Un sorbo de optimismo, pero no más que eso

Según una publicación de UnEnviroment, la agencia de las Naciones Unidas para el ambiente, los humanos consumimos –en promedio– más de 100.000 micropartículas de plástico al año. Eso equivale a casi cinco gramos de plástico por semana, 21 gramos por mes y 250 gramos por año.
Bajo el título “¡Adiós sorbitos!”, el Ministerio de Ambiente dio a conocer en las últimas horas la novedad de que el próximo 31 de enero entra en vigencia su Resolución por la que se prohíbe “la fabricación, importación, venta y entrega de sorbitos de plástico”. Esta medida, justifica la cartera, “apunta a reducir los plásticos de un solo uso, en el marco de la campaña ‘Uruguay + Circular’, en línea con el Plan Nacional de Gestión de Residuos en etapa final de elaboración”.
Reseña la publicación que el 28 de abril se habían establecido dos resoluciones a través de las cuales se busca “incrementar de manera contundente los índices de recuperación y valorización de envases, reducir el consumo de plásticos de un solo uso y la generación de estos residuos”. Justamente la Resolución N° 272/021 está orientada a esta reducción, incluyendo en su contenido la prohibición de los “sorbitos”.
Al mismo tiempo crea un sello ambiental para identificar “entidades o actividades” libres de plásticos de un solo uso, que son en el fondo el verdadero problema, y que excede largamente a los sorbitos. Este sello “puede aplicarse a diferentes rubros, por ejemplo: hotelería, gastronomía, comercio en general”. Con esta identificación el ministerio busca “promover y estimular la adhesión voluntaria, como diferencial asociado al cuidado del ambiente y la promoción de nuevos hábitos de consumo en esta línea” y tiene una línea de acción especialmente dirigida a los organismos públicos, en los que el sello se incorporará a los criterios de sustentabilidad en los mecanismos de compras estatales. “La Resolución establece la obligación de contar con un plan operativo de reducción gradual en el consumo de plásticos de un solo uso, con metas y plazos específicos a los que deberán comprometerse”, indica.
Establece asimismo una prohibición, que se irá a aplicar en forma gradual, para la comercialización en las áreas incorporadas al Sistema Nacional de Áreas Protegidas, de bebidas en envases no retornables y otros productos plásticos de fácil sustitución. Esto es un aspecto particularmente difícil de reglamentar para el caso de áreas que incluyen zonas urbanas, como acontece con San Javier, en los Esteros de Farrapos, aunque por difícil no deja de ser necesario. De todos modos en esa localidad ya tienen un camino andado en este tema, dado que en la última fiesta del Girasol, previo a la pandemia, ya se había instrumentado de forma exitosa un sistema de vasos reutilizables que debe considerarse un ejemplo, incluso para eventos de mayor porte, como la Semana de la Cerveza, por qué no.
En todo caso, y volviendo a lo de los sorbitos, las infracciones que se cometan serán sancionadas con multas progresivas “en función del grado de apartamiento que represente y las consecuencias ambientales”.
Está claro que siempre suma una prohibición de este tipo, pero debemos asumir que no es más que una declaración de buenas intenciones, dado que el impacto en específico de los sorbitos no es ni cerca el más preocupante de los plásticos de un solo uso, y no costaba mucho incorporar, por ejemplo, a las bandejas de polietileno, cuyo uso está más extendido en el sector de la gastronomía.
Veamos una lista de plásticos de un solo uso –también llamados plásticos descartables– que se suelen utilizar para envases destinados a ser utilizados una sola vez antes de ser descartados o reciclados, que realizó el Centro Tecnológico del Plástico de nuestro país (CTPLAS), que incluye: bolsas de supermercado, envases de alimentos, botellas, sorbitos, recipientes, vasos y cubiertos. Y omite otros como los filtros de cigarrillos, un verdadero dolor de cabeza del que ni siquiera se habla.
Advierte que la definición “debe excluir los productos de plástico concebidos, diseñados e introducidos en el mercado para completar en su período de vida múltiples circuitos o rotaciones al ser rellenados o reutilizados con el mismo fin para el que fueron concebidos. Los productos de plástico de un solo uso suelen estar concebidos para utilizarlos una única vez o por un período corto de tiempo antes de desecharlos”.
Es que hay soluciones que ya están pensadas por la misma industria, pero que aplicadas a medias no dan resultado, por ejemplo el caso de los detergentes (lo mismo es válido para los champú, jabón líquido o similares). Usted puede comprar una botella plástica nueva de detergente cada vez que se le termine, y esta, desde el punto de vista de la sostenibilidad, es la peor opción. Una alternativa que depende de usted es mantener la misma botella y rellenarla con las recargas económicas que ofrecen las mismas empresas, pero de todos modos de esta forma se utilizará un envase que se descarta. Otra opción es que en el supermercado se instalen dispensadores de ese producto desde los que se pueda rellenar la botella original. No es que el sistema se nos ocurra ahora, de hecho se está utilizando en algunos países desarrollados. Supone un esfuerzo logístico para las empresas, pero el impacto puede ser importante. A veces este tipo de soluciones lo que requieren es de un impulso desde el Estado para que se pongan en práctica.
Capítulo aparte merece el asunto de las bolsas de supermercados, que lejos de solucionarse está cada vez más complejo. Basta ver cómo todas las verduras y frutas que antes convivían pacíficamente dentro de una “chismosa” de compras, hoy están separadas cada una en su propia bolsita. A veces va un solo tomate en una bolsa que minutos después terminará en la basura y luego estará decenas de años en el ambiente antes de degradarse en microplásticos, que, quien sabe, acaso terminaremos comiendo.