Trump: una grieta “made in USA”

Las recientes elecciones celebradas en Estados Unidos (de las cuales surgirá Joe Biden como futuro presidente de ese país) han sido una de las más convulsionadas, reñidas y polémicas de las últimas décadas. La peculiaridad de esta instancia electoral radica precisamente en uno de sus contendores, Donald Trump, quien además posee la condición de primer mandatario de ese país. Hombre proveniente del mundo empresarial y ligado desde siempre al mundo del espectáculo tanto por sus apariciones en los medios como por su presencia permanente en las reuniones de los más selectos círculos sociales de Nueva York, Trump ha construido su poder político desde la descalificación de todos aquellos que no comparten sus ideas y desde el uso permanente de noticias falsas (las denominadas “fake news”) a través de las cuales ataca a sus ocasionales adversarios.
La conducta de Trump no comenzó en esta elección, ya que durante la campaña para las elecciones presidenciales del año 2016 utilizó técnicas bastante similares. Tal como lo mencionara Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en un artículo publicado en el diario “The New York Times” del mes de diciembre de ese año, se trata de alguien con tendencias autoritarias, pero que “a diferencia de sus predecesores, rompe reglas de manera constante. Hay señales de que busca disminuir el papel tradicional de los medios noticiosos mediante Twitter, mensajes de video y eventos públicos para burlar a los equipos de prensa de la Casa Blanca y comunicarse directamente con los votantes, copiando a líderes populistas como Silvio Berlusconi de Italia, Hugo Chávez de Venezuela y Recep Tayyip Erdogan de Turquía.” En su discurso de asunción, pronunciado el 20 de enero de 2017, Trump apeló en forma explícita a ese contacto directo con los electores dejando de lado a sus naturales representantes (el Poder Legislativo) cuando afirmó que “no estamos meramente transfiriendo el poder de una a otra Administración o de un partido a otro, sino que lo transferimos desde Washington DC y se lo devolvemos al pueblo”. Se trata de un líder que “no quiere intermediarios” porque “el pueblo se convertirá en el dirigente del país”.
Como han señalado los investigadores Carmen Colomina y Jaume Ríos, “en la historia de Estados Unidos han existido presidentes con un mayor o menor grado de personalismo en su gestión. Y existe Donald Trump, que sustituyó el presidencialismo por la egolatría, y en su primer año en la Casa Blanca, consiguió la mayor brecha partidista en los índices de aprobación de un presidente norteamericano desde la década de los 50 del siglo pasado. Mayor que Richard Nixon, Bill Clinton o George Bush, hijo”. Fiel a su filosofía populista, Trump atacó no solamente al Poder Judicial y al Poder Legislativo de su país, sino que lo hizo en forma especial con la prensa ya que desde “la campaña electoral de Trump fijó a los grandes medios de comunicación críticos como enemigos del pueblo americano. Solo se salvaron aquellos periodistas afines al inquilino del despacho oval. La lista de rotativos y empresas de comunicación importantes del país que se vieron atacadas y señaladas por publicar, según Trump, fake news se alargaba día a día. Y sus alusiones a la prensa ‘deshonesta’ se convirtieron en constantes.” Al igual que varios gobernantes populistas alrededor del mundo (incluyendo algunos de los recientes y actuales dignatarios de América Latina), el presidente norteamericano decidió “matar al mensajero” si las noticias que transmitían no eran de su agrado o de conveniencia. El anuncio de que Biden será el 46° presidente de los Estados Unidos abre otra interrogante que en otras épocas parecería fuera de lugar para ese país: ¿el actual presidente republicano transferirá el poder a su sucesor? El propio Trump ha insinuado en varias ocasiones que no está claro si lo haría pacíficamente en caso de perder las elecciones (cosa que finalmente ocurrió). Consultado específicamente sobre ese tema y anticipando sus impugnaciones a los resultados electorales, “Trump reconoció que ‘me he quejado mucho de las boletas y las boletas son un desastre … deshazte de las boletas y tendrás un … no habrá transferencia, francamente. Habrá una continuación’”.
Esta forma de ejercer el poder ha polarizado tremendamente a la sociedad norteamericana durante los últimos años. Como lo señalan Colomina y Ríos, “en 1960 se realizó una encuesta en Estados Unidos en la que se preguntaba a la población adulta si les ‘molestaría’ que un hijo suyo se casara con un miembro del partido político contrario: no más del 5% respondió afirmativamente. Pero, en 2010, la respuesta afirmativa se elevó al 33% de los demócratas y el 40% de los republicanos. Algunos lo llaman ‘partidismo’ y ya supera al racismo como fuente de prejuicios divisores. (…) Trump, el supuesto outsider antiestablishment, tira del cordón umbilical del populismo republicano conectándolo directamente a una Norteamérica que creía sentirse abandonada, relegada”. Su historia es similar a la de otros líderes políticos en distintos países, los cuales acceden al poder explotando el descontento, las necesidades, las incertidumbres y los miedos creadas por un mundo globalizado en el cual crece el desempleo estructural por el uso de las nuevas tecnologías, la mudanza de las empresas a otros países con menores costos de producción o el crecimiento descontrolado de los déficits fiscales debido a los gastos de seguridad social. En este tipo de escenarios es donde crecen figuras como Trump.
Como consecuencia de su actuación en temas tales como la igualdad de género, la brutalidad policial, el combate al COVID-19 o el calentamiento global, Trump se ha transformado en una figura pública que divide a la sociedad, con nula o escasa posibilidad o voluntad de aglomerar al pueblo norteamericano en torno a la búsqueda de soluciones para los grandes problemas de ese país. Muy por el contrario, el actual presidente ha actuado siempre como el Presidente de su partido político y no el de todos sus conciudadanos, buscando siempre un enemigo al cual atribuir todos los males y sobre el cual poder excusar la responsabilidad por sus propios fracasos gubernativos. En esa búsqueda Trump ha generado una grieta entre diversos grupos de la sociedad de Estados Unidos que constituirá una profunda y dolorosa huella por los próximos años y será recordada como su más notorio y lamentable legado.
Estados Unidos tendrá una dura tarea por delante para recomponer su tejido social y político en medio de un país crispado luego de varios años en los cuales el enfrentamiento y la descalificación fueron utilizados como un instrumento de gobierno. Lograr ese objetivo de la manera más rápida y sustentable posible constituirá un desafío de primera magnitud que tendrá efectos positivos en su agenda nacional y extranjera, beneficiando así al resto de los países que componen la comunidad internacional.