Opinión

No es solo el coronavirus

Es impresionante lo que puede repercutir una enfermedad del político más poderoso del mundo. Y ni que hablar si ese quebranto de salud es justo el tema del momento, del año, del lustro, de la década. En medio de la campaña electoral, de unas elecciones que tendrán lugar dentro de un mes, el presidente de Estados Unidos se contagió del coronavirus COVID-19. Nada menos.
Y justo él, Donald Trump, que al principio de la pandemia se mofaba de su letalidad, pero al observar luego cómo se propagaba, infectaba a miles y morían otros tantos, se dio cuenta que la situación resultaba realmente seria (igual, nunca se mostró realmente preocupado). Estados Unidos suma casi 210 mil personas muertas por el coronavirus, la cifra más alta de decesos por este motivo en el mundo.
Los mercados recibieron un sacudón por esta noticia, mientras que para la campaña que terminará por reelegir a Trump o, en su defecto, anunciar la victoria del demócrata Joe Biden, esto significa un freno que a su vez llena de especulaciones de todo tipo. No es para menos.
Hace unos pocos días tuvo lugar el primer debate televisivo –toda una tradición en ese país, algo para imitar– entre ambos candidatos, una instancia en la que quedaron marcadas las diferencias de estilo, aunque también se notó, y mucho, lo fuera de foco que pueden estar los dos respecto al mundo y a la sociedad actuales. Trump en tono burlón, como le encanta, y Biden, a la defensiva y nervioso, con una exasperante parsimonia. Para muchos fue el peor debate presidencial de la historia. Nada bueno salió de ahí.
Y ahora esto. El coronavirus que irrumpe, de forma terminante y definitiva, en la campaña electoral que deberá elegir al presidente de Estados Unidos por el próximo período de cuatro años (que comienza en enero de 2021). La enfermedad del mandatario –como la de la primera dama, Melanie, también con coronavirus– supone, a priori, la interrupción de un calendario muy cargado de actos, al tiempo que, justamente, la atención se centra en el COVID-19, algo que Trump querría minimizar.
Tras el acto del miércoles en Minesota, el presidente mostró claros signos de cansancio, más allá del habitual en este tipo de trajín. Un día después, Trump se enteró que su asesora Hope Hicks –con la que había viajado a Minesota en un avión– había dado positivo al COVID-19, pero siguió adelante con su agenda del día. Esto, como ha sido común en Trump y sus asesores, fue silenciado a los medios que, audaces, se enteraron: entonces recién ahí el mandatario reveló que se había hecho una prueba y, más tarde, que había dado positivo.
El diagnóstico de Trump le obligó a cancelar el acto que tenía programado ayer en el estado clave de Florida, y dinamitó la estrategia con la que su equipo de campaña planeaba estrechar la ventaja que Biden lleva al presidente en muchos estados importantes.
El presidente tenía previsto multiplicar en las próximas semanas sus viajes a los estados donde hay más en juego, en los que ya había empezado a programar actos en espacios cubiertos, con cientos de personas agolpadas en el público, para transmitir su mensaje de que lo peor de la pandemia ya había pasado.
“La enfermedad obligará ahora a Trump a permanecer encerrado en la Casa Blanca durante al menos dos semanas y dificultará sus esfuerzos de distraer la atención de la pandemia, apenas tres días después de que el presidente se burlara de Biden en el debate por llevar mascarilla”, afirma un buen análisis de la agencia Efe.
El impacto en la campaña puede depender de si sus síntomas empeoran, algo que muchos expertos en salud no descartan ya que, como hombre de 74 años que padece de obesidad, reúne al menos tres factores de riesgo. Según esos expertos, la semana que viene puede ser clave para saber cómo va a evolucionar la salud de Trump.
Para Anthony Zurcher, corresponsal de la BBC para América del Norte, es difícil decir exactamente cuán trascendental es esto a tan solo 32 días de las elecciones estadounidenses. Esta ya era una campaña muy particular, sin eventos masivos debido a la pandemia. Además, el segundo debate presidencial entre Trump y Biden está programado para el 15 de octubre en Miami, Florida, y todavía no está claro cómo afectará el contagio del presidente a su organización. No se descarta que el debate se pueda hacer de manera virtual.
Lo cierto es que el positivo del presidente al coronavirus puede significar un golpe duro para su campaña a la reelección, que ahora parece más complicada de lo que venía. Con el foco puesto en un asunto que prefería evitar, se le podría hacer más cuesta arriba la lucha por achicar la diferencia que le lleva Biden en las encuestas de opinión.
También puede suceder que Trump logre recuperarse con rapidez del virus y retome su campaña con bríos. “Algunos votantes hasta podrían sentir mayor empatía por el presidente en este momento de dificultad personal para él”, dice la BBC. De esto bien podría agarrarse el mandatario. Ante la dificultad añadida, explotar el sentimiento de pena entre la ciudadanía representaría una baza que no debería despreciar frente a esta realidad. Con Trump, todo puede pasar. Por lo pronto, debería quedarle claro que esto no es un juego. Y que la vida es siempre paradójica.
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Opinión

