Construyendo desde las diferencias

Todas las personas somos diferentes, y sobre esto nadie se atrevería a discutir, pero no es tan raro, conceder a las personas mayores un gran número de adjetivos que parecieran borrar, al menos en parte, esas características determinadas y formadas a través de nuestra trayectoria vital que nos vuelven, a cada uno de nosotros, tengamos la edad que tengamos, seres únicos.

Esta heterogeneidad de las personas mayores, en el caso de aquellas residentes en centros de larga estadía, puede conllevar a una serie de desafíos al momento de trabajar desde nuestra posición como técnicos o talleristas.
Sobre todo cuando encaramos dinámicas grupales, como pueden ser los talleres de estimulación cognitiva, estas diferencias parecieran convertirse en obstáculos a la hora de planificar actividades.

El avance de diferentes enfermedades, los diferentes grados de deterioro cognitivo, el bagaje educativo, las diferentes profesiones, los disímiles intereses, parecieron volver casi imposible la tarea de llevar una dinámica acorde para todos los residentes en un mismo momento.

Acerca de esto, podríamos decir que encontrar lo común a partir de las diferencias, será nuestro trabajo más desafiante. Hallar aquellas situaciones o actividades que permitan el involucramiento y disfrute de la gran mayoría de los residentes independientemente de las variables antes mencionadas requerirá de nosotros una inversión de tiempo y pasión por lo que hacemos, destinando nuestras energías a implicarnos no desde el lugar de aquel que llega con un conocimiento experto, y que desde esa verticalidad propone las dinámicas que considere “buenas para todos”, sino por lo contrario desde una posición ética, a partir de la cual construiremos ese conocimiento conjuntamente con los residentes, en una relación de respeto y diálogo permanente.

No se trata, como se ha escuchado dentro del rubro, de “emparejar para abajo” al momento de trabajar con un grupo en el que hay personas más deterioradas cognitivamente que otras, o por el contrario generar frustración en éstas al solo dirigirnos a aquellos con sus facultades más conservadas. No. Debemos hallar el modo en que cada uno tenga su tiempo, a su manera, de participar, sintiéndose parte del grupo, y no excluido.

Por otro lado, encontraremos riquísimo material sobre el cual trabajar si realmente nos involucramos con los residentes y su historia de vida. Es que en estos establecimientos conviven la maestra, el bancario, el empleado de una fábrica, el jardinero, el sastre, el dueño de un comercio y el ama de casa.
Podremos de este modo reconocer características y potencialidades que se traducirán en diferentes roles dentro del grupo de residentes y que debemos convertir en la base de nuestras dinámicas de trabajo.

Generar proyectos donde cada uno pueda ver revalorizada su historia y sus saberes, facilitando a la vez el trabajo en equipo, ha resultado en todos los casos, ser una experiencia revitalizante para los residentes, alimentando su autoestima a la vez que se trabaja integralmente varias funciones tanto físicas como mentales.
Hay a modo de ejemplo una experiencia piloto realizada en un residencial de la Costa de Oro. En este residencial se decidió ayudar a un centro Caif con una donación de juguetes para ser entregados a modo de regalo de Navidad. Tal vez, por lo carenciado del contexto donde este centro se hallaba, este sería en algunos casos el único obsequio material que recibirían.
Para llevar a cabo esto, primeramente se llevó a cabo una reunión de planificación, donde cada residente aportó ideas, mientras que una de ellas, de profesión escribana, fue designada como la encargada de anotar cada una de las propuestas.
Se realizó una votación, tras la cual se le pidió a otro residente que contabilizara los votos, y se decidió por este medio como íbamos a llevar adelante la idea.
Se organizó una fiesta de fin de año, a la que se invitó a las familias de los residentes a la vez que se les pedía que a modo de “entrada” trajeran al menos un juguete, sin importar si era nuevo o usado.

Durante las semanas previas a la fiesta, junto a otros talleristas, un grupo de residentes elegidos como los encargados de adornar la fiesta, se volcaron a la tarea de confeccionar guirnaldas coloridas. Otro grupo, liderado por un residente que se había desempeñado como artista plástico, se encargó de pintar cajones de madera en los cuales se iban a depositar los juguetes a medida que llegaran.
La fiesta en sí fue un éxito, todos se divirtieron y pasaron un agradable tiempo en familia, a la vez que se recolectaron muchos más juguetes de lo esperado.
Entonces comenzó la siguiente etapa, en la cual, separados en pequeños equipos los residentes limpiaron y acondicionaron, cada uno a su propio ritmo, los juguetes usados.

Tras esto, comenzaron a embalarlos, descubriendo como una de las residentes, que poco y nada participaba en los diferentes talleres debido a una profunda hipoacusia, sacaba a relucir su experiencia de maestra que había forrado cientos y cientos de cuadernos, mostrando una velocidad vertiginosa y una hermosa prolijidad a la hora de envolver regalos.

La entrega de juguetes se llevó a cabo a tiempo, y la alegría de esos niños al recibirlos solo era equiparable a la de los residentes que con su trabajo en equipo, había generado tales sonrisas.
A veces cuando pensamos en los talleres o dinámicas a realizar en una institución de estas características, lo hacemos como si cada una de éstas fuera una caja estanco dentro de la cual se ejercitan ciertas categorías de funciones que no se interconectan con las que son estimuladas por otro profesional del centro, desatendiendo a la posibilidad de este tipo de proyectos, más integrales, más ricos en contenido, en los cuales cada individualidad es contemplada y potenciada, generando un mayor estado de bienestar en las personas. La heterogeneidad no es nimia, por el contrario es importantísima, y desde ella debemos aprender a trabajar.