Se manchó de sangre

Hace apenas diez días hacíamos referencia en este mismo espacio a la violencia en el fútbol, en ese caso ejercida tras la disputa del partido clásico entre Nacional y Peñarol, tal vez el único que en la escena uruguaya debiera ameritar la calificación como “de alto riesgo” y que tiene a lo largo del año por lo menos cuatro o cinco ediciones, contando encuentros oficiales y amistosos de verano. A estos partidos se suman los tres o cuatro que puedan tocar entre los dos “grandes” y equipos de Argentina con hinchadas problemáticas o con las que se arrastran diferencias históricas, bien conocidas ya por la dirigencia y por quienes tienen a su cargo la organización de dispositivos de seguridad. No deberían alcanzar a diez en el año estos partidos de riesgo extraordinario que insumen muchos recursos. A todo eso, como se planteaba en ese artículo, se ha sumado todo un mundo delictivo que ha copado la atmósfera de las hinchadas organizadas, que se habían organizado originalmente para otra cosa, pero que les vino bien todo lo que pasó después. Y eso que pasó después no se originó en nuestro país, sino que acá se aplicó un modelo que cruzó desde la vecina orilla, donde estas cosas ya venían funcionando de esta manera y los movimientos se anticipan si se compara el proceso de deterioro de allí con el que ha venido sufriendo Uruguay. Cosas de la proximidad. Y allí la violencia tuvo un nuevo episodio superador, constatable viendo cualquier resumen de los incidentes ocurridos en el partido entre los clubes Independiente de Argentina y Universidad de Chile. El encuentro, que correspondía a la vuelta por los octavos de final de la Copa Sudamericana fue suspendido por el árbitro uruguayo Gustavo Tejera cuando iban tres minutos del segundo tiempo. Luego la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) determinó su cancelación. El partido no se jugará y es de esperar contundentes sanciones para ambas instituciones, así como una dura suspensión para el estadio donde se produjeron estos desmanes.
“Así mismo, agregó que, teniendo en cuenta que se ha cumplido con lo establecido en el Manual de Clubes para situaciones similares, sin que la situación se haya subsanado, se procede a la cancelación del partido y el caso será derivado a los órganos judiciales de la Conmebol para futuras determinaciones. Toda la información de los hechos ocurridos dentro y fuera del estadio será enviada a la Comisión Disciplinaria de la Conmebol”, que será la que determine las responsabilidades en este caso.
La situación empezó mal incluso antes del partido. Hubo intercambios de proyectiles entre las parcialidades y provocaciones cruzadas. Los hinchas visitantes fueron ubicados en una tribuna superior, detrás de uno de los arcos y desde ahí lanzaban los elementos que encontraban, incluso un explosivo hacia el lugar donde se dispusieron los parciales locales, así como también hacia un bloque de palcos de una de las tribunas laterales. Los chilenos produjeron roturas en los baños para obtener cosas que tirar a los locales. En el entretiempo los incidentes se intensificaron y dieron lugar a las situaciones que registran los videos que han estado circulando en los últimos días por la televisión y las pantallas digitales. Cuando ya se había dado la orden de desalojar la tribuna chilena un centenar de hinchas locales invadieron ese sector para descargar un brutal y denigrante ataque. Unos diez hinchas chilenos fueron robados, desnudados y golpeados con saña, al punto que algunos perdieron el conocimiento y uno se arrojó al vacío desde lo alto de la estructura. Aunque inicialmente circuló la versión de alguna muerte, a la postre solo se confirmaron personas lesionadas, en algunos casos de gravedad, con fracturas y lesiones de arma blanca. Por supuesto que hubo detenidos y demorados.
Hace muy pocos días, cuando Peñarol visitó a otro “grande” de Avellaneda, no hubo reportes de violencia, pero sí otro problema, porque muchos de los que viajaron no pudieron ver el partido; pese a encontrarse dentro del estadio, no pudieron ingresar a la tribuna en sí porque estaba llena. Llena que no cabía nadie más. Eso en sí mismo es un problema grave de seguridad que pudo haber dado lugar a una tragedia, que por suerte no ocurrió. Todavía no se determinó cuál fue el problema, pero entre las posibilidades están que se haya sobrevendido, es decir que hubiese más entradas que la cantidad de personas que permitía la capacidad del espacio, o que se hubieran falsificado entradas, con el mismo efecto. Coincidentemente también le pasó algo similar a la hinchada de Peñarol el año pasado en Rosario, donde también se los ubicó en un espacio más chico del que sería necesario para dar lugar a la cantidad de entradas que se vendieron. En ese encuentro, que fue al inicio de la Copa Libertadores, desde una tribuna superior los hinchas locatarios lanzaron objetos de todo tipo a los parciales uruguayos. También en Brasil, hinchas de Peñarol protagonizaron incidentes el año pasado, en este caso antes de un partido contra Flamengo, que motivaron detenciones que tuvieron a varios de los protagonistas primero recluidos, luego liberados, en Brasil, sin poder regresar a la país. A la postre uno de los hinchas fue condenado a seis años de prisión en el vecino país. Pero también han tenido problemas hinchas de Nacional y el club ha sido objeto de sanciones, algunas de ellas vinculadas con manifestaciones de discriminación racial.
Hay quienes intentan justificar —el presidente de Independiente dio a entender que iban a pedir los puntos del partido— diciendo que este decadente panorama es propio de la vieja Copa Libertadores, o que forma parte de algo que denominan el “folclore del fútbol”. El folclore, antes, era otra cosa.