Las perillas de la noche

Los centros nocturnos, ya sean bailes, pubs, boliches o como quiera llamárseles, siempre son problemáticos en todas las ciudades, debido a la naturaleza de la actividad. En todos los casos, se trata de una concentración de gran cantidad de gente hasta altas horas de la madrugada, que conlleva un intenso tránsito de vehículos de todo tipo, con jóvenes que ya de por sí son ruidosos y descontracturados, pero lo son mucho más cuando están en “modo salida nocturna”. A eso hay que agregarle las aceleradas en la vía pública, la música a alto volumen tanto de vehículos como de los propios centros nocturnos, los gritos en la calle, alguno que orina donde le vino la gana y todo tipo de desbordes que siempre ocurren.

Por eso nadie quiere tener como vecino un comercio de ese ramo; cuanto más lejos esté, mejor. Por otra parte, son actividades que deben existir en toda ciudad, es necesario que los jóvenes tengan lugares donde reunirse, distenderse, relacionarse y divertirse. El problema es lograr el equilibrio entre el derecho de los vecinos al correcto descanso y el de los jóvenes –o no tanto– a su esparcimiento.

En ese sentido, la alcaldía de Sarandí Grande en el departamento de Florida parece haber encontrado una solución que ha dado muy buenos resultados. Se trata de fogones en un terreno alejado de las zonas más pobladas, dispuestos para que ese sector de la población pueda reunirse libremente, sin molestar el descanso de la ciudad. No es un descubrimiento nuevo; de hecho en Salto en algún momento se hizo algo parecido sobre la costanera norte de la ciudad, donde se establecieron los bailes lejos del centro. Incluso desde estas páginas propusimos hacer algo similar en la costanera sanducera, por cuanto al no haber un ordenamiento de estas actividades proliferaban los bailes y los pubs por toda la urbe, ocasionando inconvenientes insalvables en los barrios donde se encontraban.

Pero la experiencia de Sarandí Grande vuelve a poner el tema sobre la mesa, en este caso porque tras la publicación en medios de prensa de alcance nacional la experiencia ha tenido una amplia difusión.
¿Habría entonces que copiar la iniciativa floridense en Paysandú? Si bien es cierto que últimamente no ha habido denuncias por ruidos molestos –al menos de la misma forma que hace unos años–, la verdad es que lo que cambió no ha sido el comportamiento de la gente que concurre a estos lugares sino que, debido a la pandemia de COVID-19, tanto los bailes como los pubs vieron restringida su actividad casi completamente. Pero eso está cambiando ahora que, por efecto del éxito de la vacunación, el coronavirus está en franco retroceso en nuestro país. Así que no sería de extrañar que en poco tiempo volvamos a tener los mismos inconvenientes cada fin de semana.

De hecho, algo de esto ya sucede, pero sin los impactos negativos de la época prepandemia, justamente porque al estar prohibidas las reuniones multitudinarias, las que igualmente se hacen son “clandestinas” y para evitar el control de las autoridades se realizan en terrenos alejados del centro, en zonas poco pobladas y –en cierta forma– fuera del alcance de la vista de quienes no participan en ellas. Y si bien es cierto que oficialmente se indica que los bailes no están habilitados como tales, en la práctica ocurren dos cosas: por un lado están las “fiestas clandestinas” que mencionábamos, con cientos de jóvenes reunidos alrededor de discotecas muy bien montadas sin ningún tipo de control de la autoridad; y por el otro, es vox populi que hay algunos “boliches” que no respetan la normativa y se les hace la vista gorda. Está mal pero no tanto, por cuanto si no se controlan las reuniones clandestinas –por imposibilidad de hacerlo o por decisión política–, sería justo no perseguir al negocio establecido, que al fin y al cabo solo trata de sobrevivir frente a la catástrofe económica que le significó este año sin poder trabajar.

Paralelamente, los argumentos esgrimidos respecto al riesgo sanitario, a esta altura parecen más una excusa que una real preocupación, tras la permisividad con que se actuó en la Noche de la Nostalgia. Además, si estuviésemos en una situación de tanto riesgo como hacen ver las medidas dispuestas, a esta altura deberíamos estar en la cresta de la ola de la pandemia, porque es claro que el acatamiento es ínfimo y sólo para salvar las apariencias en la mayoría de los casos.
Volviendo al tema que motiva esta opinión, como decimos la experiencia de Sarandí Grande hace rato que tiene su similar en nuestra ciudad, solo que en las sombras, con convocatoria a través de redes sociales y sin publicidad.

No caben dudas que el hecho que estas fiestas multitudinarias se hayan realizado durante tanto tiempo sin provocar inconvenientes ya es muy meritorio. Entonces lo que habría que ver es cómo se regulariza esta situación de la forma menos traumática posible, y al mismo tiempo rescatando las virtudes de las experiencias clandestinas.
En primer lugar, lo que se rescata de los casos de Sarandí Grande como aquí en Paysandú es que la movida nocturna no puede hacerse en zonas densamente pobladas. Por lo tanto, un buen comienzo sería obligar a que los bailes o locales similares que concentran mucha gente hasta altas horas de la madrugada se establezcan fuera de la zona urbana. Por otra parte, para una mejor organización se podría establecer un lugar exclusivo para ello, en un sector específico a las afueras de la ciudad, e incluso ir más allá y fomentar esos entornos como lugares de reunión de la juventud. Si bien hace unos años planteamos que ese lugar podría ser la costanera al norte de Antonio Estefanell, habría que analizar si realmente es ese el mejor sitio, por cuanto en los últimos tiempos la ciudad ha crecido mucho para ese lado. Pero si no es ese, bien puede ser otro con buenos accesos, iluminación pública, seguridad y demás, que si aún no existe se puede crear.

Tendría además la ventaja que al estar todos los “boliches” juntos, las autoridades podrían realizar las fiscalizaciones correspondientes con mucho más facilidad; por ejemplo venta de alcohol o el ingreso de menores, horarios, cumplimiento de protocolos, aforos, etcétera. A la vista está que hoy no se hace al menos como se debería, quizás justamente por la dispersión de los lugares de reunión.

Cabe aclarar que no desconocemos la realidad actual ni la precariedad de la situación sanitaria que, aún encontrándonos en un momento en que parece controlada la evolución de los contagios por coronavirus, todo lo logrado podría irse por la borda de un momento a otro si no se establecen controles adecuados. Lo que sí decimos es que ese podría ser el camino, porque si bien restan algunas “perillas” por abrir, las que están cerradas tienen demasiadas pérdidas y, a fuer de sinceros, tan mal no estamos.