La guerra y el pan de cada día

La pérdida de vidas humanas es, sin lugar a dudas, el mayor precio a pagar en cualquier guerra. La que está ocurriendo con el ataque de Rusia a Ucrania no es la excepción y si bien los analistas no alcanzan consensos sobre cuándo y cómo podría terminar, es evidente que además de las muertes y la emigración forzada de personas en calidad de refugiados, existen otras pérdidas de índole económica y de infraestructura que involucran no solo millones sino la pérdida de años de desarrollo que será muy difícil recuperar.
No obstante, los efectos de esta trasnochada guerra iniciada por Rusia ya se sienten a miles de kilómetros y podría decirse que están teniendo un alcance global y amenazan el suministro de comida, fuentes de energía y la calidad de vida de ciudadanos de varios países que, en un mundo globalizado como el actual, dependen del suministro de alimentos de los campos de esta zona del Mar Negro, conocida como uno de los “graneros del mundo”.

Con varios frentes de guerra en su territorio, Ucrania escasamente podrá plantar y cosechar ya que algunos agricultores están combatiendo, otros sobreviven como pueden en contextos realmente difíciles y otros se encuentran entre los 2 millones de personas que ahora tienen la categoría de refugiados y han dejado todo atrás para salvar sus vidas y las de sus hijos.
Según datos de la FAO, Ucrania dispone de una de las mayores superficies agrícolas que también es de las más aprovechables del mundo, siendo el país con mayor porcentaje de tierra productiva en el mundo (56,8%), luego de Bangladesh. Ocupa el noveno lugar como productor de trigo del mundo, el quinto de maíz y octavo de algodón, según la misma fuente y, por otra parte, debido a su posición estratégica en Europa, tiene peso en los precios en el mercado europeo y es el principal proveedor de granos. No obstante, ahora los puertos no están operativos y el comercio internacional ha quedado en punto muerto.

En tanto, Rusia es uno de los principales proveedores de granos, petróleo y gas para Europa y otros países y actualmente está comenzando a ver limitada su actividad exportadora debido a las sanciones internacionales impuestas por Occidente en un contexto en que las presiones económicas también son parte del conflicto, con efecto directo no sólo en las exportaciones sino también en los pagos debido a que varios bancos rusos han quedado excluidos de realizar transacciones internacionales.
Y así como preocupan los precios del petróleo, pasa lo mismo con el precio del pan y los fideos: son varios los países que compran trigo a Ucrania y prevén eventuales desabastecimientos y encarecimiento de materia prima fundamental para la producción alimentos del día a día, un grave problema para los ciudadanos más pobres de los países en desarrollo.

Según noticias de agencias internacionales, aunque aún no ha habido interrupciones globales en los suministros de trigo, los precios internacionales de esta materia prima han subido un 55% desde la semana antes de la invasión. Si la guerra continúa, los países que dependen de las fiables exportaciones de trigo de Ucrania podrían sufrir desabastecimiento a partir de julio, según opinó Arnaud Petit, director del Consejo Internacional de Cereales.
Es probable que entre las consecuencias de esta guerra se tenga que contar también el aumento de la pobreza y el encarecimiento de un producto tan básico como el pan en algunos países africanos y de Oriente Medio como Egipto, Líbano y Nigeria e incluso en Indonesia. En tanto, Europa se está preparando para eventuales desabastecimientos de productos que se compran a Ucrania como el trigo, la cebada y aceite de girasol, además de raciones para ganado y fertilizantes para el agro.

En este sentido, Ucrania y Rusia son muy importantes proveedores en el mercado de los fertilizantes y también venden (en conjunto) el 75% de las exportaciones mundiales de aceite de girasol –que supone el 10% de los aceites de cocina del mundo– y el 25% de las exportaciones mundiales de trigo y cebada.
Reportes internacionales indican que en la Unión Europea también se avizoran problemas de abastecimiento ya que Ucrania les vende aproximadamente el 60% de su producción de maíz y además un 40% de sus necesidades de gas natural son cubiertas con compras a Rusia. En España,por ejemplo, algunas cámaras de Comercio han anunciado que están buscando proveedores de cereal, aceite de girasol y otras materias primas en Sudamérica como alternativa a las importaciones de Rusia y Ucrania.
Cabe preguntarse entonces si en este contexto América Latina, superando algunas barreras y desafíos, puede convertirse en otro de los graneros del mundo y si se verá o no beneficiada por las repercusiones económicas del enfrentamiento en Europa del Este.

En general se entiende que si bien la demanda de materias primas podría beneficiar a los países exportadores latinoamericanos de granos e hidrocarburos, el conflicto también golpeará las importaciones. Se especula que el conflicto también puede provocar graves trastornos en el transporte marítimo refrigerado que afectaría a los propietarios de carga, las navieras y los operadores de buques frigoríficos. Especialmente, si se tiene en cuenta la importancia de Rusia como mercado clave de importación y exportación y también Ucrania tiene actividad en este sector, representando en conjunto aproximadamente el 4,5% del tráfico marítimo refrigerado anual.
En lo que respecta al sector agrícola, ya se están previendo problemas para el acceso a fertilizantes así como aumento de precios de este rubro. Pasa que Rusia es el principal proveedor mundial de fertilizantes de todo tipo, concentrando cerca del 13 % del comercio.

En Uruguay esta guerra ha elevado los precios de materias primas que produce nuestro agro, como el arroz, el trigo y la soja pero esto tiene como contrapartida el aumento del precio del petróleo y los fertilizantes. El gobierno ya está buscando proveedores alternativos de fertilizantes, cuyos principales proveedores son Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Por su parte, Rusia representa 10% del valor de las exportaciones de lácteos (manteca, queso, leche en polvo) de nuestro país.
En definitiva, los coletazos de esta guerra se están comenzando a sentir a nivel global con efectos aún no del todo claros pero mayormente negativos para un mundo interconectado que aún no ha superado las pérdidas materiales y humanas que nos dejó la pandemia por COVID-19, con gran impacto en algunos sectores de la actividad de varios países. Los costos finales de una guerra en el siglo XXI pueden llegar a ser insospechados, provocando recesión, pérdida de calidad de vida e incluso más hambre a miles de kilómetros del lugar donde caen los misiles y las ráfagas del combate continúan truncando vidas de uno y otro lado.