Un escenario sin liderazgos

Cuando faltan poco más de dos años para las elecciones nacionales, es notoria la preocupación interna de los partidos en la búsqueda de liderazgos. Fundamentalmente aquellos que no tienen certezas sobre la influencia de quienes van por sus candidaturas. Porque una cosa es la preferencia del electorado y otra, muy distinta, liderar y transformarse en referente.
Con los cambios generacionales –que fueron tardíos en algunos casos– se observan las dificultades propias de este tiempo pospandemia, por instalar liderazgos naturales que aún no trascienden en el Interior del país. De ahí surgen las propuestas de salidas al territorio que permitan evaluar la escena nacional, a la salida de una crisis sanitaria sin precedentes, con detonaciones en el mundo del trabajo y en los salarios.

En el Partido Nacional, el presidente Luis Lacalle Pou no puede ser candidato nuevamente y las encuestas perfilan a su secretario de la Presidencia y exlegislador, Álvaro Delgado. No hay sucesor por el lado de Jorge Larrañaga ni el resto de los dirigentes tienen el perfil necesario como para encabezar listas al Parlamento.
En el Partido Colorado se destacan dos figuras que ni siquiera se manifiestan en competencia como Pedro Bordaberry –quien solicitó que no se lo nombre más en la política uruguaya–, el secretario general del partido, Julio María Sanguinetti, que tendrá 89 años en las elecciones y el excanciller Ernesto Talvi, retirado de la vida política tras descubrir que “no era” lo suyo.

En el Frente Amplio, el intendente de Canelones, Yamandú Orsi, y la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, son nombres que surgen naturalmente para la contienda. Pero no se acercan a la huella de liderazgo que dejaron Tabaré Vázquez, Líber Seregni, José Mujica o también Danilo Astori.
Incluso, en general no se observan referentes que logren un consenso en sus partidos y sí a quienes inciden en la esfera política hasta su muerte, un aspecto que dificulta ese necesario recambio y profundiza las cuestiones vitalicias de la política uruguaya.

Sin embargo, por el lado de Cabildo Abierto aparece una notoria diferencia que vincula candidato con liderazgo, al senador Guido Manini Ríos, aunque con la clara ventaja de consolidarse como un nuevo partido, sin el desgaste de los demás. Si bien es elevado el porcentaje de indecisos a estas alturas, es apenas una foto de esta realidad pospandémica que tampoco cambiará sustancialmente de cara al 2024.
Por el momento habrá que escuchar un poco más que “no es tiempo de hablar de candidaturas”, cuando el tiempo apremia y el escenario se plantea –por primera vez– bastante huérfano de caudillos o padrinos referentes de la política uruguaya.
La pandemia monopolizó los temas de discusión y sus secuelas, que aún atraviesan a buena parte de la población. Pero son temas que comienzan a capitalizarse entre las organizaciones sociales que pugnan por ocupar un espacio junto a la oposición mayoritaria. Y por ese lado, ya comenzaron a trabajar con una marcada agenda.

La mayoría opositora tendrá el apoyo de estas organizaciones nucleadas en una Intersocial y consolidará una nueva forma de hacer política. La fuerza y el protagonismo tomado desde la última recolección de firmas en la campaña por la derogación de 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) no fue en vano, porque cambió un resultado que parecía “cantado”.

Aquel momento fue el nacimiento de una idea que adquiere notoriedad en la actualidad, mientras se ordenan en sus filas a nuevos protagonistas provenientes del movimiento sindical, quienes junto al Pit Cnt, engrosarán una nueva columna que se prepara para salir a la calle. El territorio que mejor conoce.
El punto en cuestión es si el país está preparado para darle espacio a esta nueva forma de hacer política. Por ahora, la instantánea de esta realidad destaca a Uruguay en una región complicada. No obstante, las polémicas desdibujan esa buena imagen que sostiene el país hacia afuera. En ocasiones, se grita más fuerte de lo debido y las críticas suben a un tono desacostumbrado. Es muy probable que incida esa falta de liderazgos que enfoque las prioridades de cada uno desde su lugar.

Pero es muy temprano aún para sofocarse y el país nunca estuvo en una recesión democrática, tal como se encuentran otros muy cercanos.
Cuando aún faltan dos años para la campaña propiamente dicha, no es saludable que la crispación ocupe las agendas de todos los temas políticos, porque después ganará el cansancio y habrá poco para aportar. Incluso los electores se acostumbran a otra forma de ver la política y cada uno votará de acuerdo a sus circunstancias. Y no a quien grite más fuerte.

Por el momento, se observa a un gobierno que se esfuerza en este segundo tramo. No solo por cumplir con su programa –bastante interrumpido por la pandemia– sino porque sabe que puede perder en las próximas elecciones. Es un gobierno preocupado por cumplir con sus metas, dejar un legado y posicionarse de la mejor manera hacia ese escenario incierto que plantea el 2024. Mientras tanto, el orgullo por la consolidación de las instituciones democráticas y la libre expresión de las ideas es la cara visible de este país pequeño que atravesó por el mismo tamiz que el mundo entero. La pandemia fue un punto de inflexión para todas las administraciones e ideologías y solo alcanza con mirar a los vecinos, sin necesidad de ir más lejos.

Fue el tamiz que pasó por encima de las figuras políticas, algunas subestimadas por sus adversarios –como el actual presidente– y que costó resultados electorales. Por ahora transcurre el tercer año del gobierno y sin dudas, uno de los más difíciles, porque falta la consolidación de algunos guarismos aún complicados, como la inflación.
Hay que tener honestidad y madurez política para reconocerlo, más allá de las diferencias.