Las políticas de Estado y la maldición de Sísifo

Con una campaña electoral que va tomando temperatura rápidamente y en la cual los políticos de todos los partidos dan a conocer sus propuestas, resultaría de vital importancia para el país sustanciar la posibilidad de lograr acuerdos programáticos que permitan la construcción de políticas de Estado que perduren más allá de los períodos de gobierno. Se trata de un deseo que comparten muchos de los electores que concurrirán a votar en las próximas elecciones y que deriva del uso del sentido común y de preguntas absolutamente lógicas: ¿Por qué cada gobernante que llega al poder debe intentar refundar todo a su alrededor? ¿De dónde proviene esa actitud mesiánica de volver a inventar la rueda y dejar de tratar su propia marca a toda costa y en todas las cosas? ¿Por qué no se aprovechan las cosas buenas que pudieran haberse realizado en el anterior período de gobierno (seguramente algo rescatable se llevó a cabo), en lugar de tratar de borrar las huellas de todo lo anterior como si el país o un departamento en particular hubiesen sido creados el día en el cual asumió responsabilidades un nuevo gobierno?
Esta actitud que concibe, maneja y se apropia de los bienes públicos y de sus recursos como si fueran de propiedad del gobernante de turno, o de un partido político determinado, no es nueva en Uruguay y tampoco entre nuestros vecinos. En efecto, tal como lo ha destacado la Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena, al referirse a esa región geográfica, “La región necesita una visión de largo plazo para lograr crecimiento con igualdad, necesita políticas de Estado que no miren a la próxima elección, sino que apunten a la siguiente generación”.
En su trabajo “Las políticas de Estado: entre lo sustantivo y lo instrumental. Tensiones en torno a la amplitud de los márgenes de discrepancias”, los investigadores Nicolás Portela Montoli y Carlos Pareja afirman que, con el concepto de las mismas “se alude, grosso modo, a la necesidad de que los actores políticos superen sus diferencias y generen consensos que ambienten políticas estables, no sujetas a los cambios en el color político del gobierno. Es decir, que a pesar de sus discrepancias logren consensos perdurables”.
Resulta claro que la existencia de discrepancias y su manifestación pública forman parte del juego legítimo de un régimen democrático, y por ello no debe asustarnos que quienes busquen acuerdos en temas específicos para la ciudadanía, tengan también y tal vez simultáneamente, posiciones enfrentadas en otros ámbitos de la agenda política nacional o departamental. Como ha señalado el investigador Oscar Botinelli, “el disenso no es una patología de un sistema ni de una sociedad abiertos, sino la norma” y, por ello, “la capacidad de cualquier comunidad ciudadana para enfrentarse a dilemas genuinos y de disponer de opciones relevantes y bien perfiladas no es una dotación gratuita. Por el contrario, es el premio que viene a compensar a aquellas comunidades que han cultivado sistemáticamente sus músculos cívicos específicos, que han asumido sus responsabilidades, no se han resignado a ser arrastradas por las lógicas de los hechos y los encadenamientos de los acontecimientos y que, por el contrario, han estado dispuestas a trazar su destino como un itinerario de exploraciones abiertas a un futuro no previsible de antemano, no caracterizable en términos más o menos de lo mismo”.
Como lo reconoce el propio Bottinelli, “construir políticas de Estado no es por tanto tan fácil. […] Pero muchas veces son tan difíciles como necesarias. La necesidad aparece normalmente en materia de política internacional, de comercio exterior, de captación de recursos en el exterior, y esa exigencia es mayor cuando se trata de países pequeños y lejanos; porque las políticas de Estado ponen a los países a resguardo de oscilaciones fuertes con cada cambio de gobierno y emiten hacia fuera señales de predictibilidad y seriedad. Hacia adentro la necesidad de las políticas de Estado surge cuando se requieren amplios niveles de apoyo para la adopción de las decisiones, o exigen instrumentación a largo plazo y por tanto a través de varios gobiernos, o cuando las fuerzas de un gobierno no son suficientes por la capacidad de bloqueo de la oposición”.
Queda claro, pues que las políticas de Estado de largo plazo le permitirían a Uruguay escapar de un mal que aqueja a los países latinoamericanos en esta materia: la maldición de Sísifo. Según la mitología griega, Sísifo fue el fundador y primer rey de la ciudad de Corinto, fundada con el nombre de Éfira y ubicada en la península del Peloponeso. Tal como lo reseña el periodista español Jesús Villar, “Sísifo vio el rapto de la ninfa Egina y le contó al padre de la joven que el raptor era Zeus. El señor del Olimpo, irritado por la delación, llamo a Tánatos y le ordenó arrojar a los infiernos al rey de Corinto. Cuando Tánatos (una criatura mitológica que personificaba la muerte no violenta) fue a buscarle, Sísifo le puso grilletes, provocando que durante mucho tiempo nadie muriera hasta que Ares, el dios olímpico de la guerra (Marte, en la mitología romana), liberó a Tánatos y puso a Sísifo bajo su custodia. Aunque pudo fugarse con astucia, Sísifo regresó a las sombras infernales, donde Tánatos le impuso una tarea que no le permitiese descansar ni evadirse: empujar montaña arriba una enorme piedra que siempre se le escapa de las manos al llegar cerca de la cima. Y así, perpetuamente, desciende por la ladera para retomar la piedra y recomienza su tarea sin fin y sin objetivo”.
En la misma forma, nuestro país realiza un esfuerzo cuesta arriba guiado por el gobierno nacional o departamental de turno, sin que exista un hilo conductor que le permita trascender su período de gobierno, cuyo final puede asemejarse con la llegada a la cumbre de Sísifo. Es precisamente en ese momento que los esfuerzos realizados pierden consistencia y continuidad más allá de que sea el mismo partido que se mantenga en el poder, tal con el Programa de Salud Bucal que llevaba adelante la recientemente fallecida esposa del Presidente Tabaré Vázquez, María Auxiliadora Delgado, el cual fue virtualmente desmantelado por José Mujica al asumir el poder, tal como surge de las declaraciones formuladas en ese entonces por Ana Nappa, presidenta de la Asociación de Odontólogos e Higienistas de Salud Pública (ASOHSP).
Mientras tanto los Sísifos de carne y hueso, mujeres y hombres uruguayos que se levantan todos los días para trabajar y salir adelante, siguen empujando una enorme piedra por una ladera cada vez más empinada. En el interior de esa piedra residen los cuatro grandes problemas que preocupan a los ciudadanos más allá de sus pertenencias políticas, como lo son salud, seguridad, trabajo y educación; temas sobre los cuales los partidos políticos de nuestro país han sido incapaces de ponerse de acuerdo y ejecutar acciones concretas y efectivas que beneficien a toda la población. Lejos de los lujosos salarios que cobran los parlamentarios, los ministros y quienes están al frente de las empresas públicas, esos uruguayos realizan su mejor esfuerzo sabiendo que al final de la jornada la piedra rodará cuesta abajo y que al día siguiente volverán a tener que empujarla hacia la cima, en un ciclo que se repetirá invariablemente por la falta de visión de los políticos uruguayos, de todos los partidos, para trabajar juntos en la confección de políticas de Estado de largo plazo.