Sin lugar a duda el agua es un recurso vital para la vida humana y de ello deriva su necesidad primaria, así como el imperativo de proteger sus fuentes y la calidad de la misma. En un mundo cada vez más celoso de los recursos naturales, el cuidado del agua ha dado lugar al surgimiento de discursos extremistas que carecen completamente de sentido común y que son algo así como “los terraplanistas del agua” a los cuales solo les falta decir, parafraseando al diputado César Vega, que el agua está imantada… Bueno, en realidad el presidente argentino y profesor universitario de Derecho Alberto Fernández ha estado muy cerca de eso, la última vez cuando aseguró que las napas de agua subterráneas de Uruguay se secaron o están altamente contaminadas de sal. Las declaraciones presidenciales no sorprenden tanto puesto que un objetivo especial de ese fanatismo irracional está centrado en el llamado Sistema Acuífero Guaraní (SAG).
Según el Instituto Geográfico Nacional de la República Argentina, el SAG “es uno de los reservorios de agua subterránea más grandes del mundo”. (…) Ocupa “un área de alrededor de 1.100.000 kilómetros cuadrados” (…) y se extiende “desde la cuenca geológico – sedimentaria del Paraná hasta la cuenca Chacoparanaense”. Por sobre el área del SAG se ubican “cuatro países: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. La población del área asciende a 23.500.000 habitantes, de los cuales unos 9.000.000 se abastecen del acuífero. El agua es utilizada principalmente para la provisión humana y de industrias, y en menor grado para explotación como termas. El país que más lo utiliza es Brasil: allí el SAG abastece entre 300 y 500 ciudades”.
Un día sí y otro también escuchamos hablar de que en nuestro país “se están robando el agua”, un discurso que casi siempre viene atado a la actividad empresarial (supuestamente la eterna culpable de todos los males de la Humanidad, junto con el “capitalismo”, por supuesto) y que incluye obviamente a las empresas forestales instaladas en nuestro país; aunque aún seguimos esperando la aparición de los peces de tres cabezas y el exterminio de las poblaciones de Fray Bentos y Gualeguay chú que presagiaban los ambientalistas. Pensamientos tan fuera de la realidad como los que señalan que la forestación es la culpable de que se haya secado el río Santa Lucía, cuando es bien sabido que las plantaciones quedan a kilómetros de dicho curso y jamás podrían afectar las aguas superficiales de ese río.
Lo cierto es que muchas actividades que constituyen el sustento económico y social de la región que comprenden el Acuífero Guaraní podrían generar riesgos para el mismo. Uno de ellas es la actividad termal. De acuerdo con el Instituto Argentino de Recursos Hídricos (Iarh) “hoy, la provincia (Entre Ríos) ya cuenta con más de diez perforaciones”. La geógrafa argentina María Fioriti advirtió hace algunos años que en las piletas termales, por ejemplo, “se generan hongos que van a parar al subsuelo con las aguas servidas y del vaciado de las piletas y pozos ciegos, en zonas sin cloacas”. Más allá que parece poco serio pensar que los vertidos superficiales pudiesen contaminar el agua subterránea a 1.300 metros de profundidad –sin dudas un filtro natural formidable, millones de veces más efectivo que cualquier purificador de agua que la Humanidad pueda siquiera imaginar–, sería interesante saber si los paladines del ambientalismo extremo pedirán el cierre de los centros termales argentinos y sobre todo saber si saldrán de su bolsillo los recursos necesarios para solventar el desempleo, la caída de recaudación fiscal y la emergencia social que ello llevaría aparejado.
La actividad agropecuaria es también juegan también un importante papel en lo que tiene que ver con el uso del agua. De acuerdo con la fundación española Acquae, la huella hídrica que dejamos al consumir determinados productos también deben ser considerados. Los números hablan por sí solos: Si hablamos de medio kilo de mantequilla, se necesitan unos 2.700 litros de recursos hídricos para su producción; para medio kilo de queso, 2.500 litros; para una hamburguesa, unos 2.400 litros; y para una bolsa de patatas fritas, 185 litros”. (…) “En el grupo de las bebidas, la leche es la que, sin duda, más agua necesita para su producción: 1.000 litros para generar un litro de leche. 840 litros de agua para producir una jarra de café; 720 litros, para una botella de vino”, etcétera.
Así las cosas deberíamos preguntarles a los ambientalistas extremos cual sería el futuro de nuestro departamento y nuestro país si no podemos producir carne, leche, vegetales, celulosa, cítricos, lácteos, cerveza e hidrógeno verde, visitar las termas o recibir visitantes en las mismas e incluso tomar mate, otra actividad que también deben considerar predatoria. Seguramente en ese caso los problemas serán muchos más graves que el gusto salobre en el agua capitalina.
Por otra parte el cálculo es engañoso, porque en los hechos el agua que se necesita para producir los alimentos no se pierde; entran en el llamado “ciclo del agua” que nos enseñan en la escuela, de evaporación, lluvias y vuelve a la superficie como líquida, escurriéndose por cañadas, arroyos y ríos penetrando en las napas hasta llegar a las profundidades de la tierra.
El agua es un recurso, sin dudas muy importante y que hay que preservar, pero también hay que poner “cabeza” antes de ponerse tremendistas. Por ejemplo, cuando algunos levantan la voz apocalíptica por el uso que se le dará para producir hidrógeno verde. ¿Cuánto representa la explotación para la fuente? ¿Cuál sería su real impacto? Los números fuera de contexto pueden abrumar al lector –“millones de litros al día”– pero si los analizamos respecto a la capacidad fuente pueden resultar insignificantes. Es el caso del proyecto en nuestra ciudad, que extraería menos de un millón de litros de agua del paterno por día. ¿Es mucho? Pues para el río Uruguay, es prácticamente nada; ¡eso es lo que pasa cada 0,25 segundos frente a Paysandú en promedio! En el caso del acuífero guaraní, de donde “se abastece de agua potable unos 9 millones de personas”, cabe recordar que casi toda esa población es brasilera y o argentina. La incidencia de Uruguay es ínfima, en primer lugar porque nuestro país está casi “en el borde” de acuífero, y además porque todas las poblaciones uruguayas se proveen de aguas superficiales. El proyecto de hidrógeno verde equivaldría a sumar en Uruguay un pueblo chico a toda esa masa de brasileros –donde hay 500 poblaciones “chupando” del acuífero– y argentinos que si nos ponemos extremistas, diríamos que “nos están robando el agua potable”.
Los discursos ambientalistas extremos son muy lindos, suenan políticamente correctos y generan suculentas financiaciones internacionales que “no se las lleva el agua” sino que van a parar a los bolsillos de esos “abnegados luchadores”, pero la realidad es otra cosa. Lo que realmente se precisa es proteger con “pienso” y sentido común nuestros recursos ambientales sin crear desempleo ni cierre de empresas. → Leer más
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