El pasado 19 de setiembre hubo una noticia que pasó desapercibida, incluso en el continente en que se registró. La Unión Europea, en su Parlamento y por un aplastante 535 votos a favor y 66 en contra (52 abstenciones), igualó lo aberrante del nazismo con el comunismo. En concreto, los europarlamentarios aprobaron una resolución en la que se condenó que “ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”.
Este paso no hace más que confirmar lo que todos ya sabemos: el nulo apego del comunismo a la democracia y los atroces crímenes que cometieron a lo largo de la historia, en la decadencia que sumieron a los países en los que gobernaron con puño de hierro y en la pobreza, y en el daño antropológico, que padecieron los ciudadanos. El comunismo es una peste, una enfermedad que carcome cualquier sistema y cualquier ser humano, un atraso y una explotación. Y todo refrendado por las barbaridades de quienes pregonaban esta errática filosofía y política.
En nuestro país, por supuesto, tenemos aún algunos garantes de ese pregón nefasto, y pese a no ser tan numerosos, se hacen sentir con su peso y sus modos. Basta recordar cuando el candidato del oficialismo a la Presidencia, Daniel Martínez, criticó a la Unión Soviética y le cayeron de todos lados por expresar lo que pensaba. Y vergonzosamente se retractó, porque son pocos pero tienen mucho poder dentro de la coalición de izquierdas. También resultó chocante la cantidad de banderas soviéticas durante el funeral de Eduardo Bleier en la sede de la Universidad de la República en Montevideo (violando la laicidad claro está, pero ese es otro tema).
En Uruguay se muestra esa bandera que representa millones de muertos, pobreza, decadencia, autoritarismo, como si tal cosa, sin que a casi nadie se le mueva un pelo. Es como que “éstos son buenos; lo otro nunca sucedió”. Quizá sería bueno volver a recordar las cifras de terror que el comunismo, en diferentes países del mundo, sembró en los años que gobernó. Los números resultan espeluznantes. El diario ABC hizo días atrás un buen repaso de las víctimas del comunismo, en especial del régimen soviético. Indicó que en 1989, el politólogo Zbigniew Brzezinski ya había establecido los muertos de la Unión Soviética en 50 millones, en su obra “El gran fracaso: nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX”. Robert Conquest, cuyos trabajos sobre los soviéticos lo convirtieron en una autoridad, estimó 40 millones de víctimas, sin contar a los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial. En 1987, Rudolph Rummel, de la Universidad de Hawái, dijo que la URSS había matado a 61,9 millones de personas entre 1917 y 1987. Mientras que el historiador ruso y premio Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn, en el segundo volumen de su “Archipiélago Gulag”, de 1973, cifró el número de víctimas de la represión en 88 millones.
La famosa publicación de 1997 llamada “El libro negro del comunismo” redondea en más de 120 millones el total de muertos por el comunismo en los diferentes países, rebajando en 21 millones de decesos durante el régimen soviético pero marcando en 85 millones los muertos en China, sobre todo, cuando era gobernado por el tenebroso Mao Zedong. Ese texto también detallaba que hasta ese año murieron a causa del comunismo 4,6 millones en Corea del Norte, 3,8 millones en Vietnam, 2,4 millones en Camboya, 1,5 millones en Afganistán, 1,2 millones en Yugoslavia, entre otros países. “El libro negro del comunismo” hasta repasa los muertos en Uruguay: 66.
La idea de que se pueda comparar a ambos regímenes ha sido siempre rechazada con molestia por los comunistas. Ellos aún creen que son una buena idea y muchas veces sacan a relucir que ellos también ganaron la Segunda Guerra Mundial (cabe consignar que buena parte de su aceptación posterior se da por este motivo). Esta indignación se nota aquí y allá en Europa, donde tuvo lugar esa histórica resolución. Incluso, el grupo socialista europeo presentó una propuesta distinta a la determinación finalmente aprobada, en la que se evitaba mencionar al comunismo y los crímenes cometidos en su nombre en la condena.
“Es probable que los nazis también hubieran rechazado con igual indignación esta declaración pública, pero no hay que olvidar que esta equiparación ya fue establecida en la primera mitad del siglo XX por autores tan importantes y dispares como George Orwell, Simone Weil, Marcel Mauss, Bernard Shaw, el Nobel de Literatura André Gide y socialistas rusos convencidos como Victor Serge. Hay muchos historiadores que, incluso, defienden que el nazismo no podría explicarse sin la existencia previa del comunismo”, asevera el reporte del diario ABC.
Ya va siendo hora que las cosas se llamen por su nombre. Que el comunismo es sinónimo de muerte, destrucción y pobreza, y no tiene nada que ver con la democracia. Si acaso se encuentran inmersos en algún sistema democrático es porque no tienen más remedio, porque no creen en él y no pierden la oportunidad de socavarlo.
Los comunistas solo conocen de imposición, de autoritarismo. La historia es muy patente en cuanto a su talante.