“No me pagan por pensar”

Cada día es más común escuchar en los lugares de trabajo la frase “no me pagan por pensar”, la cual se ha transformado, lamentablemente, en un santo y seña de los uruguayos y cuyo uso generalizado hace pensar si no terminará por incluirse en el escudo nacional, en el himno nacional o suplantando el heroico “Libertad o Muerte” de la bandera de los Treinta y Tres Orientales.

Quienes cultivan esta pobre práctica laboral rinden pleitesía a diversas deidades de las cuales muchas personas se han vuelto devotos creyentes y aplicados fieles que cumplen a rajatabla sus empobrecidos mandatos: la mediocridad, la apatía, el desgano, la rutina, entre otras. No son capaces de tratar de superar su propio desempeño para poder avanzar, no sólo en su trabajo, sino también en la vida misma. Lo peor, claro, es que a través de su ejemplo y de sus palabras transmiten a sus hijos esta filosofía nefasta, dando a luz a una nueva generación de mediocres. Todo ello envuelto en un manto de rutina, la cual, como señalara en su momento el escritor y filósofo argentino José Ingenieros “es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los siglos. No es hija de la experiencia; es su caricatura. La una es fecunda y engendra verdades; estéril la otra y las mata”.

De acuerdo con el portal Signficados.com, la palabra mediocre proviene del latín mediocris que significa “medio” o “común”. Etimológicamente está compuesto por el vocablo medius, que expresa “medio o intermedio”, y ocris, que significa “montaña o peñasco escarpado”, por lo que indica algo o alguien que se queda a mitad del camino siendo la cima de la montaña el destino final. En el caso del mediocre es su propia montaña la que le impide avanzar. Quienes reivindican que no se les paga para pensar se niegan a poner su experiencia o su conocimiento (por escaso que sea) al servicio de algo. Es más, renuncian a su propio potencial y a la sinergia que podrían generar con ellos mismos y con sus compañeros de trabajo, sin mencionar la peor de las consecuencias: voluntariamente renuncian a pensar, se sienten orgullosos de eso y lo reivindican a los cuatro vientos a quienes quieran escucharlos.

Como lo ha expresado la periodista y escritora española Esther Peñas “Una nueva pandemia parece haber llegado hasta nosotros: la implacable ola de lo mediocre. (…) Convierta esa sonrisa encantadora en una mueca; guárdese sus ideas brillantes, ya no interesan; no trate de ser gracioso ni destape su carisma, carecen de público alguno; su talento, su virtuosismo, su destreza para cualquier disciplina no puntúan, ni asombran, ni fascinan: es la sombra de la mediocridad. Bienvenido al imperio de los mediocres. (…) Se trata de no destacar si queremos llegar a ser alguien. Con mucha retranca, el escritor Somerset Maugham decía que ‘solo una persona mediocre está siempre en su mejor momento’. No actúa y, por tanto, no se equivoca. No contradice y, por tanto, no se enfrenta a nada ni a nadie. No enjuicia y, por tanto, obedece. (…) En 1961, Kurt Vonnegut, autor norteamericano de ciencia ficción, firmó el relato Harrison Bergeron, un texto distópico y satírico que comienza diciendo: ‘En el año 2081, todos los hombres eran al fin iguales. No solo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos”.

Claro que el mundo ha cambiado dramáticamente en los últimos años y cuenta con un nuevo actor en escena cuya irrupción ni José Ingenieros ni el desdichado Sísifo podrían haber imaginado: la inteligencia artificial. El ChatGPT es una muestra de ello ya que se trata, de acuerdo con el especialista español Yúbal Fernández de una inteligencia artificial que está entrenada para mantener conversaciones mediante preguntas convencionales. (…) Es un modelo con más de 175 millones de parámetros, y entrenado con grandes cantidades de texto para realizar tareas relacionadas con el lenguaje, desde la traducción hasta la generación de texto. A una inteligencia artificial se la entrena a base de texto, se le hacen preguntas y se le añade información, de manera que este sistema, a base de correcciones a lo largo del tiempo, va ‘entrenándose’ para realizar de forma automática la tarea para la que ha sido diseñada. (…) Sus algoritmos deberían ser capaces de entender lo que le estés preguntando con precisión, incluyendo adjetivos y variaciones que añadas en tus frases, y de responderte de una manera coherente”. Así las cosas, los trabajadores que reivindican con orgullo su decisión de no pensar estarán obligados a hacerlo ya que su nuevo compañero de trabajo no perderá tiempo en escucharlo ni en dejarse influenciar por su repetitivo lamento carente totalmente de un rasgo de intelecto: “el nuevo” de la oficina o de la fábrica será una máquina que no se enferma, no se lleva mal con sus compañeros, no finge estar enfermo para no ir a trabajar, trabaja 24 horas por día durante todo el año y además no hay pagarle salario, aguinaldo, salario vacacional, horas extras y otros muchos rubros laborales. Quien no se adapte, a la corta o a la larga será suplantado por un automatismo, ya sea mecánico, electrónico o de Inteligencia Artificial. Al fin y al cabo, esas personas que se justifican a sí mismas repitiendo como un mantra la frase “a mí no me pagan por pensar” deberían preguntarse: ¿y por qué te pagan? ¿Qué es lo más valioso que puedes aportar para justificar el salario, y lo cual te hace una pieza clave insustituible?

El avance vertiginoso de las tecnologías trae consigo grandes desafíos para el ámbito laboral. El conocimiento, la inteligencia y principalmente la disposición para el trabajo así como la adaptabilidad y flexibilidad ante los cambios son –al menos por ahora– el diferencial que hace valiosa a una persona determinada en una empresa. No sabemos a hacia dónde nos llevarán todos estos cambios que por ser tan radicales y rápidos hacen casi imposible de vaticinar las reales consecuencias que traerán. Pero lo que sí se puede tener certeza es que todo aquel que se aferre a la rutina como modo de vida la encontrará muy difícil en el mediano plazo y su puesto tarde o temprano será ocupado por una máquina o un software, o en su defecto por cualquier otro trabajador que hará lo que él no quiera hacer, y por menos dinero; porque gente es lo que va a sobrar.