Leonardo Francisco de Souza Ferrero (75) ejerció la docencia durante treinta años en el medio rural, trabajó en EL TELEGRAFO, tuvo su participación en radio, fue edil durante dos períodos, ha escrito dos libros y actualmente trabaja en dos más, formó una hermosa familia y ahora disfruta de las pequeñas grandes cosas de la vida, como estar en su casa y trabajar en su jardín, donde recibió a Pasividades.
Hijo de Leonardo Severo y María Angélica, nació el 6 de marzo de 1945 y se crió en su casa de la calle Carlos Albo, junto a su hermana siete años mayor, Judith Mary. Su padre era de Durazno, “vino a Paysandú por su trabajo, ya que era funcionario de la Administración Nacional de Puertos, y así conoció a mi madre que vivía por calle Pinilla, cuando el centro de Paysandú era justamente el puerto”, relata.
“Yo nací en esta casa. Mi niñez fue muy bonita, una madre descendiente de italianos que nos aconsejaba, nos retaba, hacia muy buenas pastas y nos tenía siempre prolijitos. La luchó sola porque mi padre vivía más en Montevideo que acá. Estoy hablando de tiempos en la que los remolcadores y los barcos llegaban al puerto; el tren también, pero demoraba mucho más que los barcos por el río Uruguay . Me acuerdo que fui el primer niño en el barrio en tener una bicicleta. Las calles eran de tosca, pasaba el camión regadera para que los vehículos — en aquel tiempo los cachilos– no levantaran polvo; había autos muy bonitos, como los Ford 8, todos de la época del 50-52”, recuerda De Souza al hablarnos sobre cómo transcurrió su infancia.
“Fui a la escuela del barrio”, agregó. “Nací en un barrio en el que había muchas maestras, 3 o 4 que les enseñaban a sus hijos a hacer máscaras, cabezudos, caretas, y eso sin duda alguna tiene que haberme influido para que yo llegara a ser maestro”, deduce.
A ITALIA
“En 1961 viajé a Italia con mi madre. Al retornar al liceo yo ayudaba a la bibliotecaria con la entrega de libros y así fue como conocí a Ingrid Carmen Ruff Hennich”, con quien iniciaría un noviazgo años más tarde y se casó el 8 de diciembre de 1973. “Cinco años de novio más los de casados. Hace 50 años que estamos juntos”, dice feliz.
“Eran momentos en que sin ser de izquierda tuve que dejar el país y nos fuimos con Ingrid, recién casados, a Italia, en 1974. Allí estuve 9 años y medio donde nacieron mis hijos Cristian y Carol. Yo trabajé en una fábrica 10 años. Retornamos porque papá había fallecido y mamá estaba sola. Era el momento de volver porque acá se aclaraban un poco las cosas con el plebiscito por el Si y el No. Volvimos y empezamos de nuevo”, comentó.
LA DOCENCIA EN EL MEDIO RURAL
Al retornar al país, “yo me dediqué a la docencia en el medio rural e Ingrid trabajaba en Paysandú. Yo me fui al lugar donde ganaba más, escuelas con maestros unidocentes donde te pagaban mejor. Luego vinieron los concursos y en los 2 que di me fue muy bien. Por el concurso urbano trabajé en la escuela 95 y la 106, pero por el rural yo era director de la escuela de Chapicuy, que después se hizo urbana del interior y me trasladé a la 24, que fue donde me jubilé”, precisó.
“La primera escuela fue la Nº 41 de Rincón de Ramírez de Río Negro. Fue la primera vez que iba al medio rural como maestro”, señala. “Del medio rural tengo anécdotas hermosas, la familia en el medio rural aún sigue compacta, las madres al no trabajar –no porque no precisan, sino porque no hay trabajo– se dedican a cuidar los nenes, entonces, es una familia como era la nuestra. En ese medio rural vimos llegar caminería, algún ómnibus que entraba en algunos lugares, lo que antes era impensable, la energía eléctrica y había una tranquilidad total porque el medio rural es eso, es paz, silencio sin sobresaltos”, reflexiona.
Y trae a su memoria anécdotas únicas: “Cuando yo trabajaba para el Departamento de Educación Rural, me tocaba visitar las escuelas y me acuerdo que en la escuela 28, había llegado la electricidad y unos niños prestaron atención a un nuevo sonido que nunca habían escuchado. Era la auxiliar de servicio, estaba usando la licuadora. En El Eucalipto, habían comprado ventiladores, y yo me dediqué a mirar un niño que seguía con la cabecita el movimiento del ventilador, pues era la primera vez que veía ese artefacto. Otra anécdota ocurrió en la escuela 44, cuando sonó el celular mío en el salón de clases todos miraron qué era eso que sonaba en la mesa¨; me parece verlo, era un Motorola grande, lo levanté, me comuniqué y me miraban cómo yo hablaba”.
En el 2010 se jubiló, pero “en el 2011 caminaba por las paredes, porque yo trabajaba en el diario, tenía un programa en la (radio CW) 39, trabajaba en el Instituto de Formación Docente. En el 2012 me llaman de la Inspección para ver si quería seguir trabajando porque había una escuela que me precisaba, y así fue que trabajé hasta los 71”, comentó.
“Y lo que es el destino: la primera escuela que tuve cuando volví de Italia fue Federación, la segunda fue Molles Grande, y cuando volví a trabar, con 67 años, primero fui a Molles Grande y después a Federación. Llego yo a Molles Grande, cuando ya hacía 2 semanas que no había maestra, y una niña vuelve a la estancia y su padre le dice ‘así que volvió la maestra’, ella le contesta ‘no es maestra, es un maestro. El padre dice ‘¡qué raro!, ¿no sabes cómo es el apellido?’, la niña me nombra y el padre dice ‘¡tiene como mil años!’ Se trataba de un exalumno mío. Fue muy gracioso”, relató nuestro entrevistado.
“DISFRUTaS DE OTRAS COSAS”
“Cuando trabajé hasta los 71 yo seguía con esas ansias de dedicarme a la docencia; ahora te das cuenta que disfrutas de otras cosas”, reflexionó, tras lo que contó que “volví a escribir, como me gustaba. Es lo que estoy haciendo ahora, tengo 2 libros empezados, ya tengo 2 editados. El último que estoy haciendo ahora es sobre un personaje que vive en el medio rural y cura, se va a basar en las creencias ancestrales”.
Hoy está más que realizado y feliz “totalmente” con el camino elegido. “Soy un agradecido porque he tenido suerte, haber conocido a Ingrid, haber tenido hijos como los que tengo, padres como los que tuve, amigos; tengo 5 nietos, dos hijas de Cristian, Josefina de 13 y Olivia de 4, y tres hijos de Carol, Mathías de 21, Santino de 10 y Paz de 2 meses”, concluye sonriente para despedirnos son su cordial sonrisa, mientras dejamos atrás el hermoso jardín que mantiene con esmero y dedicación junto a su esposa.
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