Opinión

Vladimir Putin y su amenaza nuclear

Aunque cueste creerlo, ya han pasado más de ocho meses desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania, la cual tuvo lugar el 24 de febrero pasado y que en primera instancia parecía un simple “paseo de campo” para las fuerzas armadas al mando de Vladímir Putin. La realidad ha demostrado que las cosas no eran tan fáciles como vaticinaban los gobernantes triunfalistas en Moscú y poco a poco la situación se vuelve más difícil.

De acuerdo con la cadena británica BBC, “la decisión de Putin de anexar los cuatro territorios ucranianos de Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk (“incorporar” en la jerga del Kremlin) fue una de las últimas ofensivas del presidente ruso en su batalla con Ucrania y Occidente. La mencionada agencia noticiosa destacó que según el presidente de EE. UU., Joe Biden, “Estados Unidos nunca, nunca, nunca reconocerá el reclamo de Rusia sobre el territorio soberano de Ucrania”, mientras que el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), António Guterres, ya había dicho que la anexión “no tendría valor legal y merece ser condenada”. Lo cierto es que el efecto mediático de esta anexión, la cual estuvo rodeada de grandes ceremonias planificadas hasta el más mínimo detalle como elementos de propaganda masiva, ya han perdido su efectividad, por lo que Putin sacó rápidamente otro conejo de su galera de trucos, pero lamentablemente esta vez fue demasiado lejos, ya que amenazó con el uso de armas nucleares contra Ucrania.

En realidad, y tal como lo ha señalado la cadena española de noticias RTVE “desde el comienzo de la invasión, tanto Putin como otras autoridades rusas se han encargado de recordar que el país dispone de armas nucleares y que las usaría para defender su soberanía y la integridad estatal. Cinco días antes del inicio la guerra, el líder ruso presidió ejercicios de las fuerzas nucleares con armamento hipersónico, considerado por el Kremlin capaz de burlar cualquier escudo antimisiles. Además, el 27 de febrero puso en alerta sus fuerzas de disuasión nuclear, disparando las alertas en Ucrania y Occidente sobre un posible uso de armas nucleares”.

En los últimos días Putin advirtió que “Estamos en una frontera histórica. Por delante es probablemente la década más peligrosa, impredecible y al mismo tiempo importante desde el final de la Segunda Guerra Mundial”, lo que confirma sus afirmaciones previas en cuanto a que utilizará “todos los medios posibles” para protegerse. A esto debe sumarse que poco a poco el descontento en la población rusa ha crecido en forma sostenida a medida que se eleva el número de muertos de ese país, se estanca el avance militar en tierra ucraniana y se realizan nuevas convocatorias masivas para sumarse al ejército. Por otra parte, Putin pensaba que la repuesta de Occidente (y especialmente de Europa continental) sería insignificante por el miedo a perder el acceso a fuentes energéticas, especialmente en momentos en que comienzan los primeros fríos en esa parte del mundo. Muy por el contrario, los países occidentales se han mostrado proactivos a la hora de apoyar a Ucrania, lo que ha resultado un boomerang para el presidente ruso: países que hasta este año no habían tomado una posición sobre su ingreso a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y dudaban de apoyar el esfuerzo ucraniano para defender su territorio, despliegan actualmente una política clara y contundente. No se trata de un repentino espíritu altruista sino que han tomado conciencia que hoy es Ucrania (como antes fue para Hitler la anexión de la región de los Sudetes en Checoslovaquia) pero que mañana cualquier otro país europeo podría convertirse en el objetivo de una nueva invasión de Putin.

El presidente ruso ha tratado de zafar de la incómoda posición en la cual lo han colocado sus propias afirmaciones en el pasado y para ello ha expresado que para su país “no tiene sentido político ni militar” el uso de armas nucleares en Ucrania. “Rusia no está desafiando a las élites de Occidente. Rusia simplemente está defendiendo su derecho a existir y desarrollarse libremente. Al mismo tiempo, nosotros no vamos a convertirnos en una especie de nueva potencia hegemónica”. Por sus palabras, la idea de existir que tiene Putin pasa por invadir terceros países y tratar de anexar sus territorios mientras que el desarrollo en libertad que invoca resulta difícil en un país donde se violan los derechos humanos y donde algunos grupos como los feministas (basta recordar el triste episodio de la actriz uruguaya Natalia Oreiro cuando se le fue la mano con los derechos feministas en la televisión rusa) o los LGTBI son abiertamente perseguidos y discriminados. En los últimos días, y de acuerdo a lo consignado por la prensa internacional, el parlamento ruso ha aprobado una reforma que endurece la ley que prohíbe la propaganda LGTBI con lo cual se penalizará la defensa de las relaciones sexuales y se limitará la información que reniegue de los “valores tradicionales” ya que como lo señaló el propio Putin “la base de la civilización mundial son las sociedades tradicionales”.

Ante el panorama actual, todo parece ser que Putin se enfrenta a su propia versión de la guerra de Vietnam y corre el riesgo de quedar atrapado en un territorio en el cual no sólo no ha avanzado a la velocidad que el mundo entero y él mismo esperaba, sino que comienza a sumar importantes derrotas militares y la pérdida de apoyo de una población interna que quiere detener la creciente pérdida de vidas humanas que acarrea todo conflicto bélico. En un escenario tan desfavorable y con diversas presiones a nivel de la cúpula militar (formada en gran número durante la época soviética), la posibilidad de alcanzar lo que él considera un éxito rápido y seguro comienza a desvanecerse y el uso de armas nucleares aparece como una opción desesperada en un mundo que mira expectante y contiene el aliento ante la posibilidad de que se repitan los horrores de Hiroshima y Nagasaki.
Como si ello fuera poco, cada día que pasa se conocen nuevos casos de crímenes de lesa humanidad cometidos por el ejército ruso. En la última semana de setiembre y luego de una visita a territorio ucraniano, el equipo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) concluyó que Rusia cometió crímenes de guerra en Ucrania y para llegar a tal aseveración recabó pruebas de bombardeos en zonas civiles, numerosas ejecuciones, tortura y violencia sexual. Según los funcionarios internacionales de esa organización, “quedamos impactados por el gran número de ejecuciones en las regiones que visitamos”.

Al igual que hizo el expresidente soviético Nikita Kruschev durante la crisis de los misiles en cuba en el año 1962, Putin presiona al mundo entero con su clásico estilo soberbio y provocativo (parecido al de su amigo Donald Trump, por cierto) jugando con un poder nuclear que si llega a utilizarse significaría un desastre para la Humanidad entera más allá de banderas, creencias, regímenes políticos o ubicación geográfica. La gran interrogante es si Vladímir Putin cumplirá con su amenaza o si finalmente será capaz de encontrar un camino negociado como sucedió seis décadas atrás

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