Tres reflexiones ante el asesinato de Lucio

Como ha sido informado por el diario argentino “Clarín” y por toda la prensa argentina, “La Justicia de La Pampa condenó a Magdalena Espósito Valenti, y a su pareja, Abigail Páez, por el aberrante crimen de Lucio Dupuy. Ambas mujeres fueron encontradas culpables de la serie de brutales golpes, patadas y torturas psicológicas a las que sometieron al nene de 5 años, antes de su fallecimiento en noviembre de 2021”.
El crimen de Lucio tuvo lugar como consecuencia de una hemorragia interna tras ser víctima de una brutal golpiza por parte de su madre, Magdalena Espósito Valenti, y su pareja, Abigail Paez. De acuerdo con ese órgano de prensa, “la madre del pequeño, fue encontrada ‘autora material y penalmente responsable del delito de homicidio triplemente calificado por el vínculo, alevosía y ensañamiento’”. Mientras que Páez fue condenada por el delito de “homicidio doblemente calificado por alevosía y ensañamiento en concurso real con el delito de abuso sexual con acceso carnal por vía anal ejecutado con un objeto fálico agravado por tratarse de la guardadora y por haberse cometido contra un menor de 18 años de edad, aprovechando la situación de convivencia preexistente como delito continuado”.

De acuerdo con el portal de noticias “Border Perionismo”, “según la autopsia, por una patada en el hígado que le causó una hemorragia fatal. Los informes post mortem indicaron que el nene tenía lastimaduras en la cadera, las piernas y uno de sus glúteos. Además, tenía heridas compatibles con mordeduras en sus genitales. También indicó que, durante los 15 meses que Lucio vivió con su madre y la novia, fue abusado sexualmente. Tenía lastimaduras en su cuerpo que se condicen con una violación. En un allanamiento en la casa donde vivían, se encontró un juguete sexual que, luego de análisis en laboratorio, se descubrió que tenía ADN del niño”.
Es importante mencionar que la madre del niño tenía la tenencia legal de Lucio. Luego de conocer el veredicto a Magdalena Espósito y Abigal Páez por la muerte de Lucio Dupuy, la defensa de la familia de la víctima podría apelar dos puntos clave de la sentencia que se conoció el pasado 2 de febrero: la absolución de la madre por el delito de abuso sexual y que no haya sido considerado un crimen por odio de género.
La confirmación de una tragedia de estas dimensiones, sumado al carácter aberrante de la misma y la indefensión generada de la víctima por causa de su edad, resulta profundamente dolorosa no sólo para los familiares y amigos de la víctima sino también para la sociedad argentina en general y por ende para toda la especie humana que sin miramientos condena un hecho de estas características.

Sin duda el asesinato de este niño nos cuestiona a todos y cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta y deben llevarnos a tratar de reflexionar y entender algunas situaciones que vemos día a día entre nuestros amigos, conocidos, compañeros de trabajo o vecinos.
Uno de los primeros aspectos sobre los cuales debemos reflexionar es la forma en la cual los jueces (tanto argentinos como uruguayos, pero seguramente que sucede lo mismo en otros países) otorgan a las madres, por el sólo hecho de serlo, el derecho automático y sin cuestionamiento, a quedarse con la tenencia de los hijos. Es verdad es que en la teoría existen exámenes psicológicos y visitas a domicilio realizadas por médicos, psicólogos y asistentes sociales que seguramente actúan con buena fe, pero cuyos resultados terminan muchas veces en situaciones cuyos únicos perjudicados son los hijos.
Lo cierto es que por el solo hecho de ser mujer, la madre tiene más derechos que el padre, culpable desde el vamos por el sólo hecho de ser hombre. Esto no debería ser así: madre y padre deberían contar con los mismos derechos reales (no los de papel que existen sólo en las leyes y en los expedientes) como forma de evitar las discriminaciones que contra los varones ha impulsado e impuesto con gran éxito la llamada “ideología de género”. Es común escuchar a padres que tratan de obtener la tenencia de sus hijos o un régimen digno de visitas o que al menos se cumpla y a quienes sus abogados le expresan con dolorosa sinceridad: “Siendo el padre, sos culpable de todo antes de empezar. Entrás al juzgado y estás en el horno”. Que los jueces y fiscales se hagan cargo de sus repetidos excesos discriminatorios en este sentido.

En segundo lugar, es necesario insistir una vez más y todas las que sean necesarias contra la importancia de prevenir y combatir en todos los frentes la violencia doméstica. Y el verbo “prevenir” no ha sido elegido al azar: debemos educar a nuestros niños, a nuestros adolescentes y a nuestros jóvenes en formas de relacionamiento interpersonal que prescindan de la violencia física, verbal o psicológica como forma de interacción, de la misma forma que no podemos permitir que micro comportamientos de esa clase sean naturalizados en los institutos de enseñanza, en los clubes deportivos y especialmente en las familias, que como todos sabemos es la base de la sociedad sin importar la forma en que está compuesta.

Lo que importa es el amor y el respeto a la dignidad de cada uno de sus integrantes. Seguramente los vecinos y conocidos de Lucio vieron o escucharon indicios de la violencia a la cual era sometido, pero eligieron callar porque es lo más cómodo. Ejemplo de la vieja política del “no te metas”, con la que compran una supuesta tranquilidad que termina siendo funcional a los dolorosos resultados que vemos todos los días en las noticias. Que los indiferentes y los que prefieren dar vuelta la cara se hagan cargo de su pasividad ante las injusticias cometidas y el dolor de los inocentes.

Por último, pero por ello no menos importante, es importante colocar a los seres humanos y su dignidad por encima de todo, sin importar su sexo, raza, religión, apariencia física, opción sexual, ideología, partido político o cualquier otro aspecto de sus vidas que tiendan a discriminarlos de alguna forma. Sin lugar a dudas la diversidad en sus diversas acepciones debe ser respetada, pero también debemos ser conscientes que separar y aislar los diversos grupos que componen ese cuerpo social lleva a que el mismo pierda cohesión, así como objetivos y valores comunes que lo identifican. Se trata de algo parecido de lo que sucede con el fútbol en nuestro país: muchas personas son hinchas de un club, pero por encima del mismo se encuentra algo superior: la selección nacional, que nos une a todos sin importar nuestras preferencias institucionales.

Adjudicar características negativas a una persona o a un grupo por algunas de sus características (por ejemplo, ser hombre o mujer) también es un error y una forma clara de discriminación. El movimiento feminista, con más de un siglo de loable y sacrificada actuación a nivel nacional e internacional, debe ser consciente de esos riesgos y de que hay una gran diferencia entre luchar por derechos que deben ser respetados e incitar al odio contra los hombres como algunas de las representantes del mismo tratan de hacer con cánticos como “Macho, basura, vos sos la dictadura”.
Son las mismas fanáticas que guardan silencio o tratan de justificar el asesinato de Lucio en lugar de comprender y aceptar que la crueldad no es exclusiva de los hombres, tal como quedó demostrado en este horrendo caso. La bondad y la maldad no conocen de género y por ello en ambos sexos hay buenas y malas personas. Al fin y al cabo, ser mujer o ser hombre no puede transformarse en un motivo de castigo ni en una causal de impunidad por el solo hecho de serlo.