Un sueño a medias

El racismo, abolido como práctica en casi todo el mundo, permanece en cambio en las sociedades, en especial en algunas que –por cultura y educación– no deberían estar incluidas. Nos referimos a Estados Unidos, la nación de las grandes oportunidades, donde no obstante el odio racial se encuentra muy asentado en varias zonas de ese enorme país. La desconfianza en ciertas comunidades, la represión policial contra los negros, un discurso que viene de arriba que no ayuda; todos puntos sobre los que se sustenta el racismo actual en suelo estadounidense.
Justo ayer, miles de personas se congregaron en Washington, cuando se cumplieron 57 años del discurso “Tengo un sueño” que pronunció el líder de los derechos civiles Martin Luther King Jr., y mientras en Estados Unidos se levantan voces en contra de la brutalidad policial contra los afroamericanos.
Muchos de los asistentes a la protesta exhibían camisetas negras con la frase “Black Lives Matter” (“Las vidas negras importan”) y carteles con la imagen de George Floyd o con mensajes como “No a un Estado policial” y “Hay que votar afuera a Trump”. Floyd, un hombre de raza negra, falleció después de que un policía blanco le presionara el cuello con su rodilla durante 8 minutos y 46 segundos, lo que desató una serie de protestas en todo el país.
El problema racial en Estados Unidos viene desde que existe como país y antes como colonia británica o española, y se reflejó de forma bélica en la Guerra de Secesión. Tras cuatro años de guerra civil, el norte le ganó al sur. La victoria trajo consigo la abolición de la esclavitud, plasmada en la 13ª enmienda de 1865, y la liberación de 4 millones de esclavos.
Como consecuencia, un sentimiento de rencor se mantuvo presente en los blancos de los estados sureños de Estados Unidos. De manera que lo que antes era esclavitud mutó a la segregación, es decir, la separación de espacios, leyes y servicios para blancos y negros. Los negros estuvieron siempre relegados y esta segreación se mantuvo aceptada socialmente hasta mediados del siglo XX. Lo hemos visto en numerosas películas: el rechazo a los negros resultaba tajante e indignante.
Ese enojo, esa rabia, esa impotencia, fueron acumulándose, creciendo dentro del mundo afroamericano, con Luther King como líder de esa inspiración. Su sueño de vivir en un país donde sus hijos tuvieran las mismas oportunidades que los blancos, se convirtió sin embargo en una pesadilla. En 1968 fue asesinado, con solo 39 años, por ser el líder del movimiento de los derechos civiles de los negros de Estados Unidos.
La lucha de Luther King contó con el apoyo del presidente John F. Kennedy, asesinado en 1963, y de Lyndon B. Johnson, quien en 1964 firmó la Ley de los Derechos Civiles. Así se puso fin a la separación de negros y blancos en buses, colegios, hospitales, bares y toda suerte de espacios públicos en toda la nación. Esto en la ley. Luego, en la calle, como se ha visto, ha sucedido otra cosa.
Actualmente, los afroestadounidenses enfrentan un serio problema de violencia policial. De acuerdo con la organización Mapping Police Violence, el 24% de las muertes bajo custodia policial corresponde a ciudadanos afroamericanos, una cifra muy llamativa si se tiene en cuenta que el 13,4% de la población estadounidense es negra, informó el sitio France24.
Este número de la violencia policial contra la población negra estadounidense se enmarca en la presidencia del polémico Donald Trump, un mandatario que ha sido criticado por exacerbar a la supremacía blanca. El papel de Trump no ha resultado bueno para aplacar los desmanes de los blancos y de su cuerpo policial. Incluso, para lanzar su candidatura a la reelección eligió a la ciudad de Tulsa, Oklahoma, donde en 1921 se registraron los peores ataques raciales en la historia estadounidense. Una masacre que incluyó ataques aéreos por parte de los blancos.
Y esta semana ha habido un nuevo incidente de brutalidad policial en Estados Unidos contra un negro. Un agente de Kenosha (Wisconsin) disparó siete veces en la espalda al afroamericano Jacob Blake –que no murió aunque se encuentra esposado a la cama del hospital– y reavivó las protestas raciales y generado un inédito boicot en el deporte de ese país, como en la NBA o en otras ligas profesionales.
No solo en Wisconsin han surgido manifestaciones diarias contra la violencia policial contra las minorías raciales, sino que otros estados, como California, Minesota o Nueva York, también han acogido numerosas protestas; una situación que no agrada, por supuesto, al presidente Trump.
Estados Unidos, siendo lo que es –una potencia económica mundial–, refleja algo muy evidente: una sociedad dividida. No ha podido resolver el asunto racial y, por tanto, no ha devenido en una sociedad más igualitaria, más allá de las posibilidades laborales que se puedan encontrar. Y ojo que en Uruguay también existe el racismo: esto es real y lo han padecido miembros de la comunidad afro. Lo mismo ha pasado con los venezolanos que han arribado a nuestro país. Lo que está aconteciendo en Estados Unidos no es algo lejano: nos interpela.