Escribe Ernesto Kreimerman: Frente al avance de la tecnología, más educación

Aún tengo presente el rostro sonriente de mi profesor, allá a principios de la década de 1980, “la computadora es una idiota a la que hay que darle las órdenes correctas y necesarias para que haga algo inteligente, que es lo que necesitamos hacer”. La afirmación, así enunciada, asigna roles y responsabilidades, más allá de su apariencia petulante. En verdad, desnudaba el enorme desafío que el conocimiento tendría por delante, y que cuarenta y algún año después, cobra más valor y significado.

Al cabo de tanto tiempo, el conocimiento acumulado es el resultado de una combinación de dedicación humana e inversión económica, planificación y azar. En todo ello ha jugado un papel inmenso el tesón, la perseverancia y el deseo de superación.

De aquellas personal computer de doble disquette flexible hasta estas de hoy de infinita capacidad de almacenamiento, ha pasado mucha agua bajo el puente. En aquellas sorprendentes XT, el tiempo que a “ella” le insumía guardar un archivo del procesador de textos permitía, sin estrés, cebar y tomar nuestro amargo mate, sin interrumpir nuestra labor. Es que mientras la XT se abocaba a la labor de “salvar” el archivo no podía hacer otra cosa, y ese impasse, al matear, como que se volvía productivo. Para decirlo con un poco de humor, nada de caminar y mascar chicle al mismo tiempo.

Hoy, de aquella XT queda sólo el recuerdo entre quienes fuimos sus usuarios. Es que nuestras notebooks de hoy han alcanzado un grado de sofisticación y amigabilidad increíbles. Pero el desafío para el usuario sigue siendo el mismo; aprender a darle órdenes… o como más poéticamente lo escribiera Gustavo Adolfo Bécquer, dominar el rebelde mezquino idioma.

Internet para todos

Entre los años 1950 y 1960 comienzan a surgir las primeras y modestas redes de computadoras, vinculadas a las reservas aeroportuarias, a la aeronáutica, a los sistemas de defensa y control militar. Entrados los años ‘60, irrumpía la tecnología de los semiconductores y más tarde el concepto de computadoras huéspedes y servidores, o por su denominación en inglés, hosts y servers.

Aunque los orígenes de Internet hay que rastrearlos en tiempos de la guerra fría, año 1969, la popularidad de la “red de redes” se demoraría hasta llegados los años noventa. Con esta red se logró la primera conexión a distancia entre computadoras que pertenecían a tres diferentes universidades de California. En los años siguientes, a esa red fueron sumándose otras universidades, think tank e instituciones gubernamentales.

En aquellos años, se fueron produciendo importantes avances que explotarían en la década de 1990, cuando se adopta para la red el término Internet, interconnected networks… o por aquello de las dos bibliotecas International net. Pero el Salto, con mayúsculas, sobreviene con la World Wide Web, conocida en su momento como la “telaraña mundial”, un desarrollo del inglés Tim Berners-Lee y el belga Robert Cailliau, en el ámbito del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (Historia de Internet, Edición octubre 2020).

Aquello fue la respuesta a “la necesidad de idear un sistema de recuperación de la enorme cantidad de información disponible en la entonces naciente Internet, vinculando información lógica y contenido textual programado en “etiquetas” que, después, un programa intérprete era capaz de “leer” y desplegar la información”.

Es la hora de los “buscadores” o browsers, que derivarían en los navegadores. Tiempos del Netscape. Con esto, y a partir de entonces todas las innovaciones, se abrió la Internet al universo de los usuarios no especializados. Y cada innovación hacia una mayor sofisticación y amigabilidad, más universalización de usuarios.

La utopía y la ética

Es cierto, en los últimos años algunos conceptos vinculados al arte de lo intangible, de principios “altruistas”, asociados a “cosa buena”, han sido rescatados, introducido al lenguaje cotidiano de la mano (o so pretexto) de resignificar significados y contenidos. Y aunque no es el propósito de esta columna de hoy asumir esta deriva, se trata de un discurso fuertemente ideológico, profundo y asimétrico.

La red, en su etapa de expansión inicial, entrados los años ‘90, además del atractivo de lo nuevo, de lo cosmopolita, de la compartibilidad del conocimiento, de la generosidad intuitiva y recíproca, cayó en la tentación de la plata fácil. Fue el boom de las “punto.com”. Conceptualmente, fue el fin de la mirada romántica de la red y la consagración de la monetización o rentabilización. Navegar se fue transformando en algo casi tenso; un territorio intangible lleno de tiburones y novedosos carnívoros, y aunque aún hoy el mundo de la red siga siendo mágico, también es un espacio liberado para la violencia y la estupidez humana, con casi total impunidad.

La inteligencia artificial

Internet ha crecido de manera exponencial a fuerza de empujes tecnológicos y marquetineros. En esa línea, ésta es la era de esa cuestión denominada “inteligencia artificial”.

Fuera de esa faceta algo banal de apelar a la inteligencia artificial para “rendir” exámenes o preparar documentos, acotemos el laxo concepto: la inteligencia artificial automatiza el aprendizaje y descubrimiento repetitivos a través de datos. Específicamente, la investigación humana sigue siendo fundamental para configurar el sistema y hacer las preguntas correctas.

El punto central es que toda industria tiene, latente, una alta demanda de recursos de inteligencia artificial. En la atención a la salud, en la venta al por menor, en la manufactura, en la banca digital que en un futuro será toda la banca, incluso en nuestro país.

La opción de que la inteligencia artificial nos reemplace o nos haga más imprescindibles, tiene que ver con el enfoque con el que se la enfrente o incorpore. Si la encaramos desde la educación, desde la formación, ella aumentará nuestras habilidades y nos potenciará. Pero sin formación ni educación, seremos simples usuarios, y estaremos muy disminuidos.

Por ello, frente al avance de la tecnología, más educación. Lo contrario sería suicida.