El margen de maniobra en pandemia

Una de las consecuencias visibles de la pandemia, con un COVID-19 porfiado y reconvertido en más cepas y nuevas oleadas, sobre todo en los países del primer mundo, es el de acentuar la incertidumbre tanto en lo que refiere a su contención y eventual desaparición o minimización, como sus repercusiones en el área socioeconómica.
En el marco de un recrudecimiento global y una vacunación con diversos grados de avance pero todavía con una cobertura muy menor, es evidente que el país enfrenta un crecimiento significativo de casos y sobre todo que hay circulación del virus en la comunidad, lo que explica la pérdida del hilo epidemiológico y por cuarentenas que no se cumplen, porque la responsabilidad ciudadana es veleidosa y no solo es problema de responsabilidad, sino a menudo también de necesidades y prioridades que no pasan por asumir la gravedad que conlleva el seguir circulando en la comunidad.
Como ha sido la constante, no hay respuestas ante la pandemia que no resulten contrapuestas, es decir el choque entre efectivas medidas sanitarias de prevención contra la economía, sintetizada por algunos sectores extremos en que el dilema es entre morir de COVID o morir de hambre.
Por supuesto, desde el punto de vista sanitario y radical contra la pandemia, la respuesta más contundente y eficaz sería la cuarentena total, pero nos deja como consecuencia directa el empobrecimiento general y un golpe devastador en la economía.
Quiere decir que en resumidas cuentas, es impracticable la cuarentena por razones de dinero: si Uruguay tuviera otra espalda financiera, otras posibilidades, la contención podría lograrse, mientras se aguarde que se extienda la cobertura de vacunación en marcha, con unos cinco mil a diez mil millones de dólares que se inyecten en la economía en forma de asistencia (¿?) lo que conlleva una distribución que daría lugar a injusticias mayúsculas, pese a que se haga con la mejor intención, suponiendo que se pueda conseguir ese dinero sin comprometer el futuro inmediato y de mediano plazo del país.
Hay planteos, sobre todo procedentes desde la oposición política, por ejemplo, de que se paralice el país por quince días: ahora, ¿quién puede en su sano juicio, pedir que se aplique una medida restrictiva de esta naturaleza? ¿De dónde saldrían los ingresos para pagar salarios, para que las empresas se sostengan durante más de dos semanas e igualmente cumplan con los pagos al personal, los servicios, los impuestos, los insumos pendientes, etcétera?
Claro, una cosa son los funcionarios del Estado, que seguirían cobrando sus sueldos guardaditos en su casa, como se hizo al principio de la pandemia, simplemente porque el motor privado clave, sobre todo el agro, que no sabe de pandemias ni de vacaciones, seguiría produciendo; aunque esta es solo una pata de la economía, y otra muy distinta sectores de actividad autodependientes, que viven el día a día, del movimiento en la calle, caso concreto de los cuentapropistas, entre otros.
Ahora, ¿cómo se puede además pedir a los grupos más vulnerables que asuman el impacto de un cierre total? ¿Cómo se puede pedir a las empresas duramente golpeadas, que siguen de crisis en crisis, que ya durante los últimos años han venido en picada y se han perdido sistemáticamente fuentes de empleo, que se ingrese en un parate total para contener la enfermedad, con la gente ya cansada de más de un año de pandemia y la economía en retroceso?
Bueno, la respuesta va a ser siempre, por más vueltas que se le dé, que el contar con un mar de dinero que se pueda distribuir como si nada para mantener circulando la economía. Lo puede hacer por ahora Estados Unidos, que ha destinado miles de millones de dólares en un plan especial del presidente Joe Biden para sostener la economía y mantener los empleos. La primera potencia mundial tiene una posibilidad que nuestro país y el resto del mundo no tiene: imprimir dólares y así crear una burbuja artificial de riqueza que permite aguantar el temporal hasta que dé resultado, como se espera, el esquema de vacunación masiva.
Paralelamente, importantes economías europeas están haciendo agua mientras siguen creciendo los casos y se suceden las oleadas de COVID-19, con una cobertura de vacunación lenta y todavía insuficiente.
El dilema es aún más duro por lo tanto para los países que no tienen espalda financiera y deben seguir funcionando, pese que la medida genial sería que todos nos pudiéramos quedar en casa recibiendo los salarios, pasividades o a asistencia financiera como si estuviéramos en actividad. De hecho, si lo pensamos bien sería espectacular que sea así siempre, no solo ahora con la pandemia, que el Estado nos “banque” sin tener que trabajar ni producir.
Pero lamentablemente, este extremo infantil es inviable, y dada la emergencia se está procurando una salida intermedia, con resultados que no son los de hace un año en cuanto a la observación de elementales medidas de prevención por las instituciones y población en general.
La libertad responsable invocada como la respuesta ciudadana más lógica para contener el avance de la pandemia, que resultó medianamente eficaz hace un año, aparece ya con serias señales de saturación en gran parte de la población, sobre todo en los grupos menos susceptibles, como son los jóvenes, y un escenario similar lo vemos por ejemplo en países como Alemania, España e Italia, con manifestaciones en la calle y represión en protesta por nuevas medidas restrictivas ante rebrotes de la pandemia.
Por lo tanto la realidad indica que el movimiento de “perillas” a que refiere el presidente Luis Lacalle Pou es un instrumento válido, es cierto, pero requiere una contraparte de responsabilidad que en su momento se manifestó en forma positiva, pero que hoy ya aparece como desgastado en gran medida por la prolongación de un escenario que es reflejo de la flexibilización pero también sobre todo del incumplimiento de elementales medidas de precaución, que se puede hacer en cortos períodos pero que por el propio factor humano son insostenibles en la sociedad a lo largo de los meses.
Ante estos factores en juego, y la imposibilidad ya señalada de cuarentena total o parálisis de actividad significativamente mayor a la de hoy, que ya nos afecta económicamente, la realidad indica que mal que nos pese, no hay mucho más allá que apelar a seguir con lo que ya se ha hecho, con algún retoque, y apostar a que este recrudecimiento de la pandemia haga que el ciudadano común apele al sentido común y siga las exhortaciones a cuidarse y cuidarnos, mientras esperamos que la vacunación de los resultados que todos queremos.