Solicitada

EL GIGANTESCO PODER DE LA PEQUEÑEZ

Los humanos de este planeta estamos viviendo una situación que podría decirse apocalíptica, dada la gravedad, provocada por un elemento enormemente pequeño, e invisible para nuestros ojos. Lo que no han logrado los átomos, con su inconmensurable energía, lo ha logrado ¡un virus!
Como no soy experta en la biología, copio las palabras de una profe, que sí lo es:
“Los virus no son ni siquiera células completas. Son sólo material genético empaquetado dentro de una cubierta proteica. Necesitan otras estructuras celulares para reproducirse, lo que significa que no pueden sobrevivir a no ser que vivan dentro de otro organismo (una persona, animal o planta). Pueden vivir una cantidad muy reducida de tiempo fuera de células vivas. Pero una vez que se introducen en el cuerpo de una persona, proliferan rápidamente y pueden hacerla enfermar”.
De acuerdo a esto, es muy probable que este virus haya salido de un laboratorio, quiero creer que de experimentación con fines benéficos. No puedo creer que aún haya en este mundo, científicos abocados a experimentar para hacer el mal. Verdad que han existido, pero ¿seguirá prevaleciendo el mal entre esas personas sacrificadas y de vocación?
Se comenta que, hace muchos años, unos cuatro siglos, Nostradamus profetizó que esto sucedería, escribiendo en su jeroglífico lenguaje que parece han descifrado ahora.
Y mucho más cerca en el tiempo, hace cinco años, Bill Gates profetizó que una pandemia, y no una guerra nuclear, pondría a la humanidad en riesgo.
Ocurre en estos momentos una locura colectiva, el pánico, atraviesa el mundo. Todos los intereses personales, todas las discordancias, sean de la índole que sean, todos los problemas del país, han pasado a segundo plano; todo el mundo está atento a las noticias del virus. El miedo se cuela en todas partes. Se extreman los cuidados. Aunque siempre están aquellos que no respetan las reglas establecidas, inconscientes (¿e ignorantes?) del peligro.
Es verdaderamente impresionante el poder maléfico de este virus. Realmente estamos en una guerra biológica, contra un enemigo infrapequeño e invisible –por eso más peligroso–, que nos amenaza a todos, empezando por los más viejos y vulnerables. Parece que algún engendro del mal quisiera hacer una “limpieza” de vejeces y vejentudes. Una guerra contra un enemigo desconocido, que aparece en el momento menos esperado para causar pavor en las personas, los países, la humanidad entera, la cual no había sentido tanto miedo desde la Segunda Guerra Mundial.
El pasado ya no nos pertenece. El futuro es un misterio. Sólo tenemos el presente. Un presente muy dificultoso y muy preocupante. Para algunos se trata de los últimos tiempos que comienzan a transcurrir. (Los que somos creyentes tendríamos que poner las barbas en remojo).
Los que no son creyentes igual están preocupados. ¿Qué futuro nos espera?
Creo que en este caso, los que tenemos fe, somos afortunados, porque la fe nos ayuda a continuar luchando por un mejor futuro para nuestros hijos y nietos. Pienso que a las personas descreídas la vida se les hace un auténtico infierno. Pienso que este virus inesperado llega a este mundo posmoderno, caótico, paradójico y sin valores, para hacernos reflexionar.
Vuelvo a pensar y a decir lo mismo de tantas veces, en la historia de la humanidad. Cada vez que una civilización decaía moralmente, por el afán exagerado de placeres, riquezas, poder y dominio, sucedía algo que daba vuelta todo y comenzaba una nueva época. Casi, casi, como empezar de nuevo.
Recuerdo siempre el impacto que me produjo la lectura de “Los últimos días de Pompeya”, sobre una sociedad donde reinaba la corrupción, y donde el orgullo, la codicia y el poder, terminaron abruptamente con la explosión del volcán Vesubio.
Recuerdo también aquellos versos, no recuerdo bien si de Manrique: “¿Qué se fizo el Rey Don Juan? Los Infantes de Aragón, ¿qué se fizieron?”
¿En qué quedan al fin los enormes poderes materiales? En un instante puede acabar todo lo que llevó años y grandes esfuerzos construir. Y en este caso, un insignificante virus tiene tanto poder que puede trastocar completamente todo, hasta la economía mundial.
Es el momento de reflexionar profundamente. Tengamos creencias religiosas o no, todos somos humanos. Y lo aceptemos o no, todos somos hermanos en este mundo loco.
Este espantoso virus nos hace temblar a todos. En eso estamos unidos, no hay distinciones de clase alguna, nadie sabe a quién puede tocarle, nadie sabe la magnitud del daño que este virus puede causar.
Reflexionemos. Muy ocupados en nuestros propios intereses, hemos descuidado a nuestro planeta y a nuestros semejantes.
Por un lado, la humanidad busca — y lo está logrando–, un avance tecnológico jamás imaginado, creo, por los genios que han existido. Pero por otro lado, al mismo tiempo –esto es lo paradójico–, ese adelanto está llevando a la destrucción de la naturaleza y a la idiotización de los humanos, que se están convirtiendo en esclavos de las máquinas, esos “seres” que carecen de alma. En este sentido, ya Einstein había vislumbrado algo.
La humanidad se está negando a sí misma. En estos tiempos, es más importante la apariencia que la realidad que se oculta debajo. Predominan la superficialidad y el individualismo, el ¡sálvese quien pueda! Se está perdiendo el sentido de humanidad, de solidaridad. Ejemplos actuales: la gente que atiborra sus carritos en el súper, y “pasan de largo” frente a los que no tienen nada. Los que desobedecen las reglas establecidas, sin pensar en el prójimo. Los que, a pesar de todo, no olvidan sus diferencias de ideología con quienes están tan asustados como ellos.
Tenemos que olvidar las diferencias y luchar juntos contra el enemigo común. Es hora de hacer stop a las rencillas individuales y de grupos. Es hora de usar la empatía, ponerse en el lugar del otro necesitado, y del cual también nosotros necesitamos.
En fin, un insignificante, aunque muy poderoso virus, nos está dando una gran lección de humanidad, que es lo que nos falta.
Termino con un texto breve que copié a una amiga, ignoro el autor: “Tal vez estamos empezando a comprender que nadie se salva solo, que las fronteras no existen, que la salud es un derecho universal, que la economía puede esperar, que la vida es frágil y que protegerla es un deber colectivo”. Sanducera