Escribe Ernesto Kreimerman: Hitler, “nosotros necesitamos el poder”

Otto Strasser, hermano del nazi Gregor Strasser que fuera asesinado el 30 de junio de 1934, durante la noche de los cuchillos largos, fue un hombre de centro que, en su oposición al hitlerismo, fue privado de la ciudadanía alemana.

Unos años después, en 1939, fue señalado por presuntamente haber participado del intento de asesinato de Adolf Hitler, que promovió el cabo Georg Elser.​ Primero huyó a Portugal y en 1940 editó en francés, sus memorias de luchas entre facciones dentro del partido nazi antes de 1933.

Tituló ese libro Hitler et moi. Años después, las publicó en alemán bajo el título Hitler und ich. Es decir, “Hitler y yo”.

En la biografía de Hitler resultado de las investigaciones de John Toland (1976, editorial Doubleday & Company), en la página 106 se revela un diálogo entre Otto y Hitler, esclarecedor:
“Otto Strasser: ¿Cuál es el programa del NSDAP?

Hitler: El programa no es la cuestión.

La única cuestión es el poder y el hecho de que todo es falso.
Strasser: El poder es solo el medio para cumplir el programa.

Hitler: Esa es la opinión de los intelectuales. ¡Nosotros necesitamos poder!”

EL ASCENSO

En setiembre de 1919 podría ubicarse el comienzo de la carrera al poder de Adolf Hitler cuando se sumó al Deutsche Arbeiterpartei, DAP, el Partido Obrero Alemán. Pocos meses después, ya en 1920, se produce un cambio de nombre a Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP), Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, o simplemente, Partido Nazi. Ubiquemos bien ese momento histórico: el partido nazi se forma, crece y consolida durante la posguerra de la Primera Guerra Mundial. Sus definiciones son “gruesas”, contundentes y de choque: se define como partido antimarxista, enemigo del Tratado de Versalles y, también, del gobierno democrático de posguerra de la República de Weimar.

Se plantaba en el escenario del nacionalismo extremo y el pangermanismo, con la misma fuerza que su condición de odio proclamada contra los judíos.
El odio como elemento identitario y los judíos como foco principal de sus acciones violentas.

No hay duda que el “ascenso” de Hitler encuentra su momento culminante en marzo de 1933, una vez que el Reichstag votara la Ley de Concesión de Plenos Poderes. Recordemos que antes, el 30 de enero de 1933, tras una serie de elecciones parlamentarias y las consiguientes intrigas entre bastidores, el entonces presidente Paul von Hindenburg rendido ante las circunstancias, había nombrado canceller a Hitler. Ese gobierno contaba con solo dos ministros nazis.

La ley de plenos poderes, “Ermächtigungsgesetz”, aprobada el 23 de marzo de 1933, dio a Hitler la capacidad de ejercer constitucionalmente el gobierno sin control parlamentario, un poder definitivamente dictatorial, ilimitado, sin restricciones legales.

Con dotes de orador pasional, y a través de intrigas y presiones incluso violentas, AH conquistó el liderazgo absoluto del partido.

El ascenso de Hitler a su etapa definitiva y desde allí hasta su derrota final, estuvo asociada al recurso de la violencia como una herramienta más para alcanzar sus objetivos políticos.
Y esta nueva radicalización y verticalidad se convirtió en la nueva matriz del militante nazi.

Disciplina y disposición a la violencia características que debían cumplir los nuevos miembros que fueron sumándose al partido nazi.
El Putsch de Múnich, en noviembre de 1923, y la posterior publicación de su libro Mein Kampf, “Mi lucha”, ampliaron el radio de acción de Hitler, atrayendo nueva y numerosa audiencia.
Hacia 1925 el nazismo comenzó la lucha electoral con Hitler como orador y organizador de la intensa y agitada campaña, marcada por la violencia y numerosas peleas callejeras entre la Rotfrontkämpferbund, Alianza de Guerreros del Frente Rojo y la Sturmabteilung, SA, nazi. Noches de violencia descontrolada.

Así las cosas, hacia principios de la década de 1930, los nazis acumularon un “capital electoral” propio que los ubicó como el mayor partido político del Reichstag.
A diferencia de otras experiencias de esta hora, a la concentración de masas que logró el nazismo se potenciaba con una audacia política novedosa para su época, combinada con cierta rápida capacidad de planificación y de inmediata respuesta política, sin límites, apelando a unas estrategias de engaño y de astucia de Hitler que en no mucho tiempo más llevó al nazismo a transformarse en la mayoría simple, en un efectivo ejercicio de poder en la disminuida República de Weimar de 1933.

Después, y apelemos a la terminología de estos días, ya en el poder, los nazis desarrollarían un relato propio, una mitología alrededor de su ascenso al poder, que llamaron Kampfjahre, es decir, años de lucha.

NUNCA DIGAS, ERA APENAS UN LOQUITO…

Una característica común a todos estos procesos de ascenso meteórico al poder, donde el componente de la cultura del odio, la discriminación y la violencia son su soporte, es que “los buenos” prefieren subestimar el problema.
Afirmaciones como “son apenas un loquito y unos vividores desprestigiados que se les suman…”, o “los votan ahora porque no hay nada en juego”, o “es verdad que la crisis es brutal, y por ello la gente busca cualquier tabla de salvación, pero llegado el momento, volverán a sentar cabeza”….

Pero nada de eso es así. Ni en los años de 1930, ni 2023, ni 2024.
Los italianos, por ejemplo, vieron la fundación del Partido Nacional Fascista (1919), y desde entonces hasta 1922, los fascistas lideraron un proceso acelerado de intimidación y ataques terroristas que permitieron su ascenso al poder.

Una década después, buena parte de los políticos alemanes, incluso de la sociedad alemana, culta y sofisticada, se autoengañaron, se persuadieron de que aquellos nazis no tendrían la capacidad de gobernar. Y que, en el peor de los casos, una vez que llegaran –y llegaron– al gobierno, moderarían su discurso y aflojarían su accionar tenso y violento.
Pero las cosas no fueron así. Ni un mes después, el incendio del Reichstag planificado por los nazis permitió a Hitler acusar a los comunistas y salir fortalecido de unas nuevas elecciones empañadas por la violencia.
En Italia, Benito Mussolini fue el primer dictador fascista del siglo XX.

Conquistó el poder en 1922 y permaneció allí hasta 1943, cuando fue encarcelado por su propio partido.
En 1945, mientras huía hacia Suiza, fue capturado y ejecutado.

Adolfo Hitler se mantuvo en el poder hasta su suicidio en el destruido y cercado Berlín.
Fue el 30 de abril de 1945. La aventura nazi causó alrededor de 70 millones de muertos.

Incluso hay quienes lo estiman en 100 millones.
Ahora estamos en el 2024. Resta preguntarnos si los demócratas han aprendido de estas experiencias. En Uruguay llevamos cuatro décadas de democracia.
Aun así, de cuando en cuando, algunos van presos, diluvian fakenews, se dicen algunas mentiras y hasta amenazas.

Pero aquí y ahora, la democracia es más fuerte.