Representante de la crisis

“Dicen que soy aburrido”. Así hablaba de sí mismo Fernando De la Rúa en un recordado spot publicitario para la campaña electoral de Argentina de 1999. El expresidente murió el pasado martes tras una larga batalla contra enfermedades cardíacas y renales, y quedará en la memoria de los argentinos como un mandatario efectivamente anodino, despreciado y odiado, que cayó durante la peor crisis económica de la historia reciente de su país, y que debió abandonar la Casa Rosada en helicóptero.
Cuando alguien muere, se suele olvidar o dejar a un lado los pasos en falso que haya tenido esa persona en vida y a veces se exagera en la ponderación de sus virtudes. Pero difícilmente suceda con De la Rúa, por más que el actual presidente Mauricio Macri lo haya denominado como “bienintencionado y buena persona”. Es probable que así haya sido, pero el encadenamiento de errores de su gobierno, que afectaron con dureza a Uruguay, hace poco probable que pueda ganarse el mote de “estadista”.
De la Rúa, líder de un sector conservador de la socialdemócrata Unión Cívica Radical (UCR) y rival histórico dentro del partido del expresidente Raúl Alfonsín (1983-1989), firmó su renuncia el 20 de diciembre de 2001, forzado por una rebelión popular con decenas de miles de personas en las calles que protestaban contra la recesión, el alza en el costo de los alimentos y el congelamiento de los depósitos de los ahorristas en los bancos por casi 70.000 millones de dólares (el “corralito”).
Las manifestaciones y la consecuente represión policial dejaron un saldo de 39 personas muertas. Tuvo que marcharse en un helicóptero desde la azotea de la casa de gobierno, rodeado de protestas. Su nombre quedó ligado al fin de la convertibilidad, un régimen que ató el tipo de cambio en una relación de un peso igual a un dólar y que duró una década.
Para completar su período de gobierno, la Asamblea Legislativa nombró en la presidencia al peronista conservador Adolfo Rodríguez Saá, quien declaró el default de la deuda con acreedores privados por casi 100.000 millones de dólares. Una semana después tuvo que renunciar.
Un buen análisis del diario Perfil de Buenos Aires, enumeraba las malas decisiones económicas que asumió el gobierno de De la Rúa y que lo pusieron en jaque mate. “Más allá de un contexto internacional desfavorable y la ‘bomba de tiempo’ heredada (sobre todo la deuda externa), ninguno de los tres ministros de Economía que tuvo su gestión (Machinea, López Murphy y Cavallo) logró enderezar el rumbo y generar crecimiento. Más aún, generaron errores graves que aceleraron la caída del gobierno”, señala la publicación.
Una fue, justamente, sostener la convertibilidad, el 1 a 1 con el dólar que permitía viajar y comprar barato los insumos importados, con el aditamento de tener la inflación bajo control. Pero ese régimen cambiario instaurado por el gobierno de Carlos Saúl Menem hizo estragos en momentos en que Argentina afrontaba un proceso de desindustrialización y los exportadores no eran competitivos, tras la devaluación de Brasil –principal socio en el Mercosur– en 1998. Sostenerlo dos años más profundizó la crisis. Con la caída de De la Rúa, el 1 a 1 “estalló por los aires”.
En segundo lugar, el fracaso del blindaje que solo logró aumentar la deuda. En enero de 2001 Argentina recibió de parte del FMI, BID y BM un crédito de 37 mil millones de dólares con el objetivo de “blindar” la economía ante los vencimientos de deuda externa. Al principio logró calmar las expectativas pero a los dos meses los rumores de default aceleraron el retiro de depósitos y la inestabilidad financiera se cobró el puesto del ministro de Economía del momento, José Luis Machinea, remplazado por Ricardo López Murphy.
También resultó fallido el ajuste implementado por López Murphy, que se trataba de un duro plan fiscal equivalente a 2.000 millones de dólares, o pesos, que era lo mismo. Implicaba el recorte de una gran suma de prestaciones y beneficios, y tuvo un gran rechazo social que derivó en marchas en contra del ministro. Renunció a los 15 días de haber asumido.
El diario Perfil nombra en cuarto lugar el “megacanje”, lanzado en junio de 2001 y que involucró un swap de títulos públicos por unos 29.500 millones de dólares. Se buscaba aliviar el déficit de la época; no obstante, por los intereses, la deuda se incrementó de manera contundente. Para ese entonces, ya había asumido como ministro de Economía Domingo Cavallo, el padre de la convertibilidad.
Por último, el famosísimo y penoso corralito. El 1° de diciembre de 2001, el gobierno anunció restricciones a la extracción de dinero en efectivo: a partir de estas medidas, solo se podían retirar 250 pesos por semana en efectivo. “El plan fracasó rotundamente y llevó a la restricción total con el consecuente congelamiento de los depósitos de los ahorristas. Esta última medida fue la estocada final”, asevera el diario porteño.
La lección que dejó aquello a los uruguayos, fue lo frustrante que podía ser encontrarse tan estrechamente vinculado a Argentina. Para Uruguay siguió también la peor crisis económica de su historia y algo se ha aprendido desde entonces. Es difícil imaginarse hoy un escenario igual pero siempre cabe tomar los recaudos necesarios. Hoy el país no está del todo bien, como quieren hacernos creer desde el gobierno, por lo que no hay que demorar los ajustes necesarios. Además, desde Argentina no llegan necesariamente buenas noticias.