Una buena… con nubarrones

En este tiempo de pandemia por el coronavirus COVID-19, en el que las noticias giran en torno a ella y sus consecuencias –y del incremento de los casos activos en nuestro país–, hay hechos que son de ponderar desde el lado positivo. Por ejemplo, la salida de la recesión de la economía brasileña. Para Uruguay esto resulta de gran destaque, aunque el dato tiene algunos indicios preocupantes.
El país que representa el segundo destino para nuestros productos, después de China, presentó ayer números alentadores. Su economía creció a un ritmo récord del 7,7% en el tercer trimestre del año frente al segundo, tras la también histórica contracción que sufrió entre abril y junio (-9,6%). De cualquier modo, hay cautela debido a la nueva ola de la pandemia del coronavirus. Como sucede en todos lados.
De acuerdo con el Índice de Actividad Económica del Banco Central (IBC-Br), considerado como una medición previa del comportamiento del Producto Bruto Interno (PBI), esta reacción fue reflejo de la reactivación de las actividades y de la rápida reapertura que siguió a las cuarentenas impuestas durante los tiempos más duros de la pandemia.
Es decir que la sólida recuperación del tercer trimestre, provocada por la rápida retomada de las actividades paralizadas por las medidas de distanciamiento social para frenar el coronavirus, permitió a Brasil salir del estado de recesión técnica en que había caído en junio.
No obstante, la decisión del gobierno de suspender los subsidios que distribuía entre informales, desempleados y pobres para ayudarlos a paliar los efectos de la pandemia y la posibilidad de que los gobiernos regionales vuelvan a imponer medidas restrictivas ante una segunda ola de COVID-19 ponen en duda que ese ritmo de recuperación se mantenga.
Tanto el gobierno como economistas coinciden en que Brasil crecerá a un menor ritmo en el último trimestre (2,2% según las previsiones), ya que la base de comparación no será tan baja, pero mientas que el Ministerio de Economía dice esperar una expansión sustentable desde ahora, los analistas temen que la simple retomada de actividades paralizadas no sea insuficiente para garantizar la recuperación.
Entre otros factores que pueden afectar el crecimiento en los próximos meses citan la tasa récord de desempleo del 14%, con tendencia a aumentar, y la creciente inflación, principalmente de los precios de los alimentos, que comienza a reducir el poder de compra de los consumidores.
Además, ese número de crecimiento de la economía, del 7,7% del PBI, se ubicó por debajo de lo esperado por el gobierno de Jair Bolsonaro, del 8,3%, y resultó ser insuficiente para recuperar las pérdidas que ya habían sido causadas por la pandemia en el primer y segundo trimestre (-1,5% y -9,6% respectivamente). De acuerdo con los datos divulgados el jueves por el gobierno, la economía brasileña registró un significativo rebote en el tercer trimestre impulsada por el fuerte crecimiento de la producción de la industria (+14,8%) y de los servicios (+6,3%), así como por la retomada del consumo de las familias (+7,6%).
De cualquier modo, existen aspectos positivos en los datos brasileños y lejos se está de que este gran país vaya a tener la peor crisis económica de su historia, como alguno auguró en mayo pasado. En aquel entonces, la consultora Gavekal Research comparó a Brasil con un predio en llamas, en un informe para inversores. “En este momento, es mejor dejar Brasil a los especialistas, los locos, los oportunistas de largo plazo o aquellos que no tienen otras opciones”, decía el reporte firmado por el economista Armando Castelar. “Esta realmente es una crisis atípica y más intensa que cualquier otra que hayamos observado”, afirmaba, en aquel tiempo, la economista Viviane Seda, del Instituto Brasileño de Economía de la Fundación Getulio Vargas.
Los mensajes apocalípticos suelen ser típicos en esos contextos y más si en el poder se encuentra alguien que cae poco simpático, como el presidente Bolsonaro. Sí tiene entre manos un gran desafío por delante, como todo el que dirija Brasil, pero su poder económico y su empuje están a las claras.
Los números brasileños, a su vez, contrastan de manera categórica con los de Argentina, país gobernado por el peronismo de izquierda con Aníbal Fernández y Cristina Kirchner al frente; un país estancado y aprisionado por los cuatro costados, que no logra levantar cabeza y que además ha demostrado una pésima gestión en esta pandemia del coronavirus.
Un 64,1% de los menores de 18 años en Argentina vive en hogares donde el dinero que ingresa no le alcanza a la familia para procurarse un conjunto básico de servicios y bienes materiales; es decir, son personas pobres por ingresos, según informó La Nación en base a la encuesta del Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la Universidad Católica Argentina.
Y si se considera a los niños y adolescentes que, además de estar en esa condición, sufren algún déficit de acceso a derechos sociales considerados primarios (como habitar una vivienda de cierta calidad, contar con servicios como el de agua corriente, vivir en un hábitat saludable o asistir al sistema educativo), los afectados son el 60,4% del total. Un año atrás, esos indicadores, de pobreza por ingresos en el primer caso y de pobreza multidimensional en el segundo, eran de 59,5% y 54,6%, respectivamente. Datos alarmantes.