La “generación COVID”, un problema regional

A nadie escapa a estas alturas que la pandemia ha provocado distorsiones en todo el mundo, con impactos inmediatos que se han manifestado rápidamente en la economía, en el empleo y aún más en sectores puntuales de la actividad, incluso a escala mundial, como la aeronáutica comercial, el turismo y los servicios. También es evidente que hay problemas que está sufriendo el sistema de salud y los pacientes de este, que por la priorización en la atención de las consecuencias de la pandemia ha postergado la atención en otras patologías, tal vez no tan urgentes, pero siempre importantes. Y no solo en la faz “física” de la salud, porque también están los aspectos psíquicos devenidos del aislamiento que se impuso como medida para tratar de frenar la expansión del virus.
Sin embargo hay secuelas que no las apreciaremos en lo inmediato, pero por las cuales habrá que estar atentos en los tiempos que vienen para tratar de corregir. Un ejemplo de esto son los problemas para la educación, que se ha visto afectada en todos los niveles, desde los más chiquitos hasta los estudiantes más avanzados de la educación superior, e incluso hasta los propios futuros docentes.
En este sentido el debate se ha centrado mucho en lo pragmático, en que no se interrumpa el vínculo académico con las distintas instituciones, y en esto tal vez (y sin tal vez) nuestro país ha sido privilegiado, por un lado por el potente desarrollo que tienen las tecnologías de la información, que logran una penetración cercana a la universalidad (y aunque tal vez se pudo hacer un poco más por facilitar medios de acceso a los estudiantes, vale destacar el gesto de la empresa estatal, que liberó determinada cantidad de datos para sus clientes). Esto ha sido clave para que los cursos prosiguieran, aún bajo una dinámica para la que nadie estaba preparado.
Por otra parte, como hemos visto, Uruguay ha sido hasta el momento una suerte de “isla” en el continente por la lenta propagación de la enfermedad que se registra en nuestro país y ello ha permitido que aunque parcialmente, se haya retornado a la presencialidad en la educación.
Gracias a esta ventaja tal vez el año próximo se pueda retomar como si tal cosa, y los que cursaron digamos que tercer año sigan cursando cuarto. Aunque seguramente no sea tan así. Lo más probable es que los programas el año que vienen tengan que incorporar algún tipo de nivelación para recuperar el déficit que se arrastrará tras un año en el que el conocimiento impartido será solo el esencial. Claro que esto es más evidente en algunas material que en otras.
Hoy estos temas están quedando postergados en la discusión porque hay un gobierno que asumió este año y que, como siempre ocurre, tiene que presentar una ley de presupuesto en la que plasmará su intención para los próximos cinco años a través de la distribución de recursos, y naturalmente los sindicatos han comenzado a presionar por mejoras salariales.
Por lo pronto una de las posibilidades que se manejó antes de las vacaciones de julio fue una ampliación horaria, que posteriormente quedó descartada, al igual que la posibilidad de aumentar los días de clases en la semana. También se decidió la suspensión de las vacaciones de setiembre, es decir, a las autoridades les preocupa encontrar la forma de recuperar el tiempo perdido y el escenario de extender las clases hacia el verano es una posibilidad. Sin embargo no se puede dejar de considerar los problemas que tendrá el país en la próxima temporada turística si no se abren las fronteras y el turismo interno es la primera opción para los prestadores de servicio.
Si bien Uruguay goza de esos privilegios mencionados –no fue tan golpeado por la pandemia por lo que pudo regresar rápidamente a una presencialidad parcial y además la muy buena cobertura digital le permitió que la virtualidad no fuese una etapa tan crítica– en los países de la región el panorama es sumamente desalentador.
Veamos por ejemplo el caso de Argentina, donde las clases siguen suspendidas en la mayor parte del país y sin fecha de retorno en la mayoría de las provincias. Algunas, como San Juan y Catamarca, han empezado a retornar parcialmente y de forma progresiva, con medidas de prevención mucho más rígidas que las que se dispusieron en nuestro país. Y la experiencia de la virtualidad no ha sido la mejor, ya que el 37% de los alumnos no contaba con un dispositivo a través del cual conectarse. Y el vecino país no es de los más complicados en este aspecto, al contrario.
A veces se simplifica tanto el concepto de educación como para confundirlo con “ir a clases”, pero es mucho más, infinitamente mucho más. El impacto de la educación está directamente relacionado con la sostenibilidad de las comunidades y más aún en comunidades como las latinoamericanas, tantas veces golpeadas por la pobreza y por las cíclicas crisis que golpean al continente. Perder la vinculación educativa supone para muchos jóvenes dejar pasar el último tren, la última posibilidad de cambiar su realidad.
Tal vez sea muy pronto para evaluarlo, porque ni siquiera ha terminado la epidemia, pero uno de los mayores riesgos es que se genere en la región una “generación COVID-19”, que no solamente quede marcada por la crisis económica que sobrevendrá, sino que además salga de ella con menos herramientas que las generaciones anteriores. ¿Estamos a tiempo de evitarlo? Por supuesto. Pero ello depende de que se tomen las decisiones necesarias y, cómo no, muchas de ellas dependen de los recursos que se pueda destinar y el buen uso que se les dé, y estos siempre son menos de los que se necesitan.