Día del Patrimonio: un tiempo para reflexionar

Este fin de semana se celebra en nuestro país el Día del Patrimonio, un evento cuya primera edición tuvo al año 1995 y cuya organización está a cargo de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación (CPCN), una unidad ejecutora del Ministerio de Educación y Cultura que fuera creada en el año 1972 bajo la presidencia de Jorge Pacheco Areco. Año a año esta propuesta ha ganado adeptos en todo el país, y sin dudas constituye una oportunidad única para conocer y valorar lugares, disciplinas artísticas y obras materiales e inmateriales del cual podemos y debemos sentirnos orgullosos como uruguayos.
A pesar de que se trata de un país relativamente joven en términos históricos, queda claro que podemos aplicarle a Uruguay la vieja frase según la cual “Roma no se construyó en un día”, porque en el fondo todas las obras humanas poseen un importante contenido de origen aluvional, gracias al cual el aporte de las generaciones anteriores enriquece los conocimientos, perspectivas y logros de las nuevas. Lo deseable –y esperable– de un partido político y de quienes lo componen o apoyan, es que comprendan que su gestión, aún cuando sea la consecuencia de una elección legítima y democrática, tiene un principio y un final y es precisamente esa imposibilidad de perpetuarse en el poder lo que señala que estamos ante una verdadera y sana democracia. Uno de los bienes inmateriales más preciados con los cuales contamos los uruguayos es la tolerancia que nos ha caracterizado durante décadas y que debemos conservar como un valor del cual podamos hacer gala. El hecho de que las máximas figuras políticas del país e incluso los ciudadanos que no lo son, puedan moverse públicamente entre sus conciudadanos sin temor a ser agredidos es algo que debemos aprender a valorar. Si bien es cierto que han existido varios episodios en los cuales diversos políticos han sido atacados, no debemos aceptar esa forma de violencia que lamentablemente es común en otras sociedades. La tolerancia de las ideas ajenas y el derecho a expresarlas constituyen un binomio indisoluble de cualquier régimen democrático, el mejor de los regímenes políticos que pueda darse una sociedad.
Es por ello que los uruguayos deberíamos recordar la importancia de la tolerancia. Afortunadamente no necesitamos aprenderla, porque alguna vez supimos cultivarla de tal forma y con tanto éxito que nos sentíamos sana y justificadamente satisfechos por ello, pero sin duda se debe volver a cultivarla. Figuras políticas de todos los partidos han querido y podido moverse entre sus conciudadanos en total libertad y con la sola protección –nada más y nada menos– que de su propia conciencia y sin necesidad de custodias que se interpongan entre ambos. Daniel Fernández Crespo, Emilio Frugoni, Luis Batlle Berres, Luis Alberto de Herrera, Líber Seregni y Jorge Batlle (quien fue presidente durante la peor crisis de la economía uruguaya pero que a la época de su fallecimiento recorría los departamentos viajando en un ómnibus de línea) son algunos de los ejemplos de ese país que necesitamos recuperar. Es verdad que algunas fueron puntualmente objeto de ataques, pero se trata de la excepción que confirma la regla y que demuestra que la democracia es el mejor patrimonio sobre el cual podemos construir un país con bienestar para todos sus habitantes.
Sin tolerancia, la democracia uruguaya y el sistema político nacional perderán calidad como régimen político y credibilidad ante la ciudadanía, porque tolerar al otro es la base de la convivencia. Como ha señalado la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) “la tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz”.
En momentos en los cuales la campaña electoral entra en una etapa divisiva, debemos redoblar nuestros esfuerzos individuales para que el respeto a los demás se practique en todos los ámbitos. Muchas veces vecinos sanduceros que suelen ser personas amables y educadas en persona se transforman en paladines de la intolerancia que aprovechan las redes sociales para insultar sin ninguna clase de medida a otro vecino cuyo único “pecado” fue pensar en forma diferente a la suya. La utilización de términos despectivos tales como “foca” (para referirse a quienes legítimamente votan al Frente Amplio y defienden su gestión) o “rosaditos” o “fachitos” (para dirigirse a los votantes del Partido Nacional o del Partido Colorado) son ejemplos de esa intolerancia que sólo nos acerca a la peor versión de nosotros mismos. Todos conocemos casos de peleas entre familiares, entre compañeros de trabajo o amigos por razones políticas. Poco importa qué tipo de persona puede ser la persona agredida, lo único realmente importante parece ser que pensar en forma diferente a como yo lo hago la transforma en un enemigo. En este sentido, el hecho de formar parte o votar a un partido de oposición no puede ser un motivo de discriminación e insulto, porque no se trata de enemigos sino de personas que no comparten las opiniones de un gobierno que por más votos que haya obtenido en las elecciones, debe respetar a las minorías y debe recordar que su mandato tiene una fecha de finalización fijada por la Constitución Nacional. Tal cual lo establece la Unión Parlamentaria Mundial (de la cual forma parte el Parlamento Uruguayo) en el documento titulado “Directrices sobre los Derechos y Deberes de la Oposición” emitidas en el año 1999, “se reconoce el rol indispensable de los grupos políticos disidentes del gobierno de turno, y su labor parlamentaria, para la democracia. Ello, porque la oposición cumple una serie de funciones en un sistema democrático: La función principal de la oposición es ofrecer una alternativa creíble a la mayoría que está en el poder. Además, supervisando y criticando la acción del gobierno, trabaja para asegurar la transparencia, integridad y eficiencia en la conducción de los asuntos públicos y para prevenir abusos de las autoridades e individuos, garantizando así la defensa del interés público. De hecho, la oposición contribuye a la promoción y defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales, contribuyendo así a asegurar que la democracia funcione adecuadamente”.
Claro que existe el derecho a disentir y a expresar ese disentimiento, pero ello no puede convertir las diferencias en una “grieta” que nos divida en forma irremediable, porque los grandes temas de nuestro país (salud, educación, seguridad, desempleo, déficit fiscal, entre otros) deben ser enfrentados y solucionados con el esfuerzo de todos, pero para lograr tal objetivo es necesario que, como señalara José Gervasio Artigas, “En lo sucesivo solo se vea entre nosotros una gran familia”. Al fin y al cabo, la democracia es el mejor patrimonio que podemos ofrecer a las nuevas generaciones de uruguayos. Festejemos este día –y todos los días– dando lo mejor de nosotros para que ello sea posible.