Escribe Ernesto Kreimerman: Trumpismo sin Trump, pero ¿quién será el relevo?

Hay una idea extendida en los Estados Unidos. Todos menos uno, Donald Trump, incluidos en ese “todos” a quienes colaboraron con él en su presidencia, están convencidos que no fue una buena experiencia y que su patético final, si es que les quedaba alguna duda, selló su exilio partidario. El activismo que muestra hoy por hoy, dicen, es a base de resentimientos y odios, y plata… Ni siquiera promesas, plata en cash.
El Partido Republicano busca su nuevo liderazgo entre aspirantes ultraconservadores, pero con disciplina partidaria y profesional. Hay una idea entre quienes manejan los hilos partidarios que lo peor de Trump fue su despego y desconocimiento (en sentido amplio, tanto de cómo funciona esta red de decisiones y de construcción de poder, así como del debido acatamiento a esos espacios de alta decisión), sino la inconsistencia de sus ideas y un manto de corrupción en la base opaca de sus acciones.

Adicionalmente, en estas semanas han comenzado a conocerse los fallos de las extensas investigaciones judiciales acerca del ataque proTrump al Capitolio del 6 de enero de 2021. Una de las más importantes y que expone el perfil ideológico de los aliados de Trump, es la sentencia del jueves último a Stewart Rhodes, líder de unas milicias paramilitares, de extrema derecha, y antigubernamental, Oath Keepers. Según información del año 2016, contaba con 35 mil miembros activos.
La sentencia a la que llegó el Tribunal Federal de Distrito en Washington en el caso de Stewart Rhodes, es la más severa entre más de mil causas penales originadas del ataque al Capitolio, con una particularidad: es la primera con la recarga por ajustarse a la definición legal de terrorismo. En efecto, la sentencia del Tribunal Federal es a 18 años de prisión, incluyendo cargos de conspiración sediciosa.

En las sucesivas semanas se irán conociendo nuevas sentencias, especialmente las de ocho miembros de este grupo, los Oath Keepers, como resultados de varios procesos en tribunales, cuyos fiscales vienen anunciando severas sentencias a partir de durísimas tipificaciones solicitadas por los equipos de las respectivas fiscalías, con estudios muy detallados y documentados. Ejemplo de ello, es el caso de una de las colaboradoras de Rhodes, Kelly Meggs, que alternaba responsabilidades en la zona de la Florida, con una sentencia de 12 años de prisión.

Nuevo liderazgo se busca

En política, como en otras actividades, se cumple aquel “principio físico” de que todo vacío se llena. La cuestión es, ¿por quién? Respuesta simple: por los que se cargan las pilas para sumar puntos y convertirse a los ojos de sus adherentes. Simple, pero no resuelve con nombre y apellido quién será el relevo.
Hasta hace unos días, el Partido Republicano contaba con una lista de aspirantes, pero ninguno de ellos alcanzaba la condición de relevo, capaz de construir un nuevo liderazgo. En general, se les veía muy poco sofisticados, poco elaborada su mirada del presente y su propuesta un conjunto de palabrerías con poca significación. Casi todos ellos, dependientes en exceso de asesores, a los que les hacía falta decisiones personales del propio candidato para, a partir de eso, comenzar a construir una candidatura y las propuestas.
Así fue hasta hace unos días, cuando Ron DeSantis, gobernador de Florida, ha decidido jugar fuerte o, por lo menos, intentarlo. Desde su entorno más inmediato se ha dejado saber que el equipo de apoyo del gobernador se prepara para pasar a la acción. Por ello, dejaron caer la idea, “deberían estar atentos porque el gobernador comenzará a hablar claro y fuerte”. Así las cosas, DeSantis iría presentando en redes y en entrevistas nuevas, argumentos que serán fundamentos de futuras aspiraciones políticas, ya realizadas en el pasado en declaraciones y entrevistas con personalidades con las que ha sostenido encuentros privados, muchas de ellas, “conversaciones bajo condición de anonimato”.

