Cristina García Banegas recuerda a Eugenio Schneider

Cristina García Banegas y Eugenio Schneider.

A pocos días de la desaparición física de Eugenio Schneider, recordamos otra de las facetas del empresario: su apoyo al arte musical. Y lo hacemos a través de las palabras de Cristina García Banegas, reconocida organista y directora, cuya participación fue fundamental en la creación y desarrollo del proyecto Omnes, impulsado por Schneider. Muchos lectores recordarán que, como parte de esta propuesta se han desarrollado numerosos conciertos en Casa Blanca, en La Pulpería y en la capilla Santa Ana. Al final de sus palabras, Cristina dirá que se siente “feliz, halagada, desde el vamos Eugenio dijo que yo era la madrina de ese proyecto. Y desde el vamos fuimos de la mano, para inventar muchas cosas que resultaron muy buenas”.

Primeros Encuentros

No recuerda el año exacto en que conoció a Schneider, pero sí que fue durante una gira del Ensemble Vocal e Instrumental De Profundis, fundado y dirigido por ella. “Él fue a escucharnos y después, al final, me dijo unas palabras muy sentidas, que estaba sintiendo una especial emoción”. Tras haber conocido a través de amigos en común el trabajo artístico que ella desarrollaba, el empresario se interesó por sus discos. Cuando fue a buscarlos, quedó muy impresionado, porque quien le abrió la puerta de mi casa fue mi mamá, Olga Banegas, una de las fundadoras del Ballet Nacional del Sodre. Hoy día tiene 99 años y medio. Le abrió la puerta –yo no estaba ahí–, y le entregó los discos que él vino a comprar”.
Los encuentros se siguieron dando. Cuando De Profundis inició un recorrido por las 19 capitales del país, Schneider enseguida estuvo dispuesto a colaborar, cubriendo los gastos del hotel para algunos integrantes del Ensemble. Alquiló las habitaciones dos noches antes y fue personalmente a comprobar “la actitud y la calidad del servicio del hotel, porque después iban a venir los artistas”, y ofreció un almuerzo para el grupo, que le dedicó algunas canciones. “Hay que decir también que tenía a su favor el conocimiento, lo cultivado que era en todos los aspectos, más allá de la genialidad y de la inteligencia. Él cantó mucho en coros”, continúa Cristina. “Una vez me regaló muchísimo material del coro al cual pertenecía, en Buenos Aires”.

En Casa Blanca

“En general, siempre su actitud era de tender una mano”, prosigue diciendo Cristina. “Pero llegó un momento –después de años y años de montar proyectos, o de compartir almuerzos, cenas, conversaciones de todo tipo– que decía, un poco riéndose: ‘A mí todo el mundo viene a pedirme plata. Y no puedo decirles a todos que sí’. A veces me pareció que estaba avasallado. A veces un poco como que ponía límites en eso. Si alguien estaba necesitado, le decía: ‘Demostrame que realmente lo necesitás’. Conmigo particularmente fue muy generoso”, recuerda. Un día la invitó a conocer Casa Blanca. “A partir de ese momento fui varias veces a quedarme, a pasar unos días. No existían todavía todos los movimientos que vinieron más tarde”.
Un momento especial fue cuando llegó a Casa Blanca el claveciterio, instrumento que luego sería fundamental para los conciertos. Cristina compró uno similar para ella, y Schneider colaboró con los gastos de importación. En otra oportunidad, la ayudó a traer desde Argentina “unos tubos grandes para la pedalera del órgano que tengo en casa, que compré en Argentina, con tubería italiana de la segunda mitad del siglo XIX. Colaboró siempre con muchas cosas, chicas y no tan chicas”.
Cristina incluso visitó Casa Blanca junto a su madre y su hermano. Su hija, la soprano Sofía Rauss –hoy radicada en Suiza– fue a cantar en varias oportunidades, con distintas formaciones. “Y él estaba muy contento, porque ella estaba también como encargada de la parte pedagógica de trabajar con cantantes”, en el proyecto que se generaría después. La idea era emprender un movimiento musical, “entonces depositó en mí la confianza para emprender ese movimiento musical. Y yo viajaba, tocaba en el claveciterio, él se emocionaba…. compartimos momentos preciosos. El negocio iba in crescendo”. Por entonces, ya venía funcionando el restaurante La Pulpería.

Alguien que tejió muchos lazos

De las primeras épocas de aquel proyecto, Cristina recuerda su presentación junto a los argentinos Ramiro Albino, flautista y arpista; Soledad de la Rosa, “una soprano maravillosa”, y Evar Cativiela, “que tocaba el laúd, y el archilaúd. Fue el primer concierto de este emprendimiento. Después seguimos, con grupos pequeños”. Uno de los músicos invitados por Cristina, el violinista Gastón Gerónimo, entusiasmó a Schneider con la idea de formar una escuela de música orientada a la interpretación al estilo barroco. “El propósito final era armar una orquesta. No sucedió eso, pero algunas oportunidades tuvimos de volver a Casa Blanca, y dar cursos, y siempre hacíamos conciertos. A ese movimiento Eugenio le puso el nombre: Omnes”. A pedido de Cristina se sumó otro destacado músico argentino, el clavecinista y arpista Federico Ciancio, “y así se fueron agregando otros, porque los argentinos se iban enterando. No olvidemos que Eugenio era argentino, y bueno, es normal que tuviera esa empatía con gente de su país, como la tenía con la gente de acá también”. Entre quienes también marcaron presencia en Omnes destaca a Laura Pena, secretaria del proyecto y de La Pulpería, y la violonchelista chilena Anaki Guzmán.
Los conciertos en la capilla Santa Ana fueron también idea de Cristina, y llevaron asimismo a la restauración del armonio que hay en el lugar. “Y como ocurría con los conciertos en el restaurante, Eugenio no quería hacer difusión. Quería que la gente se fuera enterando por el boca a boca”.
Schneider estuvo siempre dispuesto a apoyar la llegada de organistas del extranjero, “sobre todo alemanes, italianos, de varios países”; de grupos de música antigua, o del Ensemble De Profundis, “en varias oportunidades. También ofrecía grandes almuerzos, con carnes deliciosas”. Apoyaba además el Festival Internacional de Órgano, y a la Comisión del Órgano Histórico de la Basílica de Paysandú. Tejió muchos lazos. Y era una persona muy querida, con su carácter, que se plantaba con decisiones propias. A veces había que tomar decisiones, y bueno, él las tomaba, para lo que fuera. Y lo vamos a extrañar. Yo ya lo extraño, porque hacía un año que físicamente no nos veíamos”.
El último encuentro fue en la Basílica, en el concierto que ella ofreció en octubre de 2020, al que Schneider asistió, acompañado de familiares y amigos. “Ahora me gustaría decir que él está en Dios”, dice, citando la expresión usada por un sacerdote cuando su padre falleció. “Me dijo que me quedara tranquila, que mi padre estaba en Dios. Eugenio en los últimos años usaba una cruz de madera, de color marrón oscuro. Creo que, de alguna manera, estaba en diálogo con el Señor”.