La campaña más extraña

Estados Unidos se encamina hacia una nueva elección presidencial, que tendrá lugar el martes 3 de noviembre en todo su territorio. La campaña hasta el momento ha sido la más diferente y extraña que haya tenido este país en su historia: una brecha social que parece ahondarse, disturbios por racismo, sin actos públicos, convenciones virtuales, al tiempo que se prevé una enorme votación por correo. Por supuesto, se pronostican demoras para conocer el ganador.
El inefable presidente Donald Trump, quien asegura que ese tipo de sufragio causará un fraude masivo, irá por la reelección en un contexto muy distinto al de hace cuatro años, si bien la economía presenta un buen estado de salud: la pandemia del coronavirus le interpuso una dura prueba al gobierno de Trump, que al principio no quería aceptar la realidad de esa enfermedad. Del otro lado, aparece Joe Biden como el demócrata más capaz de pelearle el puesto al actual mandatario.
Es que la dura batalla electoral por la presidencia de Estados Unidos comenzó oficialmente en la noche del jueves cuando la Convención Nacional Republicana proclamó como su candidato a la reelección a Trump, si bien éste y Biden ya eran protagonistas de un fuerte enfrentamiento desde que se desarrolló la Convención demócrata.
Si bien Trump se puede anotar algunos logros –como la reactivación económica que bajó el desempleo al 8,4%–, cabe afirmar que sus posturas políticas –de las que nunca duda en marcarlas con firmeza— ha llevado a una profunda división en la sociedad, una brecha que esta campaña no ha hecho otra cosa que agrandar. El presidente incluso denuncia que los grupos izquierdistas dentro del Partido Demócrata pretenden arruinar a Estados Unidos y convertirlo en un estado socialista, al estilo de Venezuela y Cuba. Una acusación grave y permeable en un país donde sus ciudadanos han escuchado con profundidad los males del socialismo y comunismo.
En este último tiempo, Estados Unidos vive momentos duros por la agresividad policial contra ciudadanos negros que ha derivado en actos criminales como el asesinato de George Floyd, en mayo, y en el ataque a balazos en la espalda, la semana pasada, de Jacob Blake. La represión policial hizo surgir el movimiento Black Lives Matter (La vida de negros importa) con manifestaciones en todo el país de las que participaron ciudadanos de diferentes razas y posiciones políticas. Varias manifestaciones derivaron en hechos de violencia con saqueos a comercios.
Trump, que ha mostrado una alarmante falta de sensibilidad ante estos hechos, envió fuerzas federales a sofocar las derivaciones violentas y dijo que no permitirá que se convierta a las ciudades en ámbitos sin ley ni orden. El gobierno sostiene que no hay racismo sistémico en las distintas Jefaturas de Policía, sino excesos aislados cometidos por funcionarios. Incluso, cuando los jugadores de la NBA decidieron parar unos días en solidaridad con Blake, Trump les dije que dejaran de hacer política y que volvieran a trabajar.
Biden, como otros ciudadanos y organizaciones, denunciaron actos represivos contra el público que se manifestaba pacíficamente contra los excesos policiales. Esto ha sucedido en varias ciudades y es también muy grave. A su vez, los demócratas también han rechazado los ataques de Trump a los medios de comunicación y los calificativos de enemigos que lanza contra la mayoría de los periodistas.
Lo extraño de esta campaña electoral estadounidense pasa a su vez porque el presidente, que busca la reelección, tiene esas actitudes más propia de tirano que de un jefe de Estado democrático. Trump siempre da la sensación de querer ahondar la brecha entre los ciudadanos de su país, haciendo caso omiso a ciertos reclamos y a burlarse de los que no piensan como él. Sus actitudes no han ayudado en nada en aplacar el enojo de buena porción de la población.
Estos días surgió la información, según publicó el jueves la revista The Atlantic, que Trump llamó en 2018 “perdedores” y “fracasados” a los estadounidenses que murieron en la Primera Guerra Mundial, y aseguró que no entiende qué ganan los ciudadanos de su país al ir a combatir al extranjero.
Según The Atlantic, cuya información confirmó la agencia AP con una fuente del Pentágono, los supuestos insultos de Trump se produjeron durante su visita a París en noviembre de 2018 para participar en el centenario del armisticio de esa contienda bélica, donde murieron más de 116.000 militares estadounidenses. Trump, por supuesto, negó esa información en un tuit: “Yo nunca he llamado a nuestros soldados caídos nada que no sea héroes”.
Así es todo en esta campaña electoral en Estados Unidos. Puede parecer divertida –así, vista desde lejos–, pero lleva un talante que si ocurriera en Uruguay estarían mucho más que preocupados. Y preocupa lo que ocurre allá en el norte, porque es un país que siempre ha pregonado la libertad y democracia como pocos en el resto del planeta. Queda menos de dos meses para los comicios presidenciales: la cancha estará muy embarrada, se verá quién sale más limpio.
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Opinión

