Lo que hace sustentable a la economía y lo que no debe hacerse

La intrincada y muchas veces inexplicable realidad político-electoral argentina, donde se suceden gobiernos populistas peronistas y alguna interrupción de propuestas más o menos liberales como la administración fallida de Mauricio Macri –muy embretada en sus posibilidades por los condicionamientos de deuda y déficit heredada de los gobiernos kirchneristas– da poco margen para el optimismo respecto a cómo evolucionará el escenario en el vecino país, pese a sus inmensos recursos naturales.

Un panorama al respecto lo desgrana el economista Javier De Haedo, en el suplemento Economía y Mercado, del diario El País, cuando evalúa que “Argentina insiste en escribir el manual de lo que no debe hacerse. Para colmo, se siguen mandando a imprenta reiteradamente, sus ediciones actualizadas y ampliadas. Y si bien lo que más impacta, por ser lo más difundido, con información al instante, es el caos macroeconómico (precios de sus numerosos tipos de cambio, riesgo país, índices de Bolsa) no le van en zaga los problemas en el ámbito social y en el de la microeconomía”.
Subraya que algunos datos de la macroeconomía bastan para describir “una realidad insostenible y que deja ver un ajuste, cuyo diseño, como tantas veces antes, dependerá de si el gobierno se anticipa a hacerlo o si deja que se imponga la realidad. Y se sabe que la realidad suele imponer uno mucho más doloroso que el que diseñan los gobiernos, por peor que éste resulte”.

Estos datos macroeconómicos son los siguientes: la inflación anual está en el 52 por ciento, la economía crece significativamente tras la depresión por la pandemia –estimado en un 8,3% en el año, tras haber caído un 9,9 el año pasado– en tanto el riesgo país está en 1.750 puntos básicos, las reservas disponibles por el Banco Central de la República Argentina se acercan a cero y la brecha entre el dólar blue y el comercial oficial es del 100 por ciento. Mientras, sigue la impresión de billetes, y la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), de unos 43.000 millones de dólares, requiere un acuerdo que Argentina pretende hacer sin ajustar sus cuentas ni reformar la economía, simplemente porque ello determinaría un escenario social que derrumbaría todas las pretensiones electorales del gobierno de Alberto Fernández.
Argentina, por cierto, no es el único país de la región embarcado en los tentadores voluntarismos de repartir lo que no se tiene, que es como pretender tirarse al agua para cruzar el río y salir seco, pero sí el que potencia al máximo las políticas económicas que no se deben llevar a cabo, so pena de pegarse un tiro en el pie para poder salir de la encerrona, como describe el economista De Haedo.

Uno de los grandes problemas tiene que ver con los costos enormes de los “planes sociales”, con los que supuestamente se “combate” la pobreza, que no es otra cosa que asistencia económica con fines electorales, para tener un amplio sector de la población cautivo de la “generosidad” del gobierno kirchnerista, y así seguir pateando la pelota hacia adelante, en una actitud tan irresponsable como suicida, a lo que se agrega un alto grado de corrupción histórico en el peronismo, pero sobre todo en el kirchnerismo.
Según la encuesta permanente de hogares del instituto Indec, las pobreza se ubicó en el 40,6 por ciento de la población en el primer semestre de este año, en tanto la indigencia alcanza al 10,7 por ciento.
Encima, el gobierno de Alberto Fernández insiste con medidas como impuestos desmedidos a las exportaciones, los subsidios a los servicios de energía y otros servicios públicos, los productos con precios topeados, la prohibición temporal de exportar carne, además del cepo al acceso a los dólares para importaciones, entre muchas etcéteras de similar tenor proteccionista y regulador.

En suma, el delirio argentino es un claro ejemplo de lo que no debe hacerse en economía, entre otros aspectos, porque se suman prácticamente todas las medidas que en los países en serio han sido descartadas, por su probada ineficacia y efecto contrario al que supuestamente se busca.
Debe tenerse presente que en una economía, en cualquier país, la transferencia de recursos es un factor clave para el desenvolvimiento, la sensación térmica de la población, de los operadores económicos, de las empresas, del ciudadano común, y por incidencia de una serie de factores, esta transferencia que deriva de un sector a otro puede ser una consecuencia natural del mercado sin la intervención del Estado, con una intervención moderada de éste como redireccionador de recursos o como en el caso de los estados de regímenes de economía colectivizada, con todo dependiendo del Estado, incluso como empleador único.

Pero el tema es que transferir recursos debe tener como punto de partida que existan recursos, o de alguna forma hacer o promover que esta transferencia para avanzar hacia el autosustento de la economía, es decir actuar como agente catalizador para multiplicar recursos y generar un circuito virtuoso.
Lamentablemente, los regímenes populistas que se han dado en todo el mundo pero sobre todo en América Latina, como en la Argentina, suelen poner la carreta delante de los bueyes con el énfasis en la redistribución como un agente mágico que solucionará los problemas de desigualdad y marginación, cuando la cosa es mucho más compleja que el voluntarismo. Es que esta “solución” puede ser en realidad –generalmente lo es– un multiplicador de pobreza, justamente al revés de lo que se pregona. Por tanto no es de extrañar que los índices de pobreza e indigencia se hayan disparado en el vecino país, mientras en Uruguay –que vivió la misma crisis sanitaria– se mantuvo en niveles muy inferiores, del orden del 11,6% de pobreza y 0,4% de indigencia.

“La pobreza es consecuencia de múltiples factores que hay que atacar. No alcanza con las transferencias monetarias, y cuando la economía de un país crece no se arregla dándole dinero a la gente”, expresó al respecto, entre otros conceptos, el director del Centro de Desarrollo de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), Dr. Mario Pezzini, a la vez de consignar que “son estos múltiples factores los que hay que atacar”, en lugar de concentrarse en los efectos.
Por supuesto las transferencias directas de recursos como la asistencia estatal no solo no son el remedio para la pobreza, sino que son parte del problema, por cuanto una vez suspendida esta entrega –como es el caso de los planes sociales en Argentina– la familia recae en la franja de pobreza, al subsistir el problema de fondo, que es la marginación, la falta de empleo, carencias en educación, formación y/o valores para tener la voluntad e integrarse al mercado de trabajo, entre otras carencias.

Y en esta dirección deben encaminarse las políticas, apuntando a generar condiciones para la inversión y la creación de empleos genuinos, que es lo único que vale a la hora de generar y distribuir recursos mediante la creación de un círculo virtuoso en la economía.
Mientras tanto entre toda la desgracia que vive el vecino país, de este lado del río hay algo que se puede rescatar: sirve de (mal) ejemplo para poner de manifiesto las consecuencias de aplicar la receta mágica populista, que por cierto tiene muchos adeptos en la izquierda y el Pit Cnt.