La paz en América Latina y el caso uruguayo

El Índice de la Paz Global 2023 es un documento de 98 páginas publicado anualmente por el Instituto para la Economía y la Paz desde hace 17 años, donde se analizan las situaciones de inseguridad en el mundo. Y nuevamente América Latina se ubica entre las regiones más inseguras a nivel global. No obstante, hay algunos casos aislados como Uruguay, Costa Rica, Argentina o Chile.

El caso uruguayo se destaca en el informe. “Uruguay sigue siendo el país más pacífico de Sudamérica por cuarto año consecutivo, y es el único al sur Estados Unidos que figurará entre los 50 países más pacíficos globalmente”. No obstante, no son todas loas: “Uruguay también sufrió un deterioro en la inestabilidad política en 2022” que fue “impulsado por aumentos en manifestaciones de violencia y la tasa de encarcelamiento”.

Los “menos pacíficos” son Colombia y Venezuela, seguido por Brasil y Haití, entre otros. El primer caso sufre los embates de la violencia por desplazados y refugiados, con un deterioro e impacto en su economía, a pesar de haber dado un giro a la izquierda por primera vez en su historia, con Gustavo Petro. Las mafias del narcotráfico y los grupos armados disidentes afectan a los grupos más vulnerables como indígenas o campesinos.

Venezuela es la peor evaluada, en el lugar 140. De hecho, el costo económico del régimen de Nicolás Maduro impacta en casi 67.000 millones de dólares o más de 2.000 dólares per cápita. Allí cerca, a pesar de una mejoría, México registra 80 homicidios diarios y los grupos criminales representan desde hace tiempo una amenaza a la paz interna.
Con las mejoras en algunos índices de países ubicados en el centro y la zona caribeña, el continente se proyecta como la región con la tasa media de homicidios más alta del mundo.

El Salvador se ubica junto a Israel entre los países con mayores descensos de la tasa de asesinatos. En 2015 registraban 103 cada 100.000 habitantes y están desde el año pasado –con tendencia al descenso en el caso salvadoreño– en 7,8 por 100.000 habitantes.

Y mientras este índice global señala que Uruguay tiene una tasa de homicidios de 8,9 (más alta que Argentina con 4,2 y Estados Unidos con 6,8), en el Parlamento nacional se comparan barrios con países.

Eso ocurrió en la Cámara de Diputados, durante la interpelación al ministro del Interior Luis Alberto Heber. Allí se expuso que en el barrio Peñarol, de Montevideo, ocurre un promedio de 60 homicidios cada 100.000 habitantes, cuando en Venezuela son 40,4, en Honduras 35,8, en Colombia 26 o en México 25,2.

Seguramente, si nos acostumbramos a contextualizar de esta forma, diríamos que Francia tiene hoy uno de los índices más elevados de violencia porque solo en la noche del viernes detuvo a 1.300 personas por los disturbios en su capital, a raíz de la muerte de un adolescente. Claramente, el contexto es adverso pero la comparación resulta oportunista.

La publicación reconoce a lo largo de sus páginas que la paz mundial se deterioró durante el año pasado y lo hace por octavo año consecutivo. Lo define de esta forma: “el número de personas que han muerto a causa de conflictos en todo el mundo en el último año es el más alto de este siglo (desde el genocidio de Ruanda) y más de la mitad de los países del mundo (56%) están involucrados en conflictos externos”.

El contexto universal se deteriora y no lo hace sólo por la invasión rusa en Ucrania. Aún hay países donde ser gay es sinónimo de condena a muerte, tanto como para una mujer que resuelva quitarse el hiyab. Y es muy probable que nuestra mirada autosuficiente considere que en este hemisferio eso es historia superada. Es que en estos confines tan democráticos, donde acabamos de conmemorar 50 años del Golpe de Estado y una Huelga General, se grita fuerte “nunca más”. Sin embargo, esa afirmación tan contundente medio siglo después, debe abarcar el aprendizaje que quedó de aquellos hechos y ubicarla en un contexto más abarcativo.

Porque las democracias, como se observa en el mapa trazado en el informe, están continuamente exigidas. La última interpelación por más de 24 horas al ministro del Interior, Luis Alberto Heber, por parte de la oposición fue una muestra del deterioro del debate en la clase política.

Las horas transcurrieron durante la mayor parte de la interpelación, con análisis fuera de tema y exposiciones que sólo alargaron la discusión entre los presentes. La conclusión era, en definitiva, lo esperado por sus interpelantes. Era posible que ganara el agotamiento y era aún más obvio el desenlace.

La población ya sabe que la inseguridad ciudadana aumenta desde hace varios años porque lo padece. Y eso ocurrió bajo el influjo de las redes del narcotráfico que empezó en los países ubicados más arriba, tal como lo detalla el Índice de la Paz Global. Su extensión a lo largo y ancho de América Latina, con la consecuencia de un incremento en el microtráfico y la instalación de bocas de expendio en los barrios, fue más rápido que las acciones de los sucesivos gobiernos. Y, cuando empezó a degradarse en la ocurrencia de delitos violentos, esos barrios que se muestran como ejemplo ya estaban tomados por la delincuencia.

Todo lo demás, forma parte del discurso partidizado al mejor estilo electoral. Porque la degradación social de algunas poblaciones de extrema vulnerabilidad es un proceso que lleva años. Y alcanza con salir a las márgenes para ver que no es el resultado de una sola administración.

Esta interpelación fue una muestra, también, de que la democracia puede usarse para manipular los criterios de análisis de las cuestiones sociales. Ese camino sinuoso entre la costumbre de manejar la posverdad, casi que en cualquier tema, lleva consigo el peligro de perder la costumbre al debate limpio. Porque, en definitiva, son todas interpretaciones de los hechos.

Hay un espacio de corresponsabilidad que no ha sido analizado aún. Porque lo visto durante más de 24 horas fue una suerte de esgrima. Está claro que la población no puede esperar maravillas de todo del sistema político, pero sus representantes deben estar a la altura de la circunstancias.