La polémica lo acompaña

En medio de la expansión del COVID-19 por todo el país, de récords de infectados y de muertos, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, relanzó esta semana su campaña para la reelección en las elecciones que tendrá lugar el primer martes de noviembre. Como suele suceder, sus movimientos generaron polémica, más allá del bajo número de asistentes que hubo en ese acto en Tulsa, Oklahoma.
Trump ofreció este mitin, que debía reposicionarlo en su imagen, en una ciudad que fue escenario de uno de los peores episodios de violencia racial en 1921, algo que enfureció a los residentes negros de la ciudad. En medio de las tensiones raciales derivadas en numerosas protestas contra la brutalidad policial por el asesinato de George Floyd, bajo custodia policial en Mineápolis, la presencia del mandatario en esa urbe no hace más que extender la brecha en esta enorme nación.
Es que Tulsa no es menor. Es una gran herida abierta para los afroamericanos. Aquella masacre ocurrió entre el 31 de mayo y el 1º de junio de 1921, cuando multitudes de blancos atacaron a residentes y negocios negros del distrito de Greenwood de esta ciudad. Se le ha llamado el peor incidente de violencia racial en la historia de Estados Unidos: el brutal ataque incluyó aviones privados y destruyó más de 35 bloques cuadrados del distrito, que en ese entonces se lo consideraba como la comunidad negra más rica del país, conocida como “Black Wall Street”.
El saldo: 36 muertos –26 negros y 10 blancos–, aunque hay estimaciones que elevan el número entre 75 y 100; más de 800 personas ingresadas en hospitales y unos 6.000 residentes negros internados en otras instalaciones.
Por eso, la presencia de Trump generó resquemores entre los negros que viven en Tulsa, y que haya sido la ciudad elegida por el presidente para relanzar su candidatura para la reelección a la presidencia. Es lo que tiene el populismo –sin importar su afiliación ideológica–, se vale de movimientos provocadores, de movidas insensibles, con tal de fortalecer su guarida y sus votantes. Polarizar para mostrarse más fuerte y, en la división, gobernar. Y ganar.
La pandemia del coronavirus también ha expuesto al populismo, en todas sus formas. En los países que padecen este modo de hacer política, el COVID-19 se ha expandido con mayor rapidez y las medidas se han mostrado insuficientes. Así como Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Andrés López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina y, ni que hablar, Nicolás Maduro en Venezuela.
Volviendo al acto en Tulsa, celebrado en un estadio cerrado –incluso suspendieron un encuentro al aire libre–, dejó tela para cortar y puso al mandatario estadounidense en una complicación a futuro. “El domingo (pasado) todavía se estaba diseccionando qué era exactamente lo que había salido mal. Pero un amplio grupo de asesores y asociados reconocieron entre sí que Trump no ha sido capaz de alejar la opinión pública de los temores sobre la propagación del coronavirus en espacios interiores. Y reconocieron que las innumerables encuestas que muestran la posición erosionada de Trump no eran falsas, y que quizás esté en camino de perder ante el ex vicepresidente Joe Biden, el presunto nominado demócrata, en noviembre”, analizó el diario The New York Times.
Además, se alerta que hay rispideces entre los asesores de campaña de Trump y los consejeros de la Casa Blanca, lo que hace que difícilmente el presidente pueda generar algún gran evento, algún baño de multitudes como en el pasado. La campaña esperaba que el acto en Tulsa fuera un relanzamiento después de la caída del presidente en las encuestas tras los fracasos de su gobierno en la respuesta al coronavirus y después de avivar las tensiones raciales.
Al mismo tiempo, una buena para Trump, aunque, por supuesto, polémica. El Tribunal Supremo de Estados Unidos reforzó la capacidad del gobierno del presidente para deportar rápidamente a indocumentados, al concluir que los solicitantes de asilo no pueden recurrir a cortes federales si se les niega ese amparo nada más ser detenidos.
La decisión, que en la práctica limita los derechos legales de miles de indocumentados que llegan a la frontera sur y de algunos que ya están dentro de Estados Unidos, concedió una victoria a Trump apenas una semana después de que el Supremo le propinara un revés en el caso de los jóvenes indocumentados conocidos como “soñadores”.
La sentencia da aliento a la larga campaña de Trump para coartar el derecho de los indocumentados de solicitar asilo en Estados Unidos, y confirma la tendencia del Tribunal Supremo a respaldar esa estrategia: en marzo, la corte dejó en pie el programa que envía a miles de migrantes a México a esperar sus citas ante jueces de migración.
El presidente Trump gobierna para un sector de su país, el que lo vota, el que piensa que lo sacará a flote cuando llegue la hora de la verdad. Para eso, todo vale, parece ser el mensaje. → Leer más