El primer mensaje de DeSantis ya está circulando, y es la piedra fundamental para una postulación partidista confiable para quienes manejan la organización: se puede confiar en “mi adhesión a los principios conservadores del partido, sin distracciones y sin renuncias”.
DeSantis ya comenzó a atacar algunos puntos débiles, cada vez más frágiles, de Trump: su extrema volubilidad, sus permanentes distracciones, sus confusiones, y un extendido malestar o disgusto por tomar con poca responsabilidad y mucha displicencia, el manejo de herramientas de alta seguridad nacional. El gobernador sabe del hastío que ha generado Trump en estos años, pero para forzar el relevo todo eso no es suficiente. Tiene muy asumido que tiene que demostrar mejores condiciones de liderazgos, que debe ilusionar a sus futuros votantes.
Sin embargo, este puede no ser el único punto de la personalidad de Trump a cuestionar. Sí es el que resulta el más fácil. Otro aspecto, es el perfil autoritario y demoledor ante cualquier cuestionamiento. Había en aquellos días de Trump presidente una máxima muy popular en Washington: “no hay más oficialista que funcionario recién renunciado”.

Los ataques personales, las burlas crueles, las intromisiones en cuestiones familiares fueron blanco sistematizados para con los “desertores”, incluso, no pocas veces, como labor preventiva, siempre a través de las redes sociales. Batería de twitteros anónimos caían sobre polemista o crítico, arrastrando el nivel de debate a un tono inimaginable.
La prensa estadounidense le llama a esta condición “profundo control psicológico” de Trump sobre buena parte del electorado conservador, especialmente al vinculado al partido. Para ellos, Trump era omnipresente y cada vez que se pronunciaba, tanto para anunciar una decisión o una rectificación, era con el mismo tono y actitud superior, y desligado de todos los antecedentes.
DeSantis es, en este sentido, una persona previsible y ordenada. Lector consecuente, en ambiente ordenado, que gusta de hacer citas a la Constitución, a documentos federales e incluso a jurisprudencia de la Corte Suprema.

Esto es política…

Sin embargo, el lanzamiento de campaña fue casi casi un desastre. El miércoles 24 de mayo hizo su anuncio oficial de que habría de buscar la nominación partidaria para la candidatura a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano. A pesar de contar con la adhesión de Elon Musk desde la primera hora, el anuncio fue papelonesco; lo de Twitter Spaces fue una mala experiencia. La crónica del The Guardian lo informó así: “la pantalla seguía diciendo ‘Preparándose para el lanzamiento’. Pero este no fue uno de los cohetes espaciales de Elon Musk que se eleva a través de la estratosfera y se instala en una órbita cómoda. Este fue uno que explotó en la almohadilla en una deslumbrante bola de llamas”. Pero no funcionó y recién 30 minutos después de lo programado pudo avanzar según “lo programado”: “Después de casi media hora de mal funcionamiento, DeSantis finalmente se puso en marcha. Declaró: ‘Me postulo para presidente de los Estados Unidos para liderar nuestro gran regreso estadounidense’. Pero para entonces miles de personas se habían rendido y se habían desconectado”.

Trump por su lado y Biden por otro, no dejaron pasar desapercibido el bluf e ironizaron. Y aunque no lo mencionaron directamente, en la cabeza de todos estaba presente… “menos mal que estaba junto a Elon Musk (dueño de Twitter y Twitter Spaces)”.
La carrera recién empieza. El grupo de poder del Partido Republicano quiere un candidato más confiable y sólido que Donald Trump, que con procesos judiciales avanzados puede terminar preso, como responsable de los sucesos del 6 de enero. Pero para competir necesitan un candidato algo mejor, más sólido y confiable. Apuestan a un trumpismo sin Trump, con el soporte estructural y logístico republicano. ¿Pero quién? Aún es incierto. DeSantis no empezó bien.