado en forma más o menos abierta a los invasores rusos, posición violentista a la cual se ha sumado recientemente el presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva, en el marco de su visita al gigante asiático.

Si bien es verdad que la relación sinoestadounidense no ha sido fácil y ha recorrido diversas etapas en las cuales las tensiones y los episodios protagonizados por uno u otro país han estado en el orden del día, lo cierto es que en todos estos años no se ha producido un conflicto armado entre ambos. En un artículo del año 2019 divulgado en la publicación francesa “Le Monde”, el periodista Philip S. Golub señalaba que hasta algunas décadas atrás, “las élites políticas y económicas estadounidenses consideraban a China como un aliado más que como un rival y, sin duda, no como una amenaza. La República Popular China había hecho causa común con Estados Unidos a finales de la década de 1960 y en los años 1970, en torno al proyecto de contención de la Unión Soviética. Las relaciones diplomáticas quedaron establecidas el 1° de enero de 1979 y, menos de un mes después, el entonces presidente chino Deng Xiaoping emprendió un viaje de nueve días por Estados Unidos para celebrar el acontecimiento. En esa ocasión, según el periodista de The Guardian Jonathan Steele, el líder chino declaró que China y Estados Unidos tenían “el deber de trabajar juntos (…) y de unirse para oponerse al oso polar”. Durante la ceremonia en la Casa Blanca, la bandera roja china ondeaba con orgullo y, mientras sonaba la tradicional salva de diecinueve cañonazos, “una furgoneta de reparto de Coca-Cola rojo intenso pasaba cerca de allí (…), símbolo oportuno de los millones de dólares (…) que los impacientes empresarios estadounidenses esperaban amasar gracias al nuevo apetito de China por el comercio, la tecnología y los créditos estadounidenses”.

Desde entonces ha pasado mucha agua bajo del puente y hoy la República Popular China es un país de punta en todo lo relacionado con la tecnología y sus aplicaciones en las áreas de vigilancia, seguridad interna y defensa. Contrariamente a la Unión Soviética, que se encontraba fuera de la economía capitalista mundial, China se ha convertido en uno de sus componentes esenciales. Si bien China necesita del mercado norteamericano para colocar sus productos, año tras año resulta más claro que los avances tecnológicos del país asiático le otorgan una ubicación cada vez más preponderante en el contexto internacional y ello posibilita que progresivamente más países dejen de lado las presiones estadounidenses y abran sus fronteras a los productos de ese origen.
Como si esto fuera poco, Estados Unidos está perdiendo influencia en Arabia Saudí, un histórico aliado en Oriente Medio no sólo por su posición estratégica sino también por su producción petrolera. De acuerdo con el portal de noticias El Confidencial, “en un mundo de alianzas geopolíticas cambiantes, Arabia Saudí se está separando de la órbita de Washington. Los saudíes fijaron los niveles de producción de petróleo en coordinación con Rusia. Ahora, cuando han intentado aliviar las tensiones con su rival regional, Irán, los saudíes recurrieron a China para negociar un acuerdo, dejando a EE. UU. fuera de cualquier tipo de negociación”.

La influencia occidental sobre el cártel del petróleo, en otras palabras, está en su punto más bajo en décadas. ¿Qué pasó entre EE. UU. y Arabia Saudí? En 2018, el columnista del Washington Post y disidente saudí Jamal Khashoggi fue asesinado en el consulado saudí en Estambul. En 2019, Biden, entonces candidato presidencial, amenazó con convertir a Arabia Saudí en un estado paria y detener la venta de armas. En 2021, a principios de su presidencia, Biden publicó un informe de inteligencia que evaluaba que el príncipe heredero Mohammed, el gobernante de facto del reino, era responsable del asesinato de Khashoggi.

Ahí comenzó el giro de Arabia. El país árabe dejó de mirar a EE. UU. para poner sus ojos en Rusia, país con el que ya mantenía una relación petrolera. Y para completar el movimiento, China se ha convertido en un apoyo político clave para alcanzar la estabilidad en la zona.
En forma sigilosa, y mientras rusos y ucranianos combaten ferozmente, China se ha posicionado no sólo en Medio Oriente sino también en sus propias costas, aumentando la tensión en relación con Taiwán, un territorio al cual los chinos consideran parte de su país. Los recientes incidentes militares tanto chinos como estadounidenses en esa zona y las declaraciones de sus respectivos diplomáticos han elevado la temperatura política y militar en esa parte del mundo. Un escenario de enfrentamiento militar por Taiwán podría significar un duro revés para las fuerzas armadas norteamericanas.

Ian Easton, un experto en asuntos sobre Taiwán que ha dirigido un informe de varios autores titulado “El mundo después de la caída de Taiwán”, del Pacific Forum, describe en dicho documento dos escenarios de “pesadilla” para Estados Unidos. El primero sostiene que Taiwán sucumbe ante una invasión del Ejército Popular de Liberación de China sin intervención armada de Estados Unidos, mientras que el segundo escenario describe una Taiwán asaltada y ocupada por Pekín pese a la participación tardía de Estados Unidos y sus aliados regionales. (…) El segundo planteamiento es una derrota de Taiwán tras una guerra en la que un ejército chino bien adiestrado y equipado es capaz de someter a EE. UU. y sus aliados.

Easton sugiere que Washington experimentaría el 50 por ciento de bajas de sus efectivos tras llegar a Taiwán y que la mayor parte de la Flota del Pacífico es hundida por el enemigo. La caída de Taiwán sería el último clavo en el ataúd de EE. UU. como potencia hegemónica de las últimas décadas. Según Easton, no solo significaría “la destrucción de Taiwán como país libre e independiente”; también socavaría la percepción de Estados Unidos como líder mundial mientras que “China sería vista como la nación más poderosa del mundo y el motor principal del siglo XXI”. “Sería un evento traumático y catastrófico en la historia de la política exterior estadounidense”.

En un mundo en el cual surgen (o resurgen) impulsos nacionalistas en todos los continentes, es de esperar que la invasión de Ucrania no sea tomada por la República Popular China como una prueba de hasta dónde se comprometerían los países occidentales (especialmente los europeos) para defender a Taiwán en caso de que sea atacado. Ucrania y la propia Rusia están lo suficientemente cerca de muchas capitales europeas como para justificar la preocupación de sus gobernantes.

El caso de Taiwán es diferente y seguramente no despertará el mismo compromiso europeo ya que existe un largo camino desde Ucrania hasta esa pequeña isla asiática, el cual seguramente Estados Unidos deba recorrer solo y al final del cual lo estará esperando la República Popular China.