Fronteras difusas

Esta semana que concluye nos dejó algunas historias que llaman a la reflexión sobre los riesgos de los tiempos en que vivimos, en los que las barreras entre realidad y ficción aparecen cada vez más difusas gracias a las proezas de la inteligencia artificial, pero también a las torpezas de la inteligencia natural.

Una de estas historias es la protagonizada por Emily Pellegrini. Esta italiana, de 21 años, es una modelo que no existe: una muchacha creada por inteligencia artificial que comparte contenidos a través de su cuenta en Instagram y en otra red de contenido pago para adultos. Lógicamente son ilustraciones y videos sumamente realistas que reciben miles de likes (me gusta), pero además de ello ha recibido también en los comentarios y a través de mensajes directos propuestas e invitaciones “serias” de parte de los usuarios de estos servicios. La influencer logró generar (para sus creadores) ingresos cercanos a los 10 mil dólares en tan solo seis semanas, por la compra de accesos al contenido que ofrece a través de la plataforma Fanvue, que de hecho funciona en base a contenido realista generado digitalmente, cuya cuota de suscripción mensual es de aproximadamente nueve dólares. El asunto fue objeto de un artículo publicado en el New York Post y luego replicado a lo largo y ancho del mundo.

Pero la historia más llamativa, por el alcance que ha cobrado y por las secuelas, es la de Geraldine Fernández, una joven colombiana que se jactó de haber participado en la última película animada del prestigioso estudio japonés Ghibli. Se trata de El Niño y la Garza, dirigida por el legendario Hayao Miyazaki, ganadora de un premio Globo de oro (la primera de habla no inglesa en lograrlo) y candidata a hacerse con el Oscar este año. La chica, ilustradora y diseñadora, empleada de una empresa dedicada al vidrio en la ciudad de Barranquilla, en la costa caribeña, afirmó haber participado en el filme dibujando a distancia buena parte de la película. Posiblemente la afirmación la haya hecho inicialmente en un círculo reducido, pero trascendió rápidamente al punto de volverse muy pronto una celebridad en su país. Solo que tan rápido como se hizo conocida cayó después en el fango, al desacreditarse su historia. En el transcurso, también afectó la credibilidad de algunos prestigiosos medios de comunicación, de la empresa en que trabajaba y hasta de una universidad a la que fue convocada a dar una conferencia.

Inicialmente dijo haber realizado unos 25.000 fotogramas (frames) del filme animado y que toda la parte inicial, más de 10 minutos, fueron hechos por su trazo. La historia fue tomada por un diario regional, El Heraldo, que se comunicó con la supuesta artista y amplificó su relato, que fue sumando detalles de una estadía en Japón durante la que se forjó el supuesto vínculo con el director que luego habría propiciado esta participación a distancia en la película. En el transcurso de esa entrevista se sumó al relato un supuesto llamado del director para felicitarla tras la obtención del reconocimiento. Fue el público el que empezó a descreer de la historia relatada por la mujer y a cuestionar el trabajo realizado por el periódico en el chequeo de la veracidad de la información publicada, es decir, de lo que la muchacha afirmaba haber hecho. En principio su nombre no aparecía en los créditos de la película. Además, mediante una herramienta de traducción, se comprobó la falsedad de una certificación universitaria que exhibía.

También expusieron algunos usuarios de redes que algunos materiales que contenía su portafolio habían sido generados por inteligencia artificial y otros habían sido tomados de un videojuego. Ante las acusaciones la mujer en principio afirmó que sí había participado en la realización pero que había exagerado, para luego terminar aceptando que se había inventado todo. Antes, en octubre pasado, llegó a dar una charla en la Universidad Sergio Arboleda, en Barranquilla, para compartir más detalles de su experiencia trabajando en la obra japonesa. La misma empresa en la que trabajaba había publicado en sus redes mensajes de salutación congratulándose por tener en su plantilla a semejante talento, orgullo del país.

Varias reflexiones dispara este episodio, que tiene, no obstante, algunos antecedentes, varios de ellos llevados a la gran pantalla por las proezas en el campo de la falsificación; una de las primeras que viene a la memoria es Atrápame si puedes (Catch Me If You Can), que inmortalizara en una película protagonizada por Tom Hanks y Leonardo di Caprio, la vida de Frank Abagnale Jr. (solo que a diferencia de lo que ocurría en los años ‘60, hoy en día para falsificar un certificado universitario basta con pedírselo a una computadora y esta lo generará en segundos y se lo atribuirá a alguna ignota casa de estudios de cualquier lugar del mundo), o el protagonizado por el futbolista brasileño Carlos Kaiser, como se conoce a Carlos Alberto Raposo, que en los años ‘80 hizo una carrera como futbolista sin casi haber jugado al fútbol.

Más allá de la responsabilidad que asumió el medio de comunicación al hacerse eco de este relato fraudulento, es algo a lo que, como seres humanos, todos estamos expuestos. Tanto a “caer”, a creernos una historia de este tipo, urdida por algún inescrupuloso, como a sucumbir en la tentación de “fabricarnos” una carrera y un título universitario. Si en este mismo país, sin ir más lejos, les ocurrió a un vicepresidente y a luego a una postulante a ese mismo cargo.