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La industria nacional fue víctima del despilfarro y la malversación gubernamental

La década 2005-2015 fue el tiempo en que el “progresismo”, no obstante “el viento de cola”, agudizó la inestabilidad de toda la industria nacional. Gran parte de ella se fundió, incluso las de vieja y meritoria trayectoria. Ese fue el final de empresas de todo el país, como Fanapel, Molinos Florida, Molino Dolores, Mr. Bricolage, Agolan, Ecolat, Schreiber Foods, La Specia, Paylana, Foto Martín, Coleratti, etcétera. De las PYME ¡ni hablar!
Mientras tanto en ese mismo tiempo, a través del Fondes se comprometieron entre 50 y 70 millones de dólares en ayudas a empresas “compañeras”, que aún con la dispendiosa ayuda del Estado (a costa de todos nosotros), igual se fundieron por su pésima gestión y administración. Entre las más significativas figuran la imprenta Presur, la curtiembre El Águila, las pesqueras Fripur y Urusur, Coopima, la privilegiada Envidrio manejada por el exdiputado Placeres del MPP, Cootab, Alas-U, etcétera. Si a todas esas le sumamos Gas Sayago, el horno de la fábrica de portland de Ancap-Paysandú, Cotrapay, los 300 millones de dólares de Pluna-Mujica-López Mena, más los 800 millones de dólares de Ancap-Sendic andamos cerca de los 1.300 millones de dólares que se hicieron humo. Se despilfarraron con mucha pena y nada de gloria.
Así fue que se desperdició la época de mejor bonanza económica del país. Se percibieron ingentes ingresos sin haber ahorrado y mucho menos invertido en emprendimientos que reprodujeran esos ingresos proyectándonos a un futuro promisorio.
Un ejemplo paradigmático en la lucha por subsistir fue el de la fábrica Delne en la “era Mujica”.
El 1° de julio de 1949 don Juan María Delgado montó una metalúrgica con Nelson, su socio. De allí el nombre del emprendimiento, DELNE. Empezaron haciendo cocinas y luego hicieron estufas y lavarropas de vayven. En esa época se abrieron camino ante una competencia de fuste como eran General Electric, Tem, Ferrosmalt y Metalosa. En el rubro cocinas pasaron más de 60 años fabricándolas y mejorando sus modelos. Dado el nivel alcanzado a nadie se le ocurrió competirle con importadas. Hasta hoy hay cocinas de esas funcionando.
Al ser el nuestro un mercado chico la necesidad de exportar fue importante y en base a calidad llegaron a exportar cocinas para Argentina. Pero ese mercado lo perdieron dado que el gobierno kichnerista cerró la importación de electrodomésticos y si bien la fábrica compraba materia prima en Argentina no les podía exportar sus productos. En ese, como en otros trances, el Mercosur “ideológico” no sirvió para nada.
Así las cosas, a esa industria nacional le llegó el momento en que el 95% del mercado competidor fue importado. Por la simple razón de que en Uruguay no se podía fabricar barato, por los costos de producción. Tanto fue así que el 70% de ese 95% importado tenía un precio por debajo del costo de producción de Delne.
En realidad la supervivencia de la empresa se basó en la calidad. Nunca bajaron la calidad de producción y además siguieron fabricando repuestos (partes) de los múltiples modelos y por tanto reparando cocinas de las “hechas para siempre”.
En 2010 modernizaron los modelos y llegaron –entre las de 2 o 4 hornallas, a gas o eléctricas– a fabricar unos 90 modelos en 8 líneas distintas. La opción preferida fueron las cocinas a gas.
Otro inconveniente de esos años fue que mientras las empresas exportadoras uruguayas debían cumplir con rigurosas normas en el extranjero, aquí entraba cualquier cosa sin controles o normas.
En ese tiempo el presidente Mujica estaba haciendo “la segunda Triple Alianza”. Del brazo de Dilma Rouseff y de Cristina Fernández de Kichner traicionó a Paraguay, suspendiéndolo en el Mercosur, para que no vetara el ingreso de Chaves y su Venezuela dictatorial al Mercosur. Eso le importó más que defender los intereses del comercio y la industria de Uruguay. La tan pregonada “defensa de la industria nacional y el trabajo de los uruguayos” quedó en segundo plano demostrando que era una farsa. Aquí quedó demostrado con el cierre de Pili y la desaparición de muchos de sus remitentes.
Hasta 2018 Delne vendía cocinas, pero cuando compré una, tuve que averiguar quién vendía Delne en Paysandú. Y llamé a la fábrica. Me atendió el dueño, Fernando Rettich quien me dijo que no fabricaba más. Había hecho una consulta en mercados de la Unión Europea, para saber cuál era allí la cocina de mejor recibo, resultando ser una de fabricación turca. Arregló directamente para que se la dejaran vender con la marca Delne y esa fue la que me vendió a mí que sigo la marca desde hace más de 30 años. Debo decir que era mucho mejor la Delne fabricada en Uruguay. Pero aquella fábrica de 7.200 metros cuadrados de capitales uruguayos que trabajaba en la década del 90 con alrededor de 150 personas, en 2013 tenía 44 operarios dentro de instalaciones valoradas en unos ocho millones de dólares en 2018 y vendía cocinas turcas y repuestos para las nobles cocinas viejas. Todo capital uruguayo de una empresa familiar de tercera generación.
Aquí y hasta ahora ha sido un arduo desafío armonizar trabajo, capital y mercados.
En adelante estos emprendimientos solo pueden abrigar la esperanza de un cambio en serio.
El pasaje por el gobierno de un partido que profesa la peregrina idea socialista de que la gente trabaja mejor cuando lo hace para el Estado, que cuando lo hace para ella, trajo la ruina de muchos. Esos ya tuvieron su “pandemia” anticipada.

Ing. Ramón Appratto Lorenzo