El proceso de reconversión hacia la movilidad eléctrica plantea desde ya grandes desafíos al orden mundial, habida cuenta de que gradualmente se ingresa al ciclo de reducir sistemáticamente la dependencia del petróleo, que dura décadas ha reinado en el mundo de la energía a partir del advenimiento de los motores a explosión.
La preservación de los recursos naturales, el uso de energías limpias y renovables, la descarbonización del planeta, el acceso a fuentes de energía lo más baratas posibles, la sobreexplotación de los energéticos fósiles, son elementos de una ecuación que presenta todavía muchas incógnitas a despejar y que depende no solo de los avances tecnológicos, la investigación y el desarrollo, sino también de avatares políticos, que condicionan muchas veces las mejores decisiones para dirigirlas hacia la necesidad de superar urgencias y atender la preocupante realidad del momento.
Así, la guerra desatada por Rusia al invadir Ucrania, ha dado la pauta de que la dependencia del gas natural ruso es por esencia un arma política, y en el Viejo Continente la respuesta ha sido en buena medida incrementar los porcentajes del uso de energéticos fósiles para sobrellevar la crisis y por lo tanto dar temporalmente la espalda a los programas de reconvertir la matriz energética hacia la electricidad y eventualmente el hidrógeno, entre otras posibilidades.
Igualmente, los programas de electrificación del transporte siguen en marcha, porque de lo que se trata es de su desarrollo a mediano y largo plazo para reducir la dependencia del petróleo y los energéticos fósiles, con plazo ya de agotamiento y su enorme cuota de contaminación del medio ambiente.
El vehículo eléctrico es todavía una opción cara, mucho más limitada en cuanto a autonomía y versatilidad que los motores movidos por petróleo, pero junto con el hidrógeno verde es posiblemente la apuesta más viable para el futuro inmediato.
Pero, no hay energía gratis ni que resulte una opción indiscutible, y que a su vez no acarree otros retos para su implementación masiva, y la movilidad eléctrica presenta un escenario hasta ahora inédito para la humanidad, pero que debe encararse y resolverse tanto desde el punto de vista de la tecnología como de la política, a partir del aspecto clave de la disponibilidad de recursos y de cómo se maneja el mercado.
El punto es que los grandes productores, las multinacionales, los países, necesitan materiales para la fabricación de los vehículos eléctricos, y por cierto, a medida que el mundo cambia a fuentes de energía más limpias, el control sobre los insumos necesarios para impulsar esa transición sigue en disputa.
Hay que tener en cuenta que desde hace décadas, un grupo que incluye a los mayores productores de petróleo del mundo ha mantenido una gran influencia sobre la economía mundial, con preeminencia del gran consumidor y productor que es Estados Unidos, pero con la impronta de las decisiones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que determina lo que los consumidores pagan en el surtidor.
Pero en los vehículos eléctricos, el horizonte aparece distinto, y en este momento, China domina el procesamiento mundial de los minerales críticos, que tienen gran demanda en la actualidad, para fabricar baterías para vehículos eléctricos y almacenar energía renovable. En un intento de adquirir más poder sobre esa cadena de suministro, precisamente las autoridades estadounidenses han empezado a negociar una serie de acuerdos con otros países para ampliar el acceso del país a minerales importantes como el litio, el cobalto, el níquel y el grafito.
Los gobernantes de Japón, Europa y otras naciones desarrolladas, que se reunieron recientemente en Hiroshima, coinciden en que la dependencia mundial con China para el procesamiento de más del 80 por ciento de los minerales deja a sus naciones vulnerables a la presión política de Pekín, un gobierno conocido por usar las cadenas de suministro como un arma estratégica en tiempos de conflicto.
Los líderes del Grupo de los Siete, G7, reafirmaron la necesidad de gestionar los riesgos ocasionados por las vulnerables cadenas de suministro de minerales y construir fuentes más resistentes. Estados Unidos y Australia anunciaron una alianza para compartir información y coordinar normativas e inversiones para crear cadenas de suministro más responsables y sustentables.
Sin embargo, buscar la manera de acceder a todos los minerales por los países que dominan la economía mundial seguirá siendo un reto. Muchas naciones ricas en minerales tienen normativas medioambientales y laborales deficientes. Y, aunque los discursos del G7 hicieron hincapié en las alianzas y las asociaciones, los países ricos siguen, en esencia, compitiendo por recursos escasos.
Japón firmó un acuerdo de minerales críticos con Estados Unidos y Europa está negociando uno. Pero, al igual que Estados Unidos, esas regiones tienen una demanda de minerales críticos para abastecer sus propias fábricas mucho mayor que los suministros disponibles, a la vez que es un hecho que más allá de las alianzas, los países aliados mantienen una importante asociación en el sector, pero que también son, en cierta medida, competidores comerciales.
Ya Indonesia, el mayor productor de níquel del mundo, propuso la idea de asociarse con otros países ricos en recursos para formar una asociación de productores similar a la OPEP, un acuerdo que intentaría trasladar el poder a los proveedores de minerales.
En el caso de Estados Unidos, funcionarios gubernamentales están de acuerdo en que obtener un suministro seguro de los minerales necesarios para alimentar las baterías de los vehículos eléctricos es uno de sus desafíos más apremiantes. Las autoridades estadounidenses afirmaron que solo el suministro mundial de litio debe aumentar 42 veces para 2050 para satisfacer la creciente demanda de vehículos eléctricos.
Aunque las innovaciones en las baterías podrían reducir la necesidad de ciertos minerales, por ahora el mundo se enfrenta a una dramática escasez a largo plazo, según todos los cálculos. Y y en economía escasez es sinónimo de caro. Muchos funcionarios afirmaron que la dependencia de Europa de la energía rusa tras la invasión de Ucrania es un buen ejemplo del peligro de las dependencias en el exterior.
Además la demanda mundial de estos materiales desencadenó una ola de nacionalismo de recursos que podría intensificarse. Además de Estados Unidos, la UE, Canadá y otros gobiernos también han creado programas de subvenciones para competir mejor por nuevas minas y fábricas de baterías, mientras países como Indonesia han venido aumentando las restricciones para la exportación de níquel en bruto y están exigiendo que primero se procese en el país. Chile, un importante productor de litio, nacionalizó su industria de ese metal en un intento de controlar mejor el desarrollo y la explotación de sus recursos, al igual que Bolivia y México.
Paralelamente, las empresas chinas siguen invirtiendo fuertemente en la adquisición de minas y la capacidad de refinación en todo el mundo, según destaca la analista Ana Swanson en un artículo de The New York Times.
El punto es que en general hay verdadera preocupación por el impacto que la escasez de materias primas pueda tener en los precios de las baterías. Las empresas mineras y de reciclado ya están actuando ante la suba de precios, pero igualmente, las incógnitas subsisten, y pese a que todo indica que estamos ante un proceso irreversible hacia la movilidad eléctrica, el camino no está despejado de dificultades ni mucho menos, y habrá muchas vicisitudes a superar para la masificación que tanto se espera.