M´hijo el narco

Cuando Florencio Sánchez publicó M´hijo el dotor, en 1903, Uruguay todavía no había completado su etapa de pacificación, pero en la ciudad –léase en Montevideo– las cosas ya estaban más “civilizadas” y poseer un título de grado universitario era, en buena medida, sinónimo de alejarse de cualquier tipo de penuria económica, pero a la vez de acceder a determinado estatus en la sociedad. Era el modelo ideal, recibirse y salvarse.
A lo largo del tiempo esto ha ido cambiando bastante, no el hecho de que un título universitario asegura determinado prestigio, pero el éxito puede pasar por otro lado. Hace no tantos años el ideal era M’hijo el futbolista, en momentos en que las grandes estrellas del fútbol amasaban enormes fortunas, conducían los automóviles más exclusivos, se rodeaban de hermosas mujeres en las pantallas de la televisión y eran más promiscuos que Messi, Suárez o Cristiano Ronaldo, que se han presentado como ejemplos más familieros, padres responsables y que siempre están acompañados de sus esposas, que en el caso de los rioplatenses han sido sus compañeras de toda la vida.

Indudablemente siguen siendo modelo de éxito, pero también se sabe que los que llegan son pocos, solamente algunos elegidos. Peligrosamente, se ha instalado en la sociedad un nuevo modelo de éxito. La imagen que se vende es la de una persona que construye su propio camino, un self-made-man criollo que también embolsa dinero a raudales, se rodea de lujos y se codea con el poder, con el que tiene una relación de hasta cierto dominio o es capaz de someter. Y sobre todo se trata de una carrera que supone un menor esfuerzo, sacrificio y talento que dedicar miles de horas al estudio o al entrenamiento físico y una cuidada alimentación.

Ser “narco”, vendedor de drogas ilegales, está más al alcance de la mano, al menos en la teoría y en el discurso de captación, que empieza en el barrio, por supuesto. En una entrevista en La Diaria hace pocos días, el periodista especializado en la crónica policial, Aureliano “Nano” Folle, habló de este tema. “Te pongo un ejemplo: las rapiñas bajaron porque el narcotráfico es más rentable y menos riesgoso para el delincuente. Esta es una teoría personal, nada más, pero fijate que el delito de rapiña tiene una pena bastante importante y es mucho más riesgoso. En el narcotráfico hay más dinero y las penas son menores.

Por eso hay mucha más gente en los barrios metida en este mundo.
Es como una red donde los puntos son tuyos y ahí está la guerra. Todo ese movimiento está un escalón más abajo de las organizaciones mayores de narcotráfico”. Esto está pasando en nuestro país, a la vista de todos.

Este modelo del exitoso narcotraficante se ha visto alimentado desde la importante difusión que ha tenido en la cultura popular, de la mano de productos como series y telenovelas –también canciones, por ejemplo– que relatan el punto de vista de estos personajes. El fenómeno ha cobrado gran difusión en países como México o Colombia, pero ha llegado también a estas latitudes, aunque en menor medida, a través de las plataformas de streaming.

El tema ha sido analizado pormenorizadamente y desde varias disciplinas, desde la sociología, desde la psicología y desde la comunicación, por ejemplo. Una rápida búsqueda permite acceder por ejemplo a un trabajo de Ana Valeria Guadalupe Esparza González, estudiante de Psicología de la Universidad Marista de San Luis Potosí, que en diciembre de 2022 publicó el artículo titulado “El impacto de las narcoseries en los adolescentes”.
Afirma allí que “Principalmente, nos venden un estatus económico muy alto, además, como si estando en el narcotráfico pudiéramos estar en una posición social y económica muy alta, donde el que está en el poder es el narcotraficante y no los presidentes, gobernadores o alcaldes de cada ciudad, Estado y país, nos trata además de mostrar una idea en la que ‘siendo narcotraficante serás el mejor siempre y nadie podrá quitarte de ahí, hasta que llegue alguien con más poder y te retire’.

“Lo muestran como si vender y fabricar drogas fuera el mejor trabajo que se pudiera tener, sin enseñarnos la visión de las consecuencias de todo esto, que es ir a prisión, cumplir una condena, muerte, que en aquella vida los valores tienen otro tipo de significado al que la moral nos dicta, no existe una moral como tal y que la ética no existe”, plantea.

En otro artículo, publicado en la revista de ciencias antropológicas Cuicuilco, Celina Daniela Muñoz aborda la temática de la inversión de roles en las narcoseries: “el narcotraficante como héroe frente al Estado como villano”, en el que destaca el éxito comercial de estos productos audiovisuales. “Las audiencias perciben hoy a la figura transgresora del traficante o criminal como la del nuevo héroe, mientras que, tradicionalmente, había sido siempre graficada como la del villano. En oposición a ella, todo lo que representase la legalidad, ‘el bien’ o la justicia –características encarnadas tradicionalmente por agentes de la ley o por el Estado mismo–, hacían que se concibiera a este último como la figura heroica que, justamente a través del largo brazo policial y de otras fuerzas del orden, no solo salvaguardaba el bienestar de los ciudadanos, sino que se elevaba como el gran regulador de los códigos de comportamiento de la sociedad entera, rigiendo sus destinos”. La misma autora cita a Omar Rincón, estudioso del fenómeno de la narcocultura en Colombia, quien plantea que en la narcotelenovela “no existe moral dignificante en las historias”.

Más adelante plantea acerca del mensaje que se transmite “que la resolución del apuro socioeconómico se constituiría, de esta suerte, como el primer motor del cambio en los diversos estados de agregación social de ciertos individuos, a través del empoderamiento que ofrece actualmente en nuestro país la pertenencia a grupos delictivos. Estos, como es bien sabido, se arrogan atribuciones de dominio social generalizado gracias a la implementación excesiva de la violencia mediante una maquinaria bien engranada de organización criminal”, en alusión, por supuesto, a la situación mexicana. Es muy recomendable la lectura de estos artículos para entender el fenómeno, también se aborda en otros como el “Análisis sobre el triunfo del narcotráfico como narrativa audiovisual”, trabajo de graduación de Esther Hernández Domínguez para la Facultad de Ciencias Jurídicas y de la Comunicación en la Universidad de Valladolid, España, o “Televisión y narcocultura. Cuando los narcos se ponen de moda”, de Arnoldo Delgadillo Grajeda de la Universidad de Colima, México, que sostiene que este tipo de contenidos “podrían configurarse como apología del delito”.
Y esto, hilando fino, puede ser válido también para otro tipo de productos, pretendidamente periodísticos, en los que al fin y al cabo el resultado no es otro que el ensalzamiento de un estilo de vida apartado de las normas que debieran regirnos a